lunes, 28 de octubre de 2019

LA EROTECA: "FRESAS CON CREMA EN CADA RINCÓN DE MI CUERPO… ES PARA TI Y SOLAMENTE PARA TI" (OTRA VEZ EN CDMX)

        Les voy a contar algo... Ya les dije que él volvió de nuevo a pasar otros días de trabajo aquí en Ciudad de México, entonces nos veíamos cada tarde después de nuestras ocupaciones; así que durante su estancia, prácticamente teníamos sexo diario. Todo era felicidad para mí, manteníamos hace ya mucho tiempo una relación genial, casi perfecta. Un día de esos, se me ocurrió pedirle que pasáramos una noche completa en mi casa; quería ser suya en mi cama, bajo mis sábanas. Al principio se opuso, pero cuando le dije que todos saldrían el fin de semana siguiente, aceptó. Así que estaba la oportunidad de amarnos sin escondernos de nadie y gozar de nuestro amor e intimidad. El resto de la semana me pareció eterno, pero llegó el sábado. Cuando por fin se habían ido, comencé a preparar el que sería nuestro nido de amor por unas horas.
Él llegó puntual a las seis de la tarde, yo lo estaba esperando vistiendo una bata de encaje transparente de color rosa que me había regalado. En juego me puse una tanga y un bra del mismo color y tela, y claro está, descalza ¡tal como le gusta! Sólo quería hacer todo para sorprenderlo. Tocó el timbre, abrí y al estar en la puerta de mi casa, le di un tirón para hacerlo entrar rápidamente. No podía arriesgarme a que algún vecino lo viera. Ya adentro, nos fundimos en un largo y tierno beso. Fue un beso suave y muy prolongado, no había prisas, teníamos toda la tarde y la noche entera para nosotros. Pasamos al comedor donde reímos y hablamos de todo, mientras le serví lo que yo misma le había preparado para la comida. Al terminar le llevé el postre, eran fresas con crema. Le dejé la copa con sus fresas, me jaló hacia él y me sentó sobre la mesa para quedar ambos de frente. Acercó el bote de crema y untó una gran cantidad en mis piernas y abdomen y con su lengua empezó a lamerme muy lentamente.

Tomó una fresa y tras el ritual de pasarla por mis labios y humedecerla con la lengua, la deslizó ardiente por mi barbilla y fue bajando para delinear el canalillo entre mis senos, recorriendo mis pezones que ya estaban totalmente duros. Le guié sus dedos y le di a morder la fresa, para luego pasarla otra vez por mis pezones, impregnándolos del jugo. Seguía lamiéndolos con tal fuerza, que los probaba y los succionaba saboreando el néctar de la fruta. Enseguida terminamos de comer el resto de la fresa. Él veía cómo me mordía el labio inferior, para indicarle que me gustaba.
Ya había dejado mi abdomen sin rastro de crema, pero volvió a tomar el bote y me embadurnó el brassiere y de igual forma se dedicó a limpiarme. Yo estaba gozando mucho, no lo habíamos hecho antes. Ahí me encontraba sobre la mesa, semidesnuda y disfrutando sus caricias irresistibles; lo que me llenaba de una inmensa morbosidad. Mi vagina escurría gran cantidad de líquidos. Él lo notó y mientras seguía chupando mi sostén, su mano ya había entrado dentro de mi ropa interior y jugaba con mi entrada y mis labios vaginales. Su boca fue descendiendo hasta llegar a mi tanga, con sus manos la levantó un poco y puso gran cantidad de crema sobre mi monte de venus. Era tanta la crema colocada ahí, que se abultaba con el relleno y se esparcía a los lados desparramándose. Me abrió las piernas y empezó a deleitarse con la crema que se salía. Yo sentía algo así como descargas eléctricas en mi vientre, experimentaba su lengua tan cerca y la frescura de la crema sobre mi vagina -y ya una parte también dentro de sus profundidades- que me hacían sentir miles de sensaciones y emociones raras… diferentes, excitantes. Estaba simplemente enloquecida.

