lunes, 23 de septiembre de 2019

"POR DIOS QUE ASÍ FUE": EL ATERRADOR CASO DE LAS POQUIANCHIS, LAS ASESINAS SERIALES MÁS DESPIADADAS DE MÉXICO

         "Las Poquianchis", son reminiscencias del pasado y partes vislumbrantes de nuestro tiempo. Constituyen un suceso extremo y revelador que confronta las contradicciones y las resonancias significativas de una realidad verídica y una leyenda oscura, criminológicamente sobresaliente para la sociedad de cualquier época. Ellas son las asesinas seriales más prolíficas registradas en la historia de México, es el sobrenombre y nombre mediático con el que se conoció a una asociación de mujeres mexicanas activas entre 1945 y 1964,​ principalmente en la ciudad de San Francisco del Rincón-Guanajuato.
El grupo estaba integrado por las cuatro hermanas de la familia González Valenzuela: Delfina era la líder. Las otras tres mujeres que formaban el clan criminal, eran: María de Jesús González Valenzuela, María del Carmen González Valenzuela, María Luisa 'Eva' González Valenzuela.

Las hermanas González nacieron bajo el apellido de Torres Valenzuela, fueron hijas del matrimonio conformado por Isidro Torres y Bernardina Valenzuela, oriundos de El Salto-Jalisco. La familia González era una familia disfuncional, su padre -que trabajaba como policía para el gobierno porfirista-, tenía el cargo de alguacil y se mantuvo en el puesto aún después de la Revolución Mexicana. Era un hombre violento, prepotente y autoritario que con frecuencia golpeaba a su esposa e hijas y​ se dice que desde pequeñas obligaba a sus hijas a ver las ejecuciones de los presos. Por su parte, su madre era una fanática religiosa.
Después cuando ocurre que Isidro Torres se convierte en prófugo de la justicia al asesinar a un presunto delincuente, llamado Félix Ornelas, la familia Torres Valenzuela se vio forzada a cambiar su apellido por el de González para evitar posibles represalias y poder huir del pueblo. Para 1935, la familia vivía en un estado de pobreza lamentable; las hermanas habían conseguido empleo en una fábrica textil, pero los miserables salarios que se pagaban apenas les servían para subsistir.

EL COMIENZO DEL HISTORIAL DE LAS ARPÍAS TORTURADORAS


Cuando los padres murieron, les dejaron una modesta herencia; con este capital, Delfina González abrió su primer burdel ubicado en El Salto-Jalisco. Ahí la prostitución era ilegal, pero la vigilancia para combatir esa práctica era precaria. El prostíbulo estuvo activo por mucho tiempo, hasta que una riña suscitada en el lugar llamó la atención de las autoridades, que cerraron el establecimiento.
Corría el año de 1948, cuando Delfina abrió las puertas del burdel 'Guadalajara de Noche'; entre sus clientes figuraban políticos, militares, campesinos y todo aquél que deseaba una noche de placer. Nadie se imaginaba lo que ocurría detrás de esa organización regenteada por esta mujer, que más tarde incorporaría al negocio a las otras hermanas. Años después, serían conocidas como Las Poquianchis.

       La cruel y escalofriante historia inició en San Juan de los Lagos-Jalisco, lugar donde mudaron el anterior burdel. 'El Guadalajara de Noche' empleaba entre sus filas a niñas de incluso 12 a 15 años de edad que eran engañadas, haciéndoles creer a sus padres que trabajarían como empleadas domésticas. Delfina tenía hombres reclutando jovencitas en pueblos y rancherías cercanas, así como recorriendo el territorio de la República; las engañaban cruelmente, las extorsionaban o simplemente se las robaban. Una vez entregadas a Delfina, comenzaba el infierno en el cautiverio; les quitaban la ropa para examinarlas y eran probadas por los ayudantes que se encargaban de abusar de ellas, uno tras otro. Luego las Poquianchis las bañaban con cubetadas de agua helada, les daban vestidos y las sacaban por la noche para que atendieran a la clientela del bar, bajo amenazas de muerte.
       Las mujeres también eran compradas a tratantes. El sistema con el que operaba el prostíbulo, era semejante al peonaje empleado durante el Porfiriato: las cautivas estaban obligadas a comprarle a las madrotas suministros, como ropa y comida a precios arbitrarios, acumulando así inmensas deudas. Entonces eran forzadas a prostituirse para poder pagarles. La Secretaría de Salud emitía tarjetas de control falsas, que las Poquianchis utilizaban para presumir la sanidad de sus empleadas sexuales. Estas tarjetas costaban mucho dinero, pero servían para que los clientes estuvieran tranquilos. Por supuesto, muchas de las prostitutas estaban enfermas.

         Al poco tiempo abrieron las puertas de su segundo burdel -llamado con el mismo nombre 'Guadalajara de Noche'- en San Francisco del Rincón, donde las hermanas de Delfina eran las encargadas de la administración del dinero y del suministro de la comida. Las jóvenes eran alimentadas con cinco tortillas duras y un plato de frijoles al día. Los negocios de prostitución iban viento en popa y enseguida encontraron un local en León-Guanajuato, conocido como 'El Poquianchis', al cual le cambiaron el nombre a 'La barca de oro'; pero la gente continuaba llamándolo 'Poquianchis', mismo sobrenombre por el que serían conocidas las hermanas entre la sociedad. En el año de 1962, los burdeles y cantinas de León fueron prohibidos por el gobierno en Guanajuato, así que las Poquianchis sólo se quedarían con el burdel 'Guadalajara de Noche' ofreciendo a militares servicios gratis a cambio de protección para el prostíbulo.
        La inquietante crónica cuenta que la madre era una católica obsesionada con la religión, misma doctrina que inculcó a sus hijas; pero según la creencia de Delfina la prostitución no era un pecado, siempre y cuando se respetaran ciertas reglas que no podían romper ninguna de sus trabajadoras. En caso contrario, eran salvajemente torturadas; y si alguna protestaba o intentaba escapar o no quería acceder a alguna de las peticiones de sus clientes, eran arrastradas de los cabellos para después ser asesinadas a golpes por los hombres de Delfina. Nunca las asesinaban ellas mismas directamente, pues lo consideraban 'pecado'.

        Delfina y sus hermanas estimaban que al cumplir los 25 años las mujeres ya eran viejas y no les funcionaban, por lo que las entregaban a Salvador Estrada Bocanegra 'El Verdugo' -quien era uno de sus hombres subordinados-, para que las encerrara en los cuartos del rancho. Se quedaban sin comer, las pateaban y golpeaban con una tabla de madera en cuyo extremo había un clavo afilado. Ya que quedaban inconscientes e indefensas, 'El Verdugo' las sacaba del cuarto y tras cavar una zanja profunda, las enterraba aún con vida en una zona del mismo rancho.  A otras les aplicaban planchas calientes sobre la piel, las arrojaban desde la azotea para que murieran con la caída o les destrozaban la cabeza a golpes.
         Las mujeres relataron a las autoridades que nunca las dejaban salir de las casas de cita. Si alguna padecía anemia y estaba demasiado débil para atender a sus clientes, o si se atrevía a no sonreírle a los parroquianos, era asesinada. También si se embarazaba, las obligaban a abortar; se dice que los fetos eran metidos en botellas, para después desaparecerlos. Sus víctimas fueron en su mayoría aquéllas privadas de su libertad para ejercer como prostitutas a su servicio, aunque también asesinaron a clientes y bebés de las esclavizadas.​ Los bebés que llegaron a nacer fueron muertos y enterrados, con excepción de un niño, al que guardaron para vendérselo a un cliente que quería experimentar con él; mientras tanto, se dedicaron a maltratarlo. El número confirmado de víctimas son 91, pero se cree que pudieron matar a más de 150 personas.

        María Auxiliadora Gómez, Lucila Martínez del Campo, Guadalupe Moreno Quiroz, Ramona Gutiérrez Torres, Adela Mancilla Alcalá y Esther Muñoz 'La Pico Chulo' eran prostitutas que se convirtieron en celadoras y castigadoras a cambio de que las Poquianchis respetaran su vida. Cuando alguna de las niñas no quería ceder ante el capricho de algún cliente, se encargaban de arrastrarla de los cabellos por todo el burdel, llevarla a un cuarto y darle de palazos hasta dejarla inconsciente. 'La Pico Chulo' también gustaba de matar a palazos a las muchachas, destrozándoles la cara y el cráneo con una tranca de madera.
         Entre los muchos mitos creados en torno a este caso, la prensa amarillista creó el de la realización de ritos satánicos. Se afirmó que hacia 1963, las Poquianchis incursionaron en el satanismo. Creían que si ofrecían sacrificios al diablo, ganarían más dinero y tendrían protección. Desde ese momento, cada vez que llegaban nuevas niñas reclutadas, eran iniciadas en un extraño ritual.

        Primero las hermanas Valenzuela encendían velas y veladoras, formando una estrella de cinco puntas. Después llevaban un gallo, el cual era sacrificado. Entonces Delfina y sus hermanas se desnudaban para untarse la sangre del animal. Desnudaban además a las niñas, quienes eran violadas y sodomizadas por los cuidadores, mientras las Poquianchis contemplaban la escena y se reían. Posteriormente, sus ayudantes llevaban a la habitación a algún animal y las obligaban a realizar un acto zoofílico para alegría y gratificación de quienes contemplaban la escena. A continuación, los hombres llamaban a las demás para hacer una orgía, en la cual las Poquianchis también participaban. Semanas después, empezarían otro negocio: le quitaban la carne a los cadáveres de las prostitutas que iban asesinando, para venderla a tres pesos por kilo en el mercado.
      El 12 de enero de 1964, el infierno del cautiverio fue denunciado a las autoridades por Catalina Ortega, una joven que logró escapar. El rumor se corrió de forma inmediata y aunque las hermanas negaron los cargos, los agentes judiciales encontraron cuerpos de mujeres enterrados, fetos en descomposición y huesos por todo el rancho. Ahí detuvieron a Delfina y a María de Jesús, María Luisa logró escapar. Los acontecimientos fueron difundidos por la revista Alarma!. Muchas de las mujeres fueron rescatadas y narraron los horrores que vivían en ese lugar. En esta ocasión, no hubo nada que pudiera ayudar a las Poquianchis.

      Luego de varios meses que duró el proceso que consistió en careos e interrogatorios, Delfina, María de Jesús y María Luisa González Valenzuela fueron acusadas de homicidio calificado, lenocinio, tráfico de personas, crimen organizado, inhumación ilegal de restos humanos, aborto, corrupción de menores, privación ilegal de la libertad y soborno. Fueron sentenciadas a la pena de 40 años de prisión (pena máxima en el estado de Guanajuato en esa época); no obstante, dos de ellas murieron tras las rejas antes de poder obtener su libertad.
    "Yo María de Jesús o Manuela González Valenzuela, tengo bien presente el día que perdí mi libertad. Los pájaros me anunciaron los primeros amaneceres tras las rejas, pero ellos en vuelo y yo tras la jaula […]. 

Yo, La Poquianchis: Por Dios que así fue".

         El 17 de octubre de 1978, Delfina -conocida como La Poquianchis Mayor-, murió de 56 años en la cárcel de Irapuato a causa de un recipiente de cemento que cayó en su cabeza, mientras unos albañiles hacían arreglos en una de las celdas. María Luisa -apodada 'Eva La Piernuda'-, perdió la vida en su celda de la cárcel municipal, en noviembre de 1984 a causa de un cáncer hepático. María de Jesús salió de la cárcel y nunca se volvió a saber de ella, fue la única que falleció en libertad. María del Carmen, quien había dejado el negocio de sus hermanas, fue arrestada en Matamoros y terminó sus días en un manicomio.
A partir de estos hechos sin precedentes, surge una historia abrumadora. Los testimonios siguientes sobrepasaron lo humano, aunado a las invenciones que aderezaron cada episodio, alimentando el morbo. Las Poquianchis vivieron, actuaron, aceptaron un orden y se movieron dentro de él. Las ambigüedades no son sólo suyas. La impactante noticia de inmediato se prendió como pólvora, avivando la opinión y el escarnio público, hasta alcanzar magnitudes nacionales e internacionales inimaginablemente sorprendentes.