Winston Churchill es la evocación nuclear del cúmulo de figuras europeas importantes del siglo XX, sin duda, de las más
determinantes y reconocibles de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
Churchill se caracterizó por ser un hombre poliédrico, contradictorio y huraño
a la vez que afable, carismático y seductor. Esos rasgos reaparecen a lo largo
de su vida tanto en privado como en público. Como primer ministro del Reino
Unido, logró motivar la participación prolongada en el conflicto y unir a los británicos en uno de los episodios más
oscuros de su historia a pesar de las oposiciones y las serias divergencias. Todo esto no hubiese sido posible sin su atractiva personalidad
y su innegable talento como orador. De hecho, el Líder de la oposición, Clement
Attlee, rindió homenaje a su formidable y estratégico oponente, y lo llamó 'el último de
los grandes oradores que puede tocar las alturas'. No es de extrañar, por tanto, que haya producido tantas citas memorables y nuevos vocablos en su trayectoria.
Extravagante, firme, provocador, visionario, controvertido, prestigioso, desafiante, militar de oficio, pintor aficionado, incansable lector, escritor prolífico y brillante parlamentario. Winston
era fuente de inspiración y un personaje complejo, pero su resolución y audacia constituyó la clave
para derrotar a Hitler y cambiar el curso definitivo de su país. Churchill -'el bulldog británico', como le sobrenombraron los soviéticos- se
atrevió a decir en voz alta lo que muchos pensaban en voz baja y haciendo referencia a sus profundas convicciones, apeló a los sentimientos
patrióticos de todos los ciudadanos. Ahí resplandece el momento culminante de su
carrera y por el que merece ser recordado.
Winston
Leonard Spencer Churchill (1874-1965) fue un político, estadista e historiador,
conocido por su liderazgo. Es considerado uno de los más grandes líderes de tiempos
de guerra y además fue primer ministro del Reino Unido en dos períodos (1940-45 y
1951-55). Churchill asimismo era oficial del Ejército británico, periodista
(entre otros encargos, fue corresponsal de guerra en Cuba para 'The Daily
Graphic' y, en la Segunda Guerra Anglo-Bóer, del influyente diario conservador 'The Morning Post') y artista. Es el único primer ministro británico reconocido y galardonado con el Premio Nobel de Literatura. También fue nombrado ciudadano
honorario de los Estados Unidos de América.
Por
eso, la Cámara de los Lores y la de los Comunes acordaron encargar un retrato
de aquel 'gigante' que mantuvo en pie a la nación en los difíciles días en que la amenaza
nazi atenazaba a Inglaterra. Y detrás de los hitos históricos más conocidos
del que fue primer ministro durante la Segunda Guerra Mundial, se
esconden anécdotas increíbles y mundanas.
LA LATENTE MALA SUERTE INHERENTE AL PRIMER MINISTRO
Pese
a que vivió hasta los 90 años, Winston Churchill era propenso a las enfermedades y los accidentes
y no fueron pocos los que intentaron llevarlo a la tumba antes de tiempo: desde
caídas que pudieron resultar mortales a un grave accidente automovilístico. Se dice que su
relación con la mala suerte empezó temprano, ya que de niño cayó de un puente y
se dañó un riñón. Años más tarde, casi muere ahogado en Suiza en unas
vacaciones.
La
falta de cariño de niño aparece como una condicionante esencial. Sus padres
eran hondamente egoístas y lo abandonaron al cuidado de otros. Eso le marcó, pero continuó adorando a su padre -que
había anexionado Birmania al Imperio- y quería locamente a su madre, dedicándole palabras maravillosas en su autobiografía. En todo caso, es un
espectáculo muy triste ver a un niño lejos de su familia, porque muy
pocas veces fueron a visitarlo en sus años escolares, sólo una vez en que estaba al
borde de la muerte por enfermedad.
A
finales de diciembre de 1931, sir Winston Churchill es atropellado por un automóvil cuando descendía de un taxi en la Quinta Avenida
neoyorkina, entre las calles 76º y 77º en Manhattan. Fue un atropellamiento
histórico. Es probable que -tal y como reconoció el futuro primer ministro inglés-, la culpa había sido suya por no mirar en la dirección correcta, de forma que no se
percató que un coche se aproximaba por el lado contrario. Si los ingleses
condujesen como el resto de los mortales, quizá esto no habría sucedido.
El impacto pudo haber tenido irreversibles consecuencias para el mandatario británico, ya que
fue desplazado varios metros en la calzada y el incidente le provocó -entre
otras dolencias-, un traumatismo craneoencefálico.
