Los demonios del feminicidio,
se han extendido corrosivamente por todo México. Un número indeterminado de mexicanas
son asesinadas cada día y sólo un 25% de los casos son investigados como
feminicidios, según el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. Siendo que el asesinato de mujeres en México repuntó con notoriedad
internacional en 1993, cuando comenzaron a denunciarse públicamente los casos
de mujeres asesinadas en la fronteriza Ciudad Juárez, al norte de México.
Tuvieron que pasar casi 20 años, para que se incluyera en el sistema normativo
del Código Penal mexicano el delito de feminicidio.
La realidad social que vislumbra actualmente nuestro panorama nacional,
indica contundentemente que toda muerte violenta de mujeres, debe ser
investigada con un enfoque innegable de perspectiva de género. Cuando los
expertos señalan que el feminicidio, deriva del odio relacionado efectivamente al
género de la víctima; el cual se evidencia con la mutilación de los cuerpos,
con signos de violación sexual o tortura en ellos y con el hecho de cómo
intentan esconderlos en terrenos baldíos o canales o con la exposición
degradante post-mortem en lugares públicos.
Y este fenómeno de la violencia humana, tiene dentro de sus
intentos poliédricos de explicarla, un lado interesante que casi nadie percibe:
el origen filosófico de la violencia de género.
LA CONFRONTA DEL PENSAMIENTO DE ROUSSEAU VS. HOBBES
Si nos remontamos a
los albores, la búsqueda de razones profundas que expliquen los incesantes
hechos de violencia contra las mujeres, se vincula insoslayablemente con la
discusión que solían tener rousseanianos y hobbesianos acerca de la violencia humana
en general. Porque estos repetidos hechos de violencia contra
las mujeres, han hecho que muchos se pregunten cual podría ser su explicación.
No por curiosidad científica, ciertamente, sino que es una exigencia moral y
social de reducir semejantes hechos al mínimo, prevenirlos y si fuera posible
disminuir las alarmantes estadísticas que la confirman.
Se ha dicho que el fenómeno de la delincuencia y la
criminalidad, es congénita a la existencia del hombre. Que la violencia existe desde
siempre; violencia para sobrevivir, violencia para controlar el poder,
violencia para sublevarse contra la dominación, violencia física y psíquica. Aunado
a eso, las investigaciones sobre el comportamiento innato de los animales para
compararlo al humano, indican que el instinto agresivo tiene un carácter de
supervivencia; por lo tanto, la agresión existente entre los animales no es
negativa para la especie, sino un instinto necesario para su existencia. Por lo
que se considera que la violencia es producto de
los mismos hombres por ser desde un principio seres instintivos, motivados por
deseos que son el resultado de apetencias salvajes y primitivas.
En ese sentido,
los dos grandes argumentos contendientes en esta búsqueda explicativa, son del
que se aduce que el feminicidio es un producto idiosincrático y cultural y; por
otro lado, con el que sostiene que en realidad se trata de un fenómeno natural, entiéndase,
inevitable.
Jean-Jacques
Rousseau sostenía la teoría de que el hombre era naturalmente bueno pero que la
sociedad corrompía esta bondad y que, por lo tanto, la persona no nacía
perversa sino que se hacía perversa y que era necesario volver a la virtud
primitiva. Ya luego, haciendo referencia a la postura de los
rousseanianos, es que la explicación del fenómeno feminicida es antropológico
y cultural. Y su posición va todavía más lejos, ya que creen que "el
feminicida es moralizador", alguien que actúa por principio y por lo tanto
que sus actos criminales y catastróficos están justificados desde un campo racional
y principista. Por supuesto, la moral en cuestión es la de una cultura
particular, aquella patriarcal, que castiga a las mujeres que desobedecen sus
dictámenes. Es decir, que el feminicida no es sino el producto de una cultura.
Una especie de 'víctima' de la cultura en juego, en el que la mujer es la
otra víctima sobre la que recae y por tanto, el objeto. Para ser más precisos, las premisas
primordiales de la tesis cultural son que la violencia es un medio para dominar
y detentar poder, donde la dominación y esa búsqueda de poder a través de ésta es
el fin. Además, según esta tesis, intrínsecamente el feminicidio puede ser entendido
como un castigo aversivo a las mujeres que desobedecen los mandatos
patriarcales y que también están los casos de individuos irracionales o con
ciertos defectos psicológicos y/o biológicos y/o sociales y/o evolutivos, que
infravaloran y cosifican a las mujeres de la generalidad de una sociedad; explicaciones
y razones suficientes para ellos, bajo las cuales delinquen.
De hecho, quienes defienden esta tesis cultural no
pueden sostener una posición extrema ni radical. Porque, en efecto, no solamente la cultura sino son otros
factores; como la moralidad adquirida y los aspectos biológicos, que en su universalidad suponen que
somos agentes responsables de nuestras acciones, lo que conforma un todo.
Y como una
antítesis a la primera postura, está la discusión sobre el carácter innato de
la violencia humana y que, a diferencia de Rousseau y otros pensadores, el
filósofo inglés Thomas Hobbes sentenció que la humanidad tiene una agresividad
innata y que el instinto de agresión humana dirigido hacia sus congéneres, es
la causa de la violencia contemporánea.
Por lo tanto, de una explicación natural que pone
en relieve la violencia de género, no puede afirmarse como en la tesis cultural
que los agresores u homicidas, sean a su vez, necesariamente 'víctimas o
marionetas' -aunque no de la cultura como suponen algunos, sino de sus impulsos
irresistibles-, porque impediría que dichos entes sociales se puedan autodeterminar
en el ámbito donde socialmente se desenvuelven y; por lo tanto, quedaría que
sus víctimas deberían resignarse. Pero con todo, el perjuicio de la víctima, es
mucho más que suficiente para reprochar la conducta o en todo caso para tratar
de evitarla.
Así que, en ambos casos, los derechos de las
mujeres tienen -o deberían de tener- una prioridad inalienable. Absolutamente
nadie debería suponer que algún acto de violencia es moral, cultural o innatamente
justificado. En otras palabras, deben protegerse férreamente los derechos de
las víctimas o de las potenciales víctimas, privilegiando sus derechos
fundamentales por sobre los de los agresores. De esta forma, de la presente articulación de la tesis natural-evolutiva
con la tesis antropológica-cultural, trasciende que la agencia humana es
el resultado de la interacción de una diversidad de factores; donde puede
haber sociedades más violentas que otras y que para defender los derechos de
las mujeres, no puede caerse en una perspectiva reduccionista.