"...
Yo atravieso con una sombría cautela ese manicomio que ha sido el mundo durante
milenios enteros […] — me guardo de hacer responsable a la humanidad de sus
enfermedades mentales".
―
Nietzsche
La
locura puede ser entendida como una manera de vivir la vida que va más allá de
lo convencional. Este concepto ha sido usado durante siglos, para estigmatizar mucho de lo que antes era visto como 'cosa de
locos'. La locura suele asociarse a momentos en los que todos los
pensamientos se vuelven muy disparatados y difíciles de controlar. Sin
embargo, hasta cierto punto todos somos irracionales y percibimos la realidad a
través de sesgos. De hecho, la diferencia es que algunos requieren encierro,
verbigracia: La Castañeda.
"Sinónimo de naturaleza, pero naturaleza
transfigurada, el reino perdido, la inocencia del primer día".
En
uno de sus ensayos mejor logrados, el poeta Octavio Paz así se refirió al
pueblo de Mixcoac, como un jardín. Y como todo dentro del devenir histórico, sentenció: "Pero al fin se la comió nuestra señora, la tolvanera madre, la monstruosa
capital, la Coatlicue humana".
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
A
finales del siglo XIX, los pobladores de Mixcoac difícilmente imaginaron que la
hacienda de La Castañeda -famosa por su producción de pulque-, se convertiría en
el lugar de reposo y tranquilidad para cientos de enfermos mentales. Don
Ignacio Torres Adalid, dueño de una gran cantidad de haciendas pulqueras en el Estado de México, Hidalgo y Tlaxcala, era conocido como el 'rey del pulque'.
Gozaba del aprecio de la alta sociedad porfiriana (de la cual formaba parte) por
ser un mecenas de las causas nobles. Reservó parte de la hacienda como un lugar de reunión para todas aquellas personas que durante los
fines de semana intentaban distraerse de las labores cotidianas. Así, La Castañeda abría sus puertas a quienes quisieran gozar de largas caminatas por
sus jardines o utilizar sus salones de baile, en los que por sólo 25 centavos
la entrada se obtenía el derecho a formar parte de la fiesta y el
esparcimiento.
Durante
la época colonial, los locos, los ancianos y alguno que otro menesteroso, eran
aislados en instituciones subsidiadas por la iglesia y la beneficencia pública.
Tal fue el caso de los hospitales como el de San Hipólito y del Divino
Salvador para el caso de los hombres, y el de la calle de Canoa para el caso
de las mujeres.
El Porfiriato significó grandes cambios para la sociedad mexicana. Todos los
esfuerzos hechos tenían como única finalidad el progreso, y gran parte de las
instituciones que nos rigen hoy fueron creadas durante ese período. Pero no
todos los proyectos tuvieron resultados positivos, ya que muchas veces eran
abandonados posteriormente de ser inaugurados y existía una deficiente administración
de éstos. Uno de los más alusivos ejemplos de esta negligencia y abandono fue
el Manicomio General "La Castañeda", que en sus inicios fue un símbolo
progresista y poco a poco fue convirtiéndose en lo que terminó como 'El palacio
de la locura'.
La
idea del nuevo hospital para enfermos mentales pretendía ofrecer a sus
moradores una mejor calidad de vida. De esta manera, en pleno progreso
porfiriano, los terrenos de La Castañeda fueron adquiridos para construir en
ellos el más moderno de los manicomios, siguiendo el modelo francés que fuera
instituido por Napoleón Bonaparte. Se construyó así un sanatorio moderno, con
capacidad para 1200 enfermos; los internos fueron repartidos en 24 edificios,
divididos en 2 pabellones, en un área total de poco más de 140 mil metros
cuadrados. Fue inaugurado en 1910 por el entonces presidente Porfirio
Díaz, como parte de las celebraciones por el primer Centenario de la
Independencia de México.
El
Manicomio General La Castañeda inició su vida pública en medio de las
fanfarrias, el 1.º de septiembre de ese año. En sus patios y pabellones, en sus
talleres y jardines, bajo las sombras de sus castaños, ahí se escribió una
historia alterna de la modernización mexicana.
La
atención de los pacientes estuvo bajo la supervisión de reconocidos doctores,
como Eduardo Liceaga (amigo íntimo del presidente y precursor de la psiquiatría
en México), Miguel Alvarado, José Govantes, Samuel Morales Pereyra y Antonio
Romero; entre otros, quienes como parte de la comisión médica, coincidieron en
expresar sus observaciones acerca de lo que debería tener un Manicomio General.
La resolución se tomó durante el Congreso Médico Panamericano, en agosto de
1896.
De
acuerdo con el proyecto original, el hospital estaba organizado con un
departamento de 'admisión y clasificación' (como se denominaba en la época), un
pabellón de Servicios Generales que contaba con la Dirección General, teatro,
biblioteca, farmacia y equipo de fotografía, cocina, lavandería, panadería,
talleres, baños y cuarto de máquinas. Los pabellones para los enfermos estaban
divididos bajo una curiosa clasificación: "distinguidos, alcohólicos,
tranquilos, peligrosos, epilépticos, imbéciles e infecciosos".
Los
establos y la morgue se encontraban en la parte final de la construcción, con
entrada independiente que permitía el libre acceso a los practicantes de
medicina, todo esto rodeado de una gran extensión de bosque y amplios patios
con jardines.
Una
función secundaria del hospital -pero no por ello menos importante-, fue
proporcionar la enseñanza médica mediante la participación de las clínicas de
psiquiatría dentro de sus pabellones, mucho antes de que ésta fuese instituida
en los medios universitarios.
Desde
el principio, también se consideró que el lugar debía estar apartado para
garantizar la tranquilidad de los pacientes y la seguridad de la población,
lejos de griteríos y posibles contagios "ya que violaría las reglas de higiene
establecidas […] sin pantanos, sin focos de infección, con plantaciones y
árboles que amenicen el lugar, agua en abundancia, tierra fértil y lo
suficientemente extenso para garantizar hectárea y media para cada 100
pacientes".
El
manicomio cumplió con creces los objetivos trazados, aunque pasados los años se
tomó la decisión de renovar el proyecto hospitalario de la psiquiatría en
México y se construyó otro edificio, acorde a las nuevas necesidades.
De
la construcción original actualmente sólo queda la fachada principal, conocida
como el pabellón de Servicios Generales, la cual fue trasladada piedra por
piedra al municipio de Amecameca, lugar donde ahora adorna la sede conventual
de la organización religiosa de los Legionarios de Cristo.
UN MAL SUEÑO PARA LA PSIQUIATRÍA MEXICANA
Según
algunos historiadores, La Castañeda no constituye más que 'un mal sueño' en el ámbito
de la psiquiatría mexicana, por el mal cuidado que recibían los pacientes, la
negligencia médica que sufrían, las terribles condiciones sanitarias e incluso
por ser víctimas de tortura. La construcción estaba diseñada para albergar a 1500 pacientes y tenían a más de 3500 atendidos por un
muy deficiente cuerpo médico, lo que hizo que se convirtiera en un lugar de
sufrimiento.
Durante
los primeros años sólo se recibían pacientes con avanzadas enfermedades
mentales, como esquizofrenia, pero al paso del tiempo comenzaron a recluir
también a reos de cárceles, prostitutas, epilépticos, sifilíticos, alcohólicos
e incluso a indígenas bajo la excusa de que eran inadaptados sociales. El caos
que había ahí dentro provocó que se cometieran crímenes de todo tipo como
robos, violaciones y asesinatos. Algunas personas lo describían como 'las
puertas del infierno'.
A
pesar de las infamias cometidas en este lugar, es considerado como 'la cuna de
la psiquiatría mexicana' y gran parte de la medicina de nuestro país se debe a
ese período. No obstante de ser poco conocido, el manicomio conmocionó a
periodistas, investigadores y artistas.
Después de derrumbado el viejo edificio porfiriano del Manicomio General La Castañeda, con todo y su historia, pasó a formar parte de la 'capital de la nostalgia'.
El
maltrato que recibían los pacientes era vergonzoso. Los discriminaban y
despreciaban a tal grado que los pabellones recibían nombres como 'El pabellón
de los imbéciles' o 'El pabellón de los idiotas'. También es famoso por los
extremos métodos de tortura a los que eran sometidos: se hacía un uso excesivo
de los electroshocks, tanto que los pacientes quedaban completamente
inconscientes; cuando se consideraba que un paciente tenía un comportamiento
inapropiado, los bañaban con agua helada e incluso los encerraban por días en
sitios húmedos y llenos de ratas, es por esto que La Castañeda es un episodio
que pretende ser borrado de la historia mexicana.
El presidente Díaz Ordaz ordenó la demolición de La Castañeda el 29 de junio de 1968, pocos meses antes de la matanza de Tlatelolco, para que este infame establecimiento no causara alboroto en las olimpiadas. La mayoría de los pacientes fueron albergados en otros centros de salud a lo largo de la República Mexicana, y la fachada fue trasladada piedra por piedra a Amecameca por Arturo Quintana, donde hoy resguardan a un convento.
El presidente Díaz Ordaz ordenó la demolición de La Castañeda el 29 de junio de 1968, pocos meses antes de la matanza de Tlatelolco, para que este infame establecimiento no causara alboroto en las olimpiadas. La mayoría de los pacientes fueron albergados en otros centros de salud a lo largo de la República Mexicana, y la fachada fue trasladada piedra por piedra a Amecameca por Arturo Quintana, donde hoy resguardan a un convento.
Después de derrumbado el viejo edificio porfiriano del Manicomio General La Castañeda, con todo y su historia, pasó a formar parte de la 'capital de la nostalgia'.