En
el informe de alta hospitalaria se dieron varios diagnósticos: esguince del
hombro derecho, herida inciso-contusa en el cuero cabelludo -secundaria al
traumatismo craneoencefálico-, herida superficial a nivel nasal y dos fracturas
costales. Algún tiempo después, Churchill solicitó al profesor de Física de la Universidad de Oxford, Frederick Lindemann, que calculase la fuerza del impacto de su
accidente de tráfico. El científico le respondió por vía telegráfica:
«El
impacto del coche fue equivalente a dos cargas de perdigones disparadas a
quemarropa». Los médicos, ya luego, le explicaron que había salvado
milagrosamente su vida.
En
cuanto a su carrera militar, Churchill sólo consiguió después del tercer
intento ingresar en septiembre de 1893 en la Real Academia de Sandhurst; y
en diciembre de 1894 se graduó, siendo el octavo entre los ciento cincuenta de su
promoción. Posteriormente se enlistó en el ejército cuando tenía 21 años como segundo
teniente en el 4º Regimiento de Húsares, estacionado en Bangalore, India.
Cuando llegó, sufrió un accidente que le dislocó el hombro, lo que le provocó
dolores y molestias de por vida.
Churchill tenía un sentido del deber espartano, sin embargo disfrutaba del champán, los puros y la buena mesa. Es conocido que amaba la velocidad y que era adicto al riesgo, de suerte que en su juventud también estuvo a punto de perecer en un accidente de aviación.
Churchill tenía un sentido del deber espartano, sin embargo disfrutaba del champán, los puros y la buena mesa. Es conocido que amaba la velocidad y que era adicto al riesgo, de suerte que en su juventud también estuvo a punto de perecer en un accidente de aviación.
En
otro instante, logró escapar tras ser capturado durante el conflicto. En 1899,
Churchill viajaba como corresponsal de guerra en Sudáfrica a bordo de un tren
del ejército británico que se descarriló tras un ataque enemigo. Pese a no ser
militar, el entonces joven de apenas 25 años fue capturado y enviado a un campo
de prisioneros, logrando escapar del campo y regresar a Gran
Bretaña. Un suceso que lo hizo popular y le ayudó a lanzar su carrera política.
Después
de que su partido conservador perdiera las elecciones generales de 1945, Winston Churchill lideró la oposición. En 1951 consiguió una vez más ser primer ministro,
hasta su retiro en 1955. No obstante, al ver que estaba disminuyendo su capacidad física e
intelectual, se retiró de dicha posición en 1955 y fue
sustituido por Anthony Eden, quien por muchos años había sido su ambicioso
protegido. Un accidente cerebro vascular le dejó paralizada la parte izquierda
de su cuerpo, en junio de 1953.
En
1963, el presidente Kennedy nombró a Churchill Ciudadano Honorario de los
Estados Unidos. Estaba ya muy enfermo para asistir a la ceremonia, a la cual
fueron su hijo y nietos. El 15 de enero de 1965, Churchill sufrió un segundo
ataque cardíaco que le ocasionó una severa trombosis cerebral. Durante los últimos años de su vida, su fortaleza personal no fue suficiente
para resistir la persistente arteriosclerosis cerebral, un trastorno cerebral que sufrió. Falleció días después, el 24 de enero de 1965, el mismo
día en que había fallecido su padre, setenta años antes. Las últimas palabras
que se le oyeron pronunciar fueron: «¡Es todo tan aburrido!». Para el
activísimo Churchill, esos finales diez años de vejez y retiro habían sido más
insoportables que los conflictos militares y diplomáticos. Su cuerpo permaneció
en la capilla ardiente en Westminster durante tres días.
A su
muerte, la reina Isabel II concedió el honor de un funeral de estado en el
que se dio una de las mayores reuniones de jefes de Estado nunca antes vistas,
por ser uno de los hombres más influyentes en la historia del Reino Unido. El
funeral se realizó en la catedral de San Pablo. Fue el primer funeral celebrado
en esa catedral a un hombre no perteneciente a la realeza desde que se le
hiciera al mariscal de campo, lord Roberts de Kandahar en 1914. Cuando su
féretro fue transportado por el río Támesis, la totalidad de grúas estaban inclinadas
en saludo. La artillería real hizo diecinueve disparos en su honor, como se
hace tradicionalmente con los jefes de estado, y dieciséis aviones de la RAF sobrevolaron el cielo de Londres. El funeral propició la asistencia del mayor número de dignatarios
históricamente registrados de Gran Bretaña, contando representantes de más de
cien países. Fue la reunión más grande de jefes de estado hasta el
fallecimiento del papa Juan Pablo II en 2005.
Él
solo fue capaz de cambiar el rumbo del porvenir. Estuvo a punto de morir
numerosas veces: una caída, enfermedades, lances bélicos, accidentes
de avión, un desafortunado atropellamiento en una avenida de Nueva York. Entonces, sobrevivir, reafirmó su idea de estar
llamado por el destino. El
pueblo había reconocido en Winston Churchill la personificación de lo más noble de sus antepasados y de las más hermosas cualidades de su raza, por eso no cesó de
aclamarlo como su héroe hasta su muerte.