jueves, 30 de mayo de 2019

FEMINICIDIOS EN MÉXICO: EL HERVOR FILOSÓFICO DE LA DELINCUENCIA SOBRE UN NÚCLEO

Los demonios del feminicidio, se han extendido corrosivamente por todo México. Un número indeterminado de mexicanas son asesinadas cada día y sólo un 25% de los casos son investigados como feminicidios, según el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. Siendo que el asesinato de mujeres en México repuntó con notoriedad internacional en 1993, cuando comenzaron a denunciarse públicamente los casos de mujeres asesinadas en la fronteriza Ciudad Juárez, al norte de México. Tuvieron que pasar casi 20 años, para que se incluyera en el sistema normativo del Código Penal mexicano el delito de feminicidio.
La realidad social que vislumbra actualmente nuestro panorama nacional, indica contundentemente que toda muerte violenta de mujeres, debe ser investigada con un enfoque innegable de perspectiva de género. Cuando los expertos señalan que el feminicidio, deriva del odio relacionado efectivamente al género de la víctima; el cual se evidencia con la mutilación de los cuerpos, con signos de violación sexual o tortura en ellos y con el hecho de cómo intentan esconderlos en terrenos baldíos o canales o con la exposición degradante post-mortem en lugares públicos.

Y este fenómeno de la violencia humana, tiene dentro de sus intentos poliédricos de explicarla, un lado interesante que casi nadie percibe: el origen filosófico de la violencia de género.

LA CONFRONTA DEL PENSAMIENTO DE ROUSSEAU VS. HOBBES


Si nos remontamos a los albores, la búsqueda de razones profundas que expliquen los incesantes hechos de violencia contra las mujeres, se vincula insoslayablemente con la discusión que solían tener rousseanianos y hobbesianos acerca de la violencia humana en general. Porque estos repetidos hechos de violencia contra las mujeres, han hecho que muchos se pregunten cual podría ser su explicación. No por curiosidad científica, ciertamente, sino que es una exigencia moral y social de reducir semejantes hechos al mínimo, prevenirlos y si fuera posible disminuir las alarmantes estadísticas que la confirman. 
Se ha dicho que el fenómeno de la delincuencia y la criminalidad, es congénita a la existencia del hombre. Que la violencia existe desde siempre; violencia para sobrevivir, violencia para controlar el poder, violencia para sublevarse contra la dominación, violencia física y psíquica. Aunado a eso, las investigaciones sobre el comportamiento innato de los animales para compararlo al humano, indican que el instinto agresivo tiene un carácter de supervivencia; por lo tanto, la agresión existente entre los animales no es negativa para la especie, sino un instinto necesario para su existencia. Por lo que se considera que la violencia es producto de los mismos hombres por ser desde un principio seres instintivos, motivados por deseos que son el resultado de apetencias salvajes y primitivas.

En ese sentido, los dos grandes argumentos contendientes en esta búsqueda explicativa, son del que se aduce que el feminicidio es un producto idiosincrático y cultural y; por otro lado, con el que sostiene que en realidad se trata de un fenómeno natural, entiéndase, inevitable

Jean-Jacques Rousseau sostenía la teoría de que el hombre era naturalmente bueno pero que la sociedad corrompía esta bondad y que, por lo tanto, la persona no nacía perversa sino que se hacía perversa y que era necesario volver a la virtud primitiva. Ya luego, haciendo referencia a la postura de los rousseanianos, es que la explicación del fenómeno feminicida es antropológico y cultural. Y su posición va todavía más lejos, ya que creen que "el feminicida es moralizador", alguien que actúa por principio y por lo tanto que sus actos criminales y catastróficos están justificados desde un campo racional y principista. Por supuesto, la moral en cuestión es la de una cultura particular, aquella patriarcal, que castiga a las mujeres que desobedecen sus dictámenes. Es decir, que el feminicida no es sino el producto de una cultura. Una especie de 'víctima' de la cultura en juego, en el que la mujer es la otra víctima sobre la que recae y por tanto, el objeto. Para ser más precisos, las premisas primordiales de la tesis cultural son que la violencia es un medio para dominar y detentar poder, donde la dominación y esa búsqueda de poder a través de ésta es el fin. Además, según esta tesis, intrínsecamente el feminicidio puede ser entendido como un castigo aversivo a las mujeres que desobedecen los mandatos patriarcales y que también están los casos de individuos irracionales o con ciertos defectos psicológicos y/o biológicos y/o sociales y/o evolutivos, que infravaloran y cosifican a las mujeres de la generalidad de una sociedad; explicaciones y razones suficientes para ellos, bajo las cuales delinquen.

De hecho, quienes defienden esta tesis cultural no pueden sostener una posición extrema ni radical. Porque, en efecto, no solamente la cultura sino son otros factores; como la moralidad adquirida y los aspectos biológicos, que en su universalidad suponen que somos agentes responsables de nuestras acciones, lo que conforma un todo.

Y como una antítesis a la primera postura, está la discusión sobre el carácter innato de la violencia humana y que, a diferencia de Rousseau y otros pensadores, el filósofo inglés Thomas Hobbes sentenció que la humanidad tiene una agresividad innata y que el instinto de agresión humana dirigido hacia sus congéneres, es la causa de la violencia contemporánea.

Por lo tanto, de una explicación natural que pone en relieve la violencia de género, no puede afirmarse como en la tesis cultural que los agresores u homicidas, sean a su vez, necesariamente 'víctimas o marionetas' -aunque no de la cultura como suponen algunos, sino de sus impulsos irresistibles-, porque impediría que dichos entes sociales se puedan autodeterminar en el ámbito donde socialmente se desenvuelven y; por lo tanto, quedaría que sus víctimas deberían resignarse. Pero con todo, el perjuicio de la víctima, es mucho más que suficiente para reprochar la conducta o en todo caso para tratar de evitarla.

Así que, en ambos casos, los derechos de las mujeres tienen -o deberían de tener- una prioridad inalienable. Absolutamente nadie debería suponer que algún acto de violencia es moral, cultural o innatamente justificado. En otras palabras, deben protegerse férreamente los derechos de las víctimas o de las potenciales víctimas, privilegiando sus derechos fundamentales por sobre los de los agresores. De esta forma, de la presente articulación de la tesis natural-evolutiva con la tesis antropológica-cultural, trasciende que la agencia humana es el resultado de la interacción de una diversidad de factores; donde puede haber sociedades más violentas que otras y que para defender los derechos de las mujeres, no puede caerse en una perspectiva reduccionista.