Les voy a contar algo...
Ya les dije que él volvió de nuevo a pasar otros días de trabajo aquí en Ciudad de México, entonces nos veíamos cada tarde después de nuestras ocupaciones;
así que durante su estancia, prácticamente teníamos sexo diario. Todo era
felicidad para mí, manteníamos hace ya mucho tiempo una relación genial, casi perfecta.
Un día de esos, se me ocurrió pedirle que pasáramos una noche completa en mi
casa; quería ser suya en mi cama, bajo mis sábanas. Al principio se opuso, pero
cuando le dije que todos saldrían el fin de semana siguiente, aceptó. Así que
estaba la oportunidad de amarnos sin escondernos de nadie y gozar de nuestro
amor e intimidad. El resto de la semana me pareció eterno, pero llegó el sábado. Cuando por fin se habían ido, comencé a preparar el que sería nuestro nido
de amor por unas horas.
Él
llegó puntual a las seis de la tarde, yo lo estaba esperando vistiendo una bata de
encaje transparente de color rosa que me había regalado. En juego me puse una
tanga y un bra del mismo color y tela, y claro está, descalza ¡tal como le gusta! Sólo quería hacer todo para sorprenderlo. Tocó el timbre, abrí y al estar en la
puerta de mi casa, le di un tirón para hacerlo entrar rápidamente. No podía
arriesgarme a que algún vecino lo viera. Ya adentro, nos fundimos en un largo y
tierno beso. Fue un beso suave y muy prolongado, no había prisas, teníamos toda
la tarde y la noche entera para nosotros. Pasamos al comedor donde reímos y hablamos de todo, mientras le
serví lo que yo misma le había preparado para la comida. Al terminar le llevé
el postre, eran fresas con crema. Le dejé la copa con sus fresas, me
jaló hacia él y me sentó sobre la mesa para quedar ambos de frente. Acercó el bote de
crema y untó una gran cantidad en mis piernas y abdomen y con su lengua empezó a lamerme
muy lentamente.
Tomó
una fresa y tras el ritual de pasarla por mis labios y humedecerla con la
lengua, la deslizó ardiente por mi barbilla y fue bajando para delinear el
canalillo entre mis senos, recorriendo mis pezones que ya estaban totalmente
duros. Le guié sus dedos y le di a morder la fresa, para luego pasarla otra
vez por mis pezones, impregnándolos del jugo. Seguía lamiéndolos con tal fuerza, que los probaba y los succionaba saboreando el néctar de la fruta. Enseguida terminamos de
comer el resto de la fresa. Él veía cómo me mordía el labio
inferior, para indicarle que me gustaba.
Ya había dejado mi abdomen sin rastro de crema, pero volvió a tomar el bote y me embadurnó el brassiere y de igual forma se dedicó a limpiarme. Yo estaba gozando
mucho, no lo habíamos hecho antes. Ahí me encontraba sobre la mesa, semidesnuda
y disfrutando sus caricias irresistibles; lo que me llenaba de una inmensa
morbosidad. Mi vagina escurría gran cantidad de líquidos. Él lo
notó y mientras seguía chupando mi sostén, su mano ya había entrado dentro de mi ropa interior y
jugaba con mi entrada y mis labios vaginales. Su boca fue descendiendo hasta llegar a
mi tanga, con sus manos la levantó un poco y puso gran cantidad de crema sobre
mi monte de venus. Era tanta la crema colocada ahí, que se abultaba
con el relleno y se esparcía a los lados desparramándose. Me
abrió las piernas y empezó a deleitarse con la crema que se salía. Yo sentía algo
así como descargas eléctricas en mi vientre, experimentaba su lengua tan cerca y la
frescura de la crema sobre mi vagina -y ya una parte también dentro de sus profundidades- que me hacían sentir miles de sensaciones y emociones raras… diferentes, excitantes. Estaba simplemente enloquecida.
Mi
vagina seguía escurriendo. Ahora mis líquidos estaban mezclados con la crema y mi tanga empapada. Él aún no circundaba su lengua a la orilla, pero debo decir que
con este juego, tuve mi primer orgasmo de la tarde. Cuando por fin su lengua
llegó a posarse, sentí morirme, su lengua presionaba mi tanga
contra mi vagina y al tiempo que la crema se volvía a salir por los lados, otra parte de ésta se introducía en mí, llenándome. Sus dedos fueron retirándome la ropa interior por completo y me
encantó como se veía mi entrepierna toda llena de crema. Me entregó la tanga
que acababa de quitarme y sin pensarlo me la llevé a la boca, tenía un sabor
delicioso, mis líquidos le daban un sabor diferente a la crema.
Estaba extasiada saboreando mi prenda cuando sentí su lengua sobre mi
vagina, jugaba con mis labios de una forma magnífica. Con sus movimientos entraba en mí, intentando sacar hasta el último residuo de la crema que ahí se había metido; aunque después no sólo su lengua hurgaba dentro de mí, dos de sus dedos se le unieron
en la búsqueda de más crema en mi interior. Cuando terminó de chuparme dejándome
completamente limpia, yo estaba desfallecida, había sido un inmenso placer y sin la necesidad de penetrarme.
Una vez recuperada, lo vi sentado en la silla, observándome. Le pregunté qué pensaba y me respondió que le gustaba admirarme, que lo tenía
loco y que mi cuerpo le encantaba. Me bajé de la mesa y me arrodillé frente a
él bajándole el cierre del pantalón, le dije que él ya había comido su postre y que ahora
me tocaba a mí. Así que dejé libre ese duro y grueso pene, le unté
crema por todo lo largo -más en la punta- y empecé a chuparlo precisamente
como si fuese un helado. Mi lengua recorría todo su tronco y cuando se acababa
la crema volvía a ponerle más, cual insaciable. En verdad pude percibir que estaba disfrutando esas succionadas que le daba. Su respiración aumentaba de ritmo y sus jadeos me indicaban
que muy pronto eyacularía, así que me metí casi la totalidad de ese riquísimo
pene entre mis labios y con mi mano derecha lo masturbaba y con la izquierda
acariciaba su abdomen. Sentí la gloria cuando varios chorros de
semen llenaron mi boca, que por lo abrupto me costó trabajo tomarme, pero no dejé que se escapara ni una sola gota. Nos miramos, nos besamos y nos acomodamos la ropa para pasar a la sala a ver televisión.
Al
caer la noche, nos dispusimos a irnos a acostar, pero estaba muy interesante la película que pasaban. Al terminar de verla, fuimos
a la recámara y nos abrazamos besándonos, su lengua hurgaba
en mi boca y sus manos retiraban de mi cuerpo
la bata y cada una de mis prendas. En segundos me dejó toda desnuda, sus dedos hacían maravillas en mi piel, yo no podía más y casi le
arranqué la ropa. Sentir su cuerpo desnudo era fenomenal. Su
calidez, la dureza de su miembro rosando mi abdomen. Se recostó sobre mí y podía
sentir su pene rosando la entrada de mi vagina.
Por
reflejo, ante esta sensación, abrí las piernas para darle entrada a mi
interior. Su pene con mi lubricación, sin esfuerzo, se
perdió completamente. El ritmo al principio era lento,
entraba y salía de mí, dándome un placer intenso; un largo rato lo
hicimos así, queríamos hacer de esa madrugada algo único y especial. Espontáneamente, fue subiendo la velocidad de sus movimientos y yo aumentaba el sonido de mis
gemidos hasta hacer que fueran gritos. A gritos le decía cuanto lo amaba y el placer que me daba. Gritando le pedía que no se detuviera, que me
siguiera penetrando así. Olvidé por completo pensar si había alguien alrededor. Me llenó mi vagina con su candente y espeso semen y volví a
gritarle que necesitaba que me extasiara con su leche. Descansamos un rato,
pero deseaba aún más, así que me acomodé para poder chuparle su miembro y ya levantado, bajé poco a poco
haciendo que se perdiera a través de mi ano. Cuando sentí dentro aproximadamente la mitad, me dejé caer para que entrara
de un solo golpe. De mi garganta escapó un grito enorme de dolor y
placer. Hubo muchísimos más, cada metida que me daba, era un grito que escapaba. Sin medir consecuencias ni
recordando el lugar donde estaba, le decía que me
partiera en dos, que me perturbaba como me cogía, que quería que me llenara con su semen. Estaba completamente fuera de
mí, me sentía feliz, en éxtasis, en las nubes, como drogada por el placer; me
sentía en pocas palabras, la más puta del mundo y así lo exclamé, le dije que era
fantástico ser su puta, que nadie me haría gozar nunca como él. Todo parecía
excitarle, que le dijera todas esas cosas le calentaban y más fuerte me bombeaba el culo.
No
sé bien a bien que tiempo pasó, pero hice que dos veces me llenara con su semen, perdí la cuenta de la cantidad de orgasmos que tuve estando así
ensartada por ese mágico falo del placer. Me bajé de él y me recosté dándole la
espalda, levanté una de mis piernas y aprovechando que aún estaba erecto, me lo
volví a introducir y bajé mi pierna haciendo presión al máximo en su
pene entre mis nalgas. No nos movíamos, sólo sentía su dureza dentro. Ya
a estas alturas sentía un pequeño ardor en mi ano, pero no me importaba, quería
seguir sintiendo su pene llenándome por completo. Así nos ganó el sueño y
permaneció dentro hasta el día siguiente.
Desperté
por las embestidas, sacando y metiendo su pene en mí. Fue un despertar
único. Volvió a mí la lujuria y mi respiración aumentaba, pero no
grité como la noche anterior; creo que ya no tenía fuerzas. Entre gemidos le
pedí que me avisara cuando fuera a terminar, él asintió con la cabeza. Al poco
rato de mi petición, lo oí decirme de forma entrecortada "mi amor, me vas
a hacer acabar". Escuché esto, saqué rápidamente su pene y me coloqué de hinojos sobre la cama para chuparlo. Casi se lo arrancaba con la succión de
mis labios. Sentí grandes chorros de semen, pero en esta ocasión
no me lo tomé, lo guardé en mi boca y cuando estuve segura que no quedaba más,
abrí la boca para verter ese semen sobre su pene todavía duro. Lo cubrí por
completo y lo acariciaba y, de vez en vez, lo volvía a chupar. Se sentía rico y
pegajoso acariciarlo, mientras embarraba el semen a todo lo largo de su
miembro.
Habíamos disfrutado como nunca esa cogida. Cuando me levanté de chuparle todo, mi mirada
estaba cargada de toda la pasión sentida. Al mismo tiempo, me sentía amada y
protegida por él. Creo que ha sido de nuestros mejores encuentros.