sábado, 28 de septiembre de 2019

LA EROTECA: "UN ENFADO, NUESTRA DULCE RECONCILIACIÓN… HAZME EL AMOR, OTRA VEZ, DESPACIO Y FURIOSAMENTE"

Todas las parejas discuten, todas las parejas tienen problemas; ninguna relación está exenta de malos momentos, de malos entendidos. Tampoco la nuestra. Sin embargo, los años juntos te anclan a una persona; pero lo más importante es saber que esas nimiedades, que esos pequeños errores que todos cometemos no son motivo para tirar por la borda lo que se ha construido. Bien dicen que errar es de humanos y rectificar es de sabios. Así que no hay que darle mayor relevancia a tonterías que, aunque claro, pueden causar pesar y en algunos casos algo de dolor, no son un verdadero motivo para fracturar algo hermoso, como lo es nuestro amor. Es por ello que vale la pena dedicar un tiempo a solucionar disidencias y antagonismos, y seguir adelante caminando unidos. Son nociones que reflexiono mientras estoy recostada en el sofá.
Creo que aquél fue un día extenso para los dos, al menos una tarde larga y exhaustiva emocionalmente. Nunca me ha sido fácil enfrentar las situaciones emocionales, pero decidí no dejar que mis taras mentales me consumieran. No vale la pena. Me veo en el espejo y tengo el rostro enrojecido, no puedo soltar un par de lágrimas sin que mi cara se convierta en un poema. Ambos hemos levantado la bandera de la paz, hemos hablado y dado por zanjado el tema, pero la tensión aún es palpable. Después de un rato dándonos un tiempo fuera, entras a la sala, te sientas junto a mí apoyándonos en el respaldo del sofá y nos miramos sin decirnos nada, sólo una risa tenue que rebaja la presión. Los minutos pasan y seguimos uno al costado del otro. Me vuelves a sonreír y extiendes tu mano colocándola entre la distancia que separa nuestros cuerpos, esperas expectante mi reacción. Te sonrío a medio lado, aproximo mis dedos hasta tu mano y los atrapas con fuerza y determinación. Hay silencio, escucho nuestra respiración, igual podría jurar que puedo sentir el latir de tu corazón.

Supongo que la siguiente acción es la adecuada, la justa y la necesaria para dar por terminado realmente el conflicto. Me siento a horcajadas sobre ti. Me atraes lo más que puedes y me estrechas tanto que me cuesta un poco respirar. Puede que en ocasiones no sé lidiar con las emociones, y menos en mi caso, que soy un completo torbellino de sentimientos. Me sigues arropando con tus brazos, cubriendo mi figura, es como si quisieras fusionarte conmigo. Yo también lo necesito. Cuando por fin luego de un rato me sueltas, aspiro y exhalo. Tu mano recorre mi rostro y secas esa diminuta lágrima traicionera que todavía se escapa: "ya mi amor", susurras con tal afecto que derrites todas mis defensas y me echo a tu pecho, aferrándome fuertemente. Hundo mi cabeza, acariciando tu cuello con mi nariz y dándote un suave beso. Me incorporo y apoyo mis manos en ti: "Sabes, necesitamos algo para dar esto por olvidado, me debes sexo de reconciliación, pero… quiero que me hagas el amor despacio y furiosamente, tonto". Y luego te doy otro beso en los labios. "Sé que un abrazo no es suficiente, ni los besos y caricias subsiguientes. Sé que costará cicatrizar la herida, pero también sé que con eso, se cicatriza antes".
Entonces acaricias mi cara, grabando en tu retina cada gesto, cada poro, cada minúsculo movimiento. Enclavas tus ojos en los míos, refulgentes por las lágrimas derramadas y te sumerges en sus inmensas profundidades. Poco a poco acercas tus labios con un ofrecimiento de reconciliación implícito y me das un beso, apenas un roce. Un beso casi tan tímido como el primero que me diste cuando nos conocimos. Deseas besarme, deseas abrazarme, deseas poder llenarme de felicidad y complacerme por completo y cuando te pido hacer el amor, cuando te digo esas palabras, son tus ojos los que no pueden contener una expresión; y me besas de nuevo, una y otra vez, con besos cada vez más duraderos y vehementes. Estamos hechos un desastre: besos ardientemente prolongados, con un deje de sabor salado. Nos miramos cordialmente, nuestros ojos se encargan de decirlo todo. Ahí van fragmentos de perdón, de amor, de unión infinita. Me abrazas, queremos ser uno, sentirnos. Sanarnos de la mejor manera que sabemos. En tu mirada veo el brillo de la esperanza, en la mía puedes ver el deseo de que todo quede olvidado. Tus acciones son precavidas, sigilosas. La pasión va en aumento, puedes sentir que mis latidos se van acelerando. "Siempre serás mi amor" -me dices-, disipando cualquier duda que se haya generado. Nuestro amor es la comunión perfecta. Y volvemos a fundirnos en besos cada vez más íntimos e intensos.

El amor, la pasión y la creciente excitación se solapan, se unifican con cada beso y con cada caricia. Tus manos asumen gradualmente mayores riesgos desafiando zonas peligrosas, aunque sigues con el temor de ser rechazado a causa de aquella discusión y tener que adicionar en nuestro distanciamiento unas horas más, pero te equivocas. Mi cuerpo se inmuta al toque de tus dedos, mis labios responden con reciprocidad a los tuyos y la temperatura empieza a subir en la sala. Tus caricias bajan por mi espalda hasta mi cintura, estrujándome con firmeza. Tras una sucesión de apasionados besos, te deslizas descendiendo y me aprietas el culo, y abres los ojos para ver cómo reacciono. Te abalanzas a mi cuello sin piedad, acoplando tu boca a mi garganta de la misma forma que los predadores nocturnos lo hacen con sus presas. "Te amo" -articulas-, después pronuncias mi nombre.
Mi respiración agitada, puedes sentirla cómo recorre tu piel. Alboroto tu cabello, juego con él, pues me encanta hacer eso contigo. Tu voz espontánea es como un encendedor en mi corazón y en mi mente. Me alejo un poco de ti, para mirarte fijamente: "Te amo, eres mío y siempre seré tuya, hasta el final de los tiempos y más allá". Vuelves a abalanzarte a mi cuello, ahora con más confianza, con más ímpetu gracias a la seguridad de mis palabras. Las chispas entre nosotros no se hacen esperar. Puedes sentir el vaivén de mis caderas, que me muevo ya con descaro cuando siento crecer algo duro. Muerdo tu cuello muy lentamente y luego el lóbulo de tu oreja, cosas que sé que te trastornan. "Eres mío, soy tuya" -repito dulcemente-.

Mis movimientos te producen algo que no puedes reprimir. Me transportas hasta la habitación, dejándome encima de la cama. Tus manos empiezan a desabrochar el cierre de mi falda, mientras tus labios buscan los míos con hambre. Siento la prisa y el deseo en tus dedos, en tus besos. La desabrochas y la sacas al vuelo. Me ruborizo al ver la mirada que me dedicas. Pienso que atacarás como siempre, pero me sorprende la calma con la que palpas mi cuerpo, y cómo tu boca avanza en pausas; subes mi muslo, te atraigo para sentirte más cerca. Puedes percibir mi total entrega, y yo la viveza de tus ojos y una notable erección. Tu boca abandona la mía y se dirige a mi cuello, presionando suavemente con tus labios para provocarme. Te apropias de mi aroma, de la tibieza de mi piel. Acaricias mi abdomen, redondeas mi ombligo y friccionas mi monte de venus aún protegido por mi ropa interior; tu boca sigue recorriendo mi cuello, bajando por mi garganta. Tus manos acarician mis piernas y pasas la punta de tus dedos por todo, erizando mi microscópico bello. Tu lengua rodea mis senos, transitando en espiral, muy lento, muy despacio, esperando una orden mía antes de lanzarte a mis pezones.
Mi cuerpo comienza a estremecerse, el restregar sutil de tus dedos me está enloqueciendo. Ciño un poco tu mano contra mis pezones y los lames con cierta obscenidad y a la vez con ternura y delicadeza. Mis primeros gemidos no se hacen esperar y me dejo llevar, forzando un poco más tu cabeza contra mi pecho. En mi muslo puedo sentir la dureza de tu miembro palpitante, lo cual sólo logra excitarme más. Te miro llena de lujuria y amor máximo, y me deleito contigo. Succionas mis pezones con serenidad y lascivia a partes iguales. Tus manos buscan mi humedad, intentas apartar el elástico para meterte dentro, para tener un acceso. Tocas mi clítoris con la punta de tu dedo y lo oprimes levemente, temeroso de hacerme daño. Tu erección es potentísima, tanto que ya no es posible retenerla dentro de tus pantalones.

Nuestras miradas se encuentran fijas por unos instantes, casi puedo asegurar que tenemos flashbacks de esa primera vez; puedo sentir tus nervios, tu ardor con cada roce. Una mueca de tu rostro hace que desvíe mi atención hacia tu pene aprisionado. Mi mano desciende y con mis dedos desabrocho el botón de tu pantalón, aprieto por encima de la ropa y sueltas un quejido que es extinguido por tus labios. La excitación crece sin parar. Rápidamente, te despojas de tu ropa quedando completamente desnudo y continúas con la mía. Estando ambos desnudos, nos quedamos en un abrazo en el que siento la presión de tu verga en mi cuerpo, y tú la de mis senos en el tuyo. Tus manos acarician todo mi cuerpo, toda mi piel, deleitándose con el suave tacto y sin poder evitarlo, se aferran a mis pechos al tiempo que tu boca se acopla a mis pezones, succionando y jugando con ellos con tu lengua. Tus manos se siguen y alargan el maravilloso viaje hacia las tierras del deseo.
Ahogo un gemido cuando tus dedos se acercan a mi empapada cueva. Separo un poco más mis piernas y siento cómo tu erección se clava más en mi cuerpo, suelto otros pequeños gemidos producto de la excitación alebrestada por tu boca, y luego tus dedos... uno de mis actos favoritos, es sentir tus dedos adentrándose. Bajo mi mano hasta llegar a tu pene súper-duro con ganas de acción y lo acaricio sosegadamente. Mi mano encajada ahí, te arranca un sonoro y delicioso jadeo. Tu boca sigue con su erótico juego y tu largo índice explorándome profundamente. Enseguida tu boca desciende. Tus dedos, ya empapados, se mueven con agilidad dentro de mí. Besas mi monte de venus. Besas mi rajita por encima, sin colarte dentro, sin saborearme, sin invadirme. Buscando mantener esa provocación en mí, coloco mis dedos por tu cabello, atrayéndote. Tus dedos se introducen con avidez hasta lo más hondo. Salen algunos gritos, muevo mis caderas intentando sentir más, cuando tu boca engulle mi clítoris. Mi cara desencajada de goce, mis dedos te obligan a pegarte más a mi intimidad. Admites con gusto la confirmación de mis intenciones y persigues mi disfrute con ahínco. Deseas que me empape, que me excite, que me extasíe. Buscas nuestro placer, nuestra excitación y nuestro perdón. Deseas que explote en un orgasmo tan intenso que me tiemblen las piernas y empape tu cara con mis flujos, por eso te entregas con todos tus sentidos.

Cierro mis ojos dejándome invadir por las sensaciones, por la forma en la que me devoras. Atraigo tu cabeza más hacia mí, olvidando todo y solamente sintiendo lo que me provocas. Mis gritos de placer no se hacen esperar, mis palabras de aliento pidiendo más y tus hábiles dedos y boca proporcionándome lo que deseo. Cuando sumerges a fondo un par de tus dedos rotándolos en mi interior no puedo resistir más, por la manera en cómo se contrae mi cuerpo sabes bien lo que debes hacer. Tu lengua saborea mi humedad, pruebas mi sabor que te gusta. Es lo que siempre me dices. Vuelvo a acercar tu cabeza contra mi intimidad, muevo mis caderas prácticamente follando tu rostro y cada una de tus lamidas me lleva al orden del éxtasis, cuando un grito más agudo que los demás te indica la proximidad de mi orgasmo y sólo con un par de lamidas más explotan mis jugos en tu boca. Recibes el orgasmo con gran satisfacción, bebiendo y relamiendo mis flujos. Me dejas ese lapso de relax que sigue al clímax, besándome desde abajo, y subiendo muy despacio hasta mi cuello y mis labios. Te colocas sobre mí, dejando caer el peso de tu cuerpo y susurrándome palabras de amor en mis oídos... Amándome, provocándome, arrancándome todo eso que se esconde allí.
Besas mi cuello nuevamente y te acomodas a mi lado, aún con tu verga dura contra mi cuerpo. Tras unos minutos de besos y caricias, tu verga empieza a abrir mi rajita, buscando la entrada, estimulado mi clítoris antes de la invasión. Sofoco un leve grito, cuando siento la cabeza de tu pene rozándome, todavía muy sensible por el reciente orgasmo. Me regalas una sonrisa y una mirada por la gratificación de saber que soy únicamente tuya. No puedo evitar ocultar mi rostro en tu cuello, tu respiración y todo aquéllo que me dices, sólo logran erizarme. Tu pene se pasea por todo lo largo de mi abertura, lo que sabes, me desespera. Diriges tu pene duro como una piedra, y te adentras en mi interior. Es una penetración sumamente lenta, que nos perturba. Sigo recordando el disfrute que siempre ha implicado nuestra historia, mientras sujeto tu rostro con mis manos y te acerco a mis labios. Cuando entras por completo, un gemido es acallado por tu lengua que avasalla sin prisas, pero con mucha fogosidad mi boca. Inicias un movimiento lento y abismal que despierta todo.

Estamos compenetrados, unidos como uno solo. El ritmo profundo y delirante, nos permite disfrutar de besos y caricias que dejaríamos de lado entregados a la lujuria y al desenfreno. Tus manos acarician mi cara, en tanto que nuestras acompasadas respiraciones delatan lo que sentimos mutuamente. Queremos captar cada momento, grabar en nuestra memoria cada placentera sensación multiplicada por el amor que profesamos el uno por el otro. Cada estocada es insondable, es un ritmo arrebatador para ambos. Las caricias tiernas se hacen presentes más visibles que en otras ocasiones. En nuestras bocas hay deseo y necesidad. Tantas expresiones que no pueden ser descritas, sino sentirse y entenderse. Recibo tus besos mordiendo tu labio. Cuando te clavas por completo en mí, consigues sacarme un gemido que rompe la armonía creada por el sonido de nuestros cuerpos.
La penetración está acompañada y cargada de sentimientos: amor, pasión y lujuria en equivalencia. Tus manos se cuelan detrás de mí, acariciando mi espalda y me abrazan enérgicamente, pegándome a ti. Miras mi cara con los ojos cerrados y los labios apretados y no puedes evitar enternecerte, y algo muy tuyo me revela el amor que sientes por mí. Seguimos unidos, moviéndonos al compás, atesorando cada sensación y aproximándonos a un orgasmo cada vez más cercano. Tus brazos rodean mi espalda, cubierta toda por tu fuerte dimensión. Cambias la inclinación haciendo más al fondo el coito, con mis gemidos cada vez más estruendosos me muevo abrumada por cómo me posees. Cuando nuestras miradas vuelven a cruzarse y observas el primer plano de mi rostro desencajado por el placer, mis mejillas se sonrojan más aún; lo que sé, te encanta.

La sensación no puede ser mejor: un éxtasis combinado con amor y ternura, en una mezcla perfecta. Aumentas ligeramente el ritmo de la penetración, así como más dureza en la embestida, arrancándonos sonidos de excitación plena. Tu boca busca la mía. Tus manos buscan mi piel. Cuando nuestras lenguas se rodean la una a la otra, presionas mis caderas y el orgasmo es cada vez más inminente. "Mi amor... estoy... a punto...". Puedes leer todas las emociones en mi rostro, cuando logras decir ese enunciado entrecortado; apenas puedo contestar algo, notas esa expresión característica de mí cuando estoy llegando a la cúspide: "... y yo..." -digo eso en una casi imperceptible frase-. Mis gemidos se intensifican gracias a tus arremetidas, puedo sentir cómo tu pene entra hasta lo más recóndito de mí. Elevo más mis caderas y nos besamos exasperadamente, y poco es lo que puedo resistir, tus potentes embestidas me agitan y me llevan a un intenso orgasmo explosivo.
Cuando sientes que mis contracciones y mis flujos bañan tu verga, intentas aguantar más, pero te resulta imposible. Tus dedos se entierran a mi piel al tiempo que un poderoso orgasmo sacude tu cuerpo inundando mi útero. Con cada chorro, dejas escapar un jadeo y cada vibración te une más a mí. Tras unos segundos de tan oscilante placer, te dejas caer sobre mí, quedando perfectamente acoplados y en un contacto total. Nuestros labios se unen y me remuevo un poco la cantidad de leche que has descargado en mí, es muy considerable, hacía tiempo que no me llenabas así y es una de las mejores sensaciones. Tu pene termina con unos cuantos latigazos más, está encajado todavía adentro. Las caricias íntimas no se hacen esperar, la unión de nuestros cuerpos es extrema: "me encanta cuando te corres en mí, me hace sentir tan tuya" -admito con timidez-.

Al final del intensísimo orgasmo, siguen las caricias y los arrumacos. Tus párpados pesan cada vez más, tu cabeza reposa sobre mi cuerpo y te acomodas en mí, hipnotizado por los latidos de mi corazón. Mientras me das un tironcito de cabello y seguimos con las demostraciones de amor, el sueño empieza a alcanzarnos, luego de un día tan cargado de emociones. Me sonrojo inevitablemente al sentir como se escapan los hilillos de leche desde mi interior, "creo que necesito limpiarme...".


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