Dentro
de la complejidad de la dinámica socio-histórico-religioso-cultural de las
comunidades humanas identitarias, existe algo necesariamente inestable en la coyuntura del
ser humano; una inestabilidad que lo puede empujar puntual y voluntariamente al
reposicionamiento del ser mismo de las cosas, un reposicionamiento que en el
ámbito se ha ido asociando tanto a la veneración como a la destrucción de obras artísticas de corte sacro y que
posteriormente entran en conflicto, sea para borrar rasgos de un
determinado pasado o para lanzarse de cara a las hipotéticas promesas de un futuro
en ciernes.
Pero la destrucción de imágenes y del arte religioso, no
es el privilegio de comunidades sociales supuestamente subdesarrolladas o en vía
de desarrollo; tampoco puede quedar asociado a un probable estado de ignorancia
o retraso intelectual de la persona que en algún momento decidió manifestarse
en contra de una determinada imagen, pintura o escultura. Además, cabe subrayar
que una comprensión profunda del período iconoclasta en Bizancio, es complicada
por el hecho de que la mayor parte de las fuentes que han sobrevivido fueron
escritas por los vencedores definitivos en la controversia: los iconódulos. Es
por eso que resulta difícil obtener aspectos de dicha pugna razonablemente exactos, equilibrados, objetivos y
completos en torno a los acontecimientos.
LA ICONOCLASIA COMO UNA FORMA DE PROTESTA
La iconoclasia
o iconoclastia, es una expresión que en griego significa «ruptura de imágenes».
Es la deliberada destrucción dentro de una cultura de los íconos religiosos de
la propia cultura y otros símbolos o monumentos, normalmente por motivos
religiosos o políticos. También se define como la «doctrina de los
iconoclastas». La acepción «iconoclasta» deriva de εικονοκλάστης, rompedor
de imágenes; y se define como tal, en particular, al "movimiento del siglo VIII
que negaba el culto debido a las sagradas imágenes, las destruía y perseguía a
quienes las veneraban". La iconoclasia es un componente frecuente de los
principales cambios en la religión o en la política que ocurren en el interior de una
sociedad.
El
término opuesto a «iconoclasta» es «iconódulo», que proviene de las palabras
«ícono» (imagen) y «dulía» (veneración). La herejía opuesta a ambas doctrinas,
la iconoclasia y la iconodulía, es la idolatría; en la que las imágenes o
figuras se adoran en sí mismas, en lugar de limitarse a reverenciarlas como
representación de lo que se adora. En el contexto del Imperio Bizantino el
término que se usa es, principalmente, iconódulos, aunque también puede verse
escrito «iconófilos».
La
iconoclasia puede llevarse a cabo por personas de diferente culto o creencia, pero a
menudo es el resultado de disputas sectarias entre facciones de la misma
religión. En el cristianismo, la iconoclasia se basaba en la lectura de los
Diez Mandamientos, que prohíben la elaboración y veneración de «imágenes». Los
dos estallidos más serios de iconoclasia que se produjeron en el Imperio
Bizantino durante los siglos VIII y IX son inusuales, en el sentido de que la
disputa se centraba en el uso de las imágenes, más que ser un producto
secundario de preocupaciones más profundas.
Sin embargo, como se advirtió preliminarmente, lo
que queda de los argumentos iconoclastas se encuentra en gran medida en
escritos iconódulos.
LAS PREMISAS DE LA ICLONOCLASIA BIZANTINA
1. La
iconoclasia condenaba la realización de cualquier imagen sin vida (esto es,
pintura o escultura) que pretenda representar a Jesús o a uno de los santos. El
Epítome de la Definición del conciábulo iconoclasta celebrado en 754, declaró:
«Con
apoyo en las Sagradas Escrituras y los Padres, declaramos unánimemente, en el
nombre de la Santísima Trinidad, que se rechazarán y se quitarán y maldecirán
de las iglesias cristianas cada imagen que se haya hecho de cualquier material y
color cualquiera que sea el malvado arte de los pintores... Si cualquiera se
atreve a representar la imagen divina (χαρακτήρ, charaktēr) del mundo después
de la Encarnación con colores materiales, ¡será anatema!... Si cualquiera
pretende representar las formas de los Santos en pinturas sin vida con colores
materiales que no son valiosas (pues esta idea es vana y la ha creado el
demonio), y no representa más bien sus virtudes como imágenes vivas en sí
mismas, ¡será anatema!".»
2. Para
los iconoclastas, la única imagen religiosa real debe tener una semejanza
exacta con el prototipo -de la misma sustancia-; lo que consideran imposible,
faltándole espíritu y vida a la madera y la pintura. Por ello, para esta doctrina el único «ícono» verdadero (y permitido) de Jesús era la
eucaristía, que se creía que era su verdadero cuerpo y sangre.
3. Cualquier
imagen verdadera de Jesús debía ser capaz de representar tanto su naturaleza
divina (que es imposible porque no puede ser visto ni abarcado) y su naturaleza
humana (que es posible). Pero al hacer un ícono de Jesús, uno está separando
sus naturalezas divina y humana, puesto que sólo lo humano puede representarse
(separar las naturalezas era considerado nestorianismo); o de otro modo
confundiendo las naturalezas divina y humana, considerándolas a ambas una sola
(unión de las naturalezas humana y divina, lo que se consideraba monofisismo).
4. El
uso de imágenes con finalidad religiosa se veía como una innovación en la
Iglesia, un error satánico que confundía a los cristianos para volver a
prácticas paganas.
«Satán
confundió a los hombres, de manera que veneraron a la criatura en lugar de al
Creador. La Ley de Moisés y los Profetas cooperaron para eliminar esta ruina...
Pero el anteriormente mencionado demiurgo del mal... gradualmente trajo de
nuevo la idolatría bajo la apariencia de Cristianismo».
También
se vio como un apartamiento de la tradición eclesiástica antigua, de la que hay
documentación escrita opuesta a las imágenes religiosas.
LA ICONODULÍA COMO CONFRONTACIÓN ANTITÉTICA
La
respuesta iconódula a la iconoclasia, incluía:
1. Afirmación
que el mandamiento bíblico que prohibía las imágenes de Dios había sido
superado por la encarnación de Jesús, quien, siendo la segunda persona de la
Trinidad, es Dios encarnado en materia visible. Por ende, no estaban
representando al Dios invisible, sino a Dios tal como apareció en carne. Fueron
capaces de aducir el tema de la encarnación en su favor, mientras que los
iconoclastas habían usado la encarnación contra ellos.
2. Más
aún, desde su punto de vista los ídolos representaban personas sin sustancia o
realidad, mientras que los íconos representaban a personas reales.
Esencialmente el argumento era «todas las imágenes religiosas que no son de
nuestra fe, son ídolos; todas las imágenes de nuestra fe, son íconos que hay que
venerar». Esto era considerado comparable a la práctica del Antiguo Testamento
de ofrecer sacrificios de fuego sólo a Dios, y no a ningún otro dios.
3. En
relación con la tradición escrita que se oponía a la realización y veneración
de imágenes, afirmaban que los íconos eran parte de la tradición oral no
documentada (parádosis, sancionada en la Ortodoxia como autoridad en doctrina
por referencia a la Segunda epístola a los tesalonicenses 2:15, Basilio el
Grande, etc.).
4. Los
argumentos fueron tomados del milagroso Acheiropoieta, el supuesto ícono de la
Virgen pintado con su aprobación por San Lucas y otras ocurrencias milagrosas
alrededor de íconos, que demostraban la aprobación divina de las prácticas
iconódulas.
5. Los
iconódulos argumentaban además que decisiones semejantes a si los íconos deben
ser venerados o no, deben tomarse por la iglesia correctamente reunida en
concilio, no de imposición a la iglesia por parte de un emperador. De esta
manera, el argumento también implicó el tema de la relación adecuada entre la
iglesia y el estado. En relación a esto, estaba la observación de que era absurdo
denegar a Dios el mismo honor que libremente se daba al emperador humano.
Esa
práctica continuó desde el principio hasta el fin de la controversia
iconoclasta y más allá, con algunos emperadores reforzando la iconoclasia, y
dos emperatrices regentes forzando el restablecimiento de la veneración de
imágenes.
Entonces, un pueblo puede ser desestabilizado y desarraigado no
solamente a través de un genocidio sabiamente orquestado, sino también -y de
una manera igualmente brutal- por medio de la aniquilación y la supresión de su
lengua, de su cultura o de su arquitectura tradicional; porque si
bien el arte, en el sentido moderno de la palabra, suele designar a un grupo de
selectos objetos relacionados con la posibilidad del placer estético, desde sus
primeras manifestaciones ha servido y sigue sirviendo de arraigo existencial
privilegiado a un individuo angustiado por la toma de consciencia de su
finitud. Por lo tanto, cualquier paso dado hacia la iconoclasia,
sea a pequeña o gran escala, debería aprehenderse y pensarse con la pertinencia
requerida, tomando en cuenta que siempre termina apuntando hacia algo peligroso
para la sobrevivencia de un determinado grupo de seres humanos.
"Todos
los emperadores que tomaron las imágenes y las veneraron, encontraron la muerte
en revuelta o en la guerra; pero los que no las veneraron murieron de muerte
natural, permanecieron en el poder hasta su muerte, y luego se les enterró con
todos los honores en el mausoleo imperial en la iglesia de los Santos
Apóstoles". (LEÓN V)