Mi vagina seguía escurriendo. Ahora mis líquidos estaban mezclados con la crema y mi tanga empapada. Él aún no circundaba su lengua a la orilla, pero debo decir que con este juego, tuve mi primer orgasmo de la tarde. Cuando por fin su lengua llegó a posarse, sentí morirme, su lengua presionaba mi tanga contra mi vagina y al tiempo que la crema se volvía a salir por los lados, otra parte de ésta se introducía en mí, llenándome. Sus dedos fueron retirándome la ropa interior por completo y me encantó como se veía mi entrepierna toda llena de crema. Me entregó la tanga que acababa de quitarme y sin pensarlo me la llevé a la boca, tenía un sabor delicioso, mis líquidos le daban un sabor diferente a la crema.
Estaba extasiada saboreando mi prenda cuando sentí su lengua sobre mi vagina, jugaba con mis labios de una forma magnífica. Con sus movimientos entraba en mí, intentando sacar hasta el último residuo de la crema que ahí se había metido; aunque después no sólo su lengua hurgaba dentro de mí, dos de sus dedos se le unieron en la búsqueda de más crema en mi interior. Cuando terminó de chuparme dejándome completamente limpia, yo estaba desfallecida, había sido un inmenso placer y sin la necesidad de penetrarme.

Una vez recuperada, lo vi sentado en la silla, observándome. Le pregunté qué pensaba y me respondió que le gustaba admirarme, que lo tenía loco y que mi cuerpo le encantaba. Me bajé de la mesa y me arrodillé frente a él bajándole el cierre del pantalón, le dije que él ya había comido su postre y que ahora me tocaba a mí. Así que dejé libre ese duro y grueso pene, le unté crema por todo lo largo -más en la punta- y empecé a chuparlo precisamente como si fuese un helado. Mi lengua recorría todo su tronco y cuando se acababa la crema volvía a ponerle más, cual insaciable. En verdad pude percibir que estaba disfrutando esas succionadas que le daba. Su respiración aumentaba de ritmo y sus jadeos me indicaban que muy pronto eyacularía, así que me metí casi la totalidad de ese riquísimo pene entre mis labios y con mi mano derecha lo masturbaba y con la izquierda acariciaba su abdomen. Sentí la gloria cuando varios chorros de semen llenaron mi boca, que por lo abrupto me costó trabajo tomarme, pero no dejé que se escapara ni una sola gota. Nos miramos, nos besamos y nos acomodamos la ropa para pasar a la sala a ver televisión.
Al caer la noche, nos dispusimos a irnos a acostar, pero estaba muy interesante la película que pasaban. Al terminar de verla, fuimos a la recámara y nos abrazamos besándonos, su lengua hurgaba en mi boca y sus manos retiraban de mi cuerpo la bata y cada una de mis prendas. En segundos me dejó toda desnuda, sus dedos hacían maravillas en mi piel, yo no podía más y casi le arranqué la ropa. Sentir su cuerpo desnudo era fenomenal. Su calidez, la dureza de su miembro rosando mi abdomen. Se recostó sobre mí y podía sentir su pene rosando la entrada de mi vagina.

Por reflejo, ante esta sensación, abrí las piernas para darle entrada a mi interior. Su pene con mi lubricación, sin esfuerzo, se perdió completamente. El ritmo al principio era lento, entraba y salía de mí, dándome un placer intenso; un largo rato lo hicimos así, queríamos hacer de esa madrugada algo único y especial. Espontáneamente, fue subiendo la velocidad de sus movimientos y yo aumentaba el sonido de mis gemidos hasta hacer que fueran gritos. A gritos le decía cuanto lo amaba y el placer que me daba. Gritando le pedía que no se detuviera, que me siguiera penetrando así. Olvidé por completo pensar si había alguien alrededor. Me llenó mi vagina con su candente y espeso semen y volví a gritarle que necesitaba que me extasiara con su leche. Descansamos un rato, pero deseaba aún más, así que me acomodé para poder chuparle su miembro y ya levantado, bajé poco a poco haciendo que se perdiera a través de mi ano. Cuando sentí dentro aproximadamente la mitad, me dejé caer para que entrara de un solo golpe. De mi garganta escapó un grito enorme de dolor y placer. Hubo muchísimos más, cada metida que me daba, era un grito que escapaba. Sin medir consecuencias ni recordando el lugar donde estaba, le decía que me partiera en dos, que me perturbaba como me cogía, que quería que me llenara con su semen. Estaba completamente fuera de mí, me sentía feliz, en éxtasis, en las nubes, como drogada por el placer; me sentía en pocas palabras, la más puta del mundo y así lo exclamé, le dije que era fantástico ser su puta, que nadie me haría gozar nunca como él. Todo parecía excitarle, que le dijera todas esas cosas le calentaban y más fuerte me bombeaba el culo.
No sé bien a bien que tiempo pasó, pero hice que dos veces me llenara con su semen, perdí la cuenta de la cantidad de orgasmos que tuve estando así ensartada por ese mágico falo del placer. Me bajé de él y me recosté dándole la espalda, levanté una de mis piernas y aprovechando que aún estaba erecto, me lo volví a introducir y bajé mi pierna haciendo presión al máximo en su pene entre mis nalgas. No nos movíamos, sólo sentía su dureza dentro. Ya a estas alturas sentía un pequeño ardor en mi ano, pero no me importaba, quería seguir sintiendo su pene llenándome por completo. Así nos ganó el sueño y permaneció dentro hasta el día siguiente.

Desperté por las embestidas, sacando y metiendo su pene en mí. Fue un despertar único. Volvió a mí la lujuria y mi respiración aumentaba, pero no grité como la noche anterior; creo que ya no tenía fuerzas. Entre gemidos le pedí que me avisara cuando fuera a terminar, él asintió con la cabeza. Al poco rato de mi petición, lo oí decirme de forma entrecortada "mi amor, me vas a hacer acabar". Escuché esto, saqué rápidamente su pene y me coloqué de hinojos sobre la cama para chuparlo. Casi se lo arrancaba con la succión de mis labios. Sentí grandes chorros de semen, pero en esta ocasión no me lo tomé, lo guardé en mi boca y cuando estuve segura que no quedaba más, abrí la boca para verter ese semen sobre su pene todavía duro. Lo cubrí por completo y lo acariciaba y, de vez en vez, lo volvía a chupar. Se sentía rico y pegajoso acariciarlo, mientras embarraba el semen a todo lo largo de su miembro.
Habíamos disfrutado como nunca esa cogida. Cuando me levanté de chuparle todo, mi mirada estaba cargada de toda la pasión sentida. Al mismo tiempo, me sentía amada y protegida por él. Creo que ha sido de nuestros mejores encuentros.

miércoles, 23 de octubre de 2019

WINSTON CHURCHILL: EL HOMBRE DE LOS 'MIL ACCIDENTES' Y SU RELACIÓN CON LA MALA SUERTE QUE MARCÓ TODA SU VIDA

       Winston Churchill es la evocación nuclear del cúmulo de figuras europeas importantes del siglo XX, sin duda, de las más determinantes y reconocibles de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Churchill se caracterizó por ser un hombre poliédrico, contradictorio y huraño a la vez que afable, carismático y seductor. Esos rasgos reaparecen a lo largo de su vida tanto en privado como en público. Como primer ministro del Reino Unido, logró motivar la participación prolongada en el conflicto y unir a los británicos en uno de los episodios más oscuros de su historia a pesar de las oposiciones y las serias divergencias. Todo esto no hubiese sido posible sin su atractiva personalidad y su innegable talento como orador. De hecho, el Líder de la oposición, Clement Attlee, rindió homenaje a su formidable y estratégico oponente, y lo llamó 'el último de los grandes oradores que puede tocar las alturas'. No es de extrañar, por tanto, que haya producido tantas citas memorables y nuevos vocablos en su trayectoria.
    Extravagante, firme, provocador, visionario, controvertido, prestigioso, desafiante, militar de oficio, pintor aficionado, incansable lector, escritor prolífico y brillante parlamentario. Winston era fuente de inspiración y un personaje complejo, pero su resolución y audacia constituyó la clave para derrotar a Hitler y cambiar el curso definitivo de su país. Churchill -'el bulldog británico', como le sobrenombraron los soviéticos- se atrevió a decir en voz alta lo que muchos pensaban en voz baja y haciendo referencia a sus profundas convicciones, apeló a los sentimientos patrióticos de todos los ciudadanos. Ahí resplandece el momento culminante de su carrera y por el que merece ser recordado.

       Winston Leonard Spencer Churchill (1874-1965) fue un político, estadista e historiador, conocido por su liderazgo. Es considerado uno de los más grandes líderes de tiempos de guerra y además fue primer ministro del Reino Unido en dos períodos (1940-45 y 1951-55). Churchill asimismo era oficial del Ejército británico, periodista (entre otros encargos, fue corresponsal de guerra en Cuba para 'The Daily Graphic' y, en la Segunda Guerra Anglo-Bóer, del influyente diario conservador 'The Morning Post') y artista. Es el único primer ministro británico reconocido y galardonado con el Premio Nobel de Literatura. También fue nombrado ciudadano honorario de los Estados Unidos de América.
Por eso, la Cámara de los Lores y la de los Comunes acordaron encargar un retrato de aquel 'gigante' que mantuvo en pie a la nación en los difíciles días en que la amenaza nazi atenazaba a Inglaterra. Y detrás de los hitos históricos más conocidos del que fue primer ministro durante la Segunda Guerra Mundial, se esconden anécdotas increíbles y mundanas.

LA LATENTE MALA SUERTE INHERENTE AL PRIMER MINISTRO


Pese a que vivió hasta los 90 años, Winston Churchill era propenso a las enfermedades y los accidentes y no fueron pocos los que intentaron llevarlo a la tumba antes de tiempo: desde caídas que pudieron resultar mortales a un grave accidente automovilístico. Se dice que su relación con la mala suerte empezó temprano, ya que de niño cayó de un puente y se dañó un riñón. Años más tarde, casi muere ahogado en Suiza en unas vacaciones.
La falta de cariño de niño aparece como una condicionante esencial. Sus padres eran hondamente egoístas y lo abandonaron al cuidado de otros. Eso le marcó, pero continuó adorando a su padre -que había anexionado Birmania al Imperio- y quería locamente a su madre, dedicándole palabras maravillosas en su autobiografía. En todo caso, es un espectáculo muy triste ver a un niño lejos de su familia, porque muy pocas veces fueron a visitarlo en sus años escolares, sólo una vez en que estaba al borde de la muerte por enfermedad.

A finales de diciembre de 1931, sir Winston Churchill es atropellado por un automóvil cuando descendía de un taxi en la Quinta Avenida neoyorkina, entre las calles 76º y 77º en Manhattan. Fue un atropellamiento histórico. Es probable que -tal y como reconoció el futuro primer ministro inglés-, la culpa había sido suya por no mirar en la dirección correcta, de forma que no se percató que un coche se aproximaba por el lado contrario. Si los ingleses condujesen como el resto de los mortales, quizá esto no habría sucedido. El impacto pudo haber tenido irreversibles consecuencias para el mandatario británico, ya que fue desplazado varios metros en la calzada y el incidente le provocó -entre otras dolencias-, un traumatismo craneoencefálico.
En el informe de alta hospitalaria se dieron varios diagnósticos: esguince del hombro derecho, herida inciso-contusa en el cuero cabelludo -secundaria al traumatismo craneoencefálico-, herida superficial a nivel nasal y dos fracturas costales. Algún tiempo después, Churchill solicitó al profesor de Física de la Universidad de Oxford, Frederick Lindemann, que calculase la fuerza del impacto de su accidente de tráfico. El científico le respondió por vía telegráfica:

«El impacto del coche fue equivalente a dos cargas de perdigones disparadas a quemarropa». Los médicos, ya luego, le explicaron que había salvado milagrosamente su vida.
En cuanto a su carrera militar, Churchill sólo consiguió después del tercer intento ingresar en septiembre de 1893 en la Real Academia de Sandhurst; y en diciembre de 1894 se graduó, siendo el octavo entre los ciento cincuenta de su promoción.​ Posteriormente se enlistó en el ejército cuando tenía 21 años como segundo teniente en el 4º Regimiento de Húsares, estacionado en Bangalore, India. Cuando llegó, sufrió un accidente que le dislocó el hombro, lo que le provocó dolores y molestias de por vida.

        Churchill tenía un sentido del deber espartano, sin embargo disfrutaba del champán, los puros y la buena mesa. Es conocido que amaba la velocidad y que era adicto al riesgo, de suerte que en su juventud también estuvo a punto de perecer en un accidente de aviación.
En otro instante, logró escapar tras ser capturado durante el conflicto. En 1899, Churchill viajaba como corresponsal de guerra en Sudáfrica a bordo de un tren del ejército británico que se descarriló tras un ataque enemigo. Pese a no ser militar, el entonces joven de apenas 25 años fue capturado y enviado a un campo de prisioneros, logrando escapar del campo y regresar a Gran Bretaña. Un suceso que lo hizo popular y le ayudó a lanzar su carrera política.

Después de que su partido conservador perdiera las elecciones generales de 1945, Winston Churchill lideró la oposición. En 1951 consiguió una vez más ser primer ministro, hasta su retiro en 1955. No obstante, al ver que estaba disminuyendo su capacidad física e intelectual, se retiró de dicha posición en 1955 y fue sustituido por Anthony Eden, quien por muchos años había sido su ambicioso protegido. Un accidente cerebro vascular le dejó paralizada la parte izquierda de su cuerpo, en junio de 1953.
En 1963, el presidente Kennedy nombró a Churchill Ciudadano Honorario de los Estados Unidos. Estaba ya muy enfermo para asistir a la ceremonia, a la cual fueron su hijo y nietos. El 15 de enero de 1965, Churchill sufrió un segundo ataque cardíaco que le ocasionó una severa trombosis cerebral. Durante los últimos años de su vida, su fortaleza personal no fue suficiente para resistir la persistente arteriosclerosis cerebral, un trastorno cerebral que sufrió. Falleció días después, el 24 de enero de 1965, el mismo día en que había fallecido su padre, setenta años antes. Las últimas palabras que se le oyeron pronunciar fueron: «¡Es todo tan aburrido!».​ Para el activísimo Churchill, esos finales diez años de vejez y retiro habían sido más insoportables que los conflictos militares y diplomáticos. Su cuerpo permaneció en la capilla ardiente en Westminster durante tres días.

A su muerte, la reina Isabel II concedió el honor de un funeral de estado en el que se dio una de las mayores reuniones de jefes de Estado nunca antes vistas, por ser uno de los hombres más influyentes en la historia del Reino Unido. El funeral se realizó en la catedral de San Pablo. Fue el primer funeral celebrado en esa catedral a un hombre no perteneciente a la realeza desde que se le hiciera al mariscal de campo, lord Roberts de Kandahar en 1914. Cuando su féretro fue transportado por el río Támesis, la totalidad de grúas estaban inclinadas en saludo. La artillería real hizo diecinueve disparos en su honor, como se hace tradicionalmente con los jefes de estado, y dieciséis aviones de la RAF sobrevolaron el cielo de Londres. El funeral propició la asistencia del mayor número de dignatarios históricamente registrados de Gran Bretaña, contando representantes de más de cien países. Fue la reunión más grande de jefes de estado hasta el fallecimiento del papa Juan Pablo II en 2005.
Él solo fue capaz de cambiar el rumbo del porvenir. Estuvo a punto de morir numerosas veces: una caída, enfermedades, lances bélicos, accidentes de avión, un desafortunado atropellamiento en una avenida de Nueva York. Entonces, sobrevivir, reafirmó su idea de estar llamado por el destino. El pueblo había reconocido en Winston Churchill la personificación de lo más noble de sus antepasados y de las más hermosas cualidades de su raza, por eso no cesó de aclamarlo como su héroe hasta su muerte.

jueves, 17 de octubre de 2019

VERLAINE & RIMBAUD: EL PROFUNDO Y LOCO AMOR ENTRE DOS POETAS QUE INICIÓ UNA TURBULENTA TEMPORADA EN EL INFIERNO

"Antaño, si recuerdo bien, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones, en el que todos los vinos hacían torrentes.

[…] Logré diluir en mi espíritu toda esperanza humana. Sobretodo júbilo, para estrangularlo, hice el salto cauteloso de la bestia feroz".

El romance entre dos grandes escritores, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, es la historia amorosa que culminó en desequilibrio y hecatombe: un irracional ataque, la cárcel, más libros y nuevos horizontes literarios. 'Una temporada en el infierno', es una obra en prosa que llevó primero el título de libro pagano. Fue escrito cuando Rimbaud apenas tenía diecinueve años y luego de terminar con su compañero sentimental, que lo hirió de un disparo. Ahí intenta expresar su experiencia y fracaso como hombre y poeta a través de torturados poemas, que tiempo después revolucionarían la poesía. Existió un amor hondo entre ambos artistas pertenecientes a la realeza prosaica, y lo que empezó con una intensa admiración, encauzó en excesos de sentimientos vesánicos y desenfrenados.
         Paul Marie Verlaine nació en Metz, una ciudad en el noroeste de Francia, actual capital de Mosela, en 1844 y murió en París en 1896. Fue un poeta lírico, correspondiente al movimiento simbolista. La familia provenía de la pequeña burguesía. Su padre -como el de Arthur Rimbaud-, era capitán del ejército. Hizo sus estudios en París. Frecuentó los cafés y salones literarios parisinos.

         Su influencia fue grandiosa entre sus coetáneos y no hizo más que crecer tras su muerte, tanto en Francia como en el resto del mundo. En castellano, el modernismo no puede entenderse sin la figura de Verlaine. La poética de varios distinguidos del ámbito hispánico como Rubén Darío, Manuel Machado, José Martí o Pablo Neruda son consecuencia directa o indirecta de la suya.
         Por otra parte, Jean Nicolas Arthur Rimbaud nació en Charleville en 1854. También fue un poeta francés. Abandonó la literatura a los diecinueve años para emprender un viaje que lo llevaría por Europa y África. Finalmente, en 1891, murió en Marsella (Francia) a la edad de treinta y siete años.

A su modo de ver, el poeta debía hacerse vidente por medio de un largo e inmenso desarreglo de todos los sentidos. Destaca como un alumno brillante y superdotado; obteniendo premios en literatura, lenguas y otras asignaturas además de vislumbrar notoriamente su devoción religiosa. Compone en latín fluido poemas, elegías y diálogos. Su orientación poética en algún período es la de los parnasianos (un movimiento literario francés posromántico de la segunda mitad del siglo XIX -contrario al carácter ensoñador e imaginativo, alérgico a la vulgaridad burguesa y el adocenamiento- que surgió como reacción antitética del Romanticismo de Victor Hugo, el subjetivismo y el Realismo Literario del que más tarde es distante). En vida, sus méritos no fueron reconocidos, pero con posterioridad se abrieron paso entre las nuevas generaciones.

DE LA ADMIRACIÓN MUTUA AL AMOR COMO PUENTE


       En 1870, Paul Verlaine se casó con Mathilde Mauté, a quien escribió 'La buena canción'. Al mes siguiente, la joven pareja empezó a vivir con los padres de ella, fue entonces cuando Arthur Rimbaud aparece en su vida y la cambia completamente. Se muda con ellos por invitación de Verlaine, que era un respetado poeta que iba en ascenso, el cual había descubierto el genio precoz del adolescente. Rimbaud fue convencido por su amigo Charles Bretagne de escribirle una carta a Paul Verlaine, un eminente poeta simbolista, tras no haber obtenido respuesta de otros autores.​ El joven envió a Verlaine dos cartas con varios de sus poemas, que incluían 'Las primeras comuniones' y 'El barco ebrio' que era increíble. Verlaine quedó intrigado por el talento de Rimbaud y, le respondió diciendo: «Ven, querida gran alma. Te esperamos, te queremos». Junto a la epístola mandó un boleto de tren a París.
        El poeta llegó cerca del 15 de septiembre de 1871 siguiendo la invitación de Verlaine y pasó a vivir con él y su esposa ​Mathilde, quien tenía diecisiete años y estaba embarazada. Desde entonces Rimbaud no regresó al colegio. En recopilaciones posteriores, Verlaine se refirió a él como «un joven con cabeza de niño, cuerpo adolescente aún en crecimiento y cuya voz tenía altos y bajos, cual si fuera a quebrarse». Para marzo de 1872 las provocaciones de Rimbaud, que cuenta ya con diecisiete años, comienzan a causarle problemas. El joven poeta llevaba una salvaje vida disoluta de vagabundo, embriagado de ajenjo y hachís. Escandaliza así a la élite literaria parisina, indignada en particular por su comportamiento, auténtico arquetipo del enfant terrible. A lo largo de este lapso continuó escribiendo sus contundentes y visionarios versos modernos. Sin embargo, el incidente con Étienne Carjat, un eminente fotógrafo de la época, fue la gota que colmó el vaso: Rimbaud, en completo estado de embriaguez, hirió al fotógrafo con una vara metálica. Para salvar a su amigo y tranquilizar a la comunidad, Verlaine envió a Rimbaud de regreso a Charleville.

      Rimbaud espera varios meses en su hogar y luego regresa a París. En aquel instante, inicia con Verlaine una frenética y tormentosa relación amorosa que los condujo a Londres en septiembre de 1872, abandonando así a su esposa e hijo pequeño (a quienes solía maltratar en extremo durante los ataques de ira causados por el alcohol). Durante este viaje, escribe una gran parte de la colección 'Romanzas sin palabras'. Vivieron en una considerable pobreza en Bloomsbury y en Camden Town, donde sobrevivieron de dar clases de francés y de una pequeña mensualidad que les daba la madre de Verlaine. Rimbaud pasaba los días en el Museo Británico, porque «la calefacción, la iluminación, las plumas y la tinta eran gratis».
         En julio de 1873, viaja con Rimbaud a Bruselas (Bélgica) huyendo de los prejuicios y el escándalo. El 10 de julio de ese año, Verlaine dispara dos veces sobre su joven amigo, que resulta herido en una muñeca.​ Un día, después de cambiar de opinión, le pidió a Rimbaud que se alejara de él, pero éste hizo caso omiso y lo persiguió para embriagarse juntos. Enloquecidos, se drogaron e intensificaron sus comportamientos destructivos, y se desató la pelea que llevó a Verlaine a dispararle a su amado hiriéndolo y diciéndole: "¡Te enseñaré a irte!". Al revisar su herida, Rimbaud no pensó que fuera grave, así que dejó que Verlaine y la madre de él lo llevaran a vendar y luego a la estación de trenes para regresar a Charleville. Verlaine le rogaba que no se marchara, pero Rimbaud se mostró inflexible. Comenzó entonces a comportarse de manera incontrolable nuevamente y Rimbaud, temiendo por su vida, llamó a la policía.

Verlaine fue arrestado y sometido a un humillante examen médico legal luego de que se considerara y validara la comprometedora correspondencia y las acusaciones de la esposa de Verlaine respecto de la naturaleza de la amistad entre los dos hombres. El juez fue inmisericorde y, a pesar de que Rimbaud retiró la denuncia, fue condenado por el juez Théodore t'Serstevens a dos años de prisión que cumple primero en Bruselas y posteriormente en el nuevo penal de Mons. Durante su estancia en la prisión (octubre de 1873 a enero de 1875) éste elabora la base de un libro que no verá nunca la luz ('Carcelariamente'). Su esposa obtiene la separación, tras un proceso iniciado en 1871. En prisión se convirtió al catolicismo, en la madrugada, escribió de una 'mística noche'. De esta conversión data probablemente el abandono de 'Carcelariamente' y la idea de recopilar 'Sabiduría'.
      Al salir de prisión, vuelve nuevamente a Inglaterra y después a Rethel, donde ejerce como profesor. En 1883, publica en la revista 'Lutèce' la primera serie de los 'poetas malditos' (Stéphane Mallarmé, Tristan Corbière, Arthur Rimbaud), una oda a 6 personas (uno de ellos él mismo, pero con otro nombre) incluido Rimbaud, a quien venera entre líneas. Junto con Mallarmé, es tratado como maestro y precursor por los poetas simbolistas y decadentistas. En 1884, publica 'Antaño y hogaño', que marca su vuelta a la vanguardia literaria, aunque el libro estuviera compuesto fundamentalmente por poemas anteriores a 1874. Y que junto con 'Paralelamente' (1888) forman parte de una gran antología.

Constantemente Verlaine se debatió entre dos mundos opuestos: lo que sentía por Rimbaud -y sus vicios y aficiones-, o la familia y tranquilidad con su joven esposa Mathilde Mauté de Fleurville. Como era de esperarse, el amor entre dos hombres era mal juzgado en esa época, sobretodo dentro de la élite parisina literaria a la que pertenecían, pero hacían caso omiso. Vivieron hundidos en sus vastas pasiones que viajaban en un carrusel de emociones, precisamente lo que los inspiró a escribir sus poemas definitivos. Para ellos fue una fase oscura de amor enfermizo que se convirtió en el simbolismo que los caracteriza, con sus versos contundentes y avanzados.
Rimbaud se retiró del universo literario al que estaba conquistando y regresó a Charleville y se recluyó en la granja familiar para escribir la única obra que publicó él mismo: 'Una temporada en el infierno', reconocida como una de las creaciones líricas pioneras del simbolismo moderno, y donde incluye una descripción de aquella 'menuda pareja', su vida con Verlaine -su 'virgen demente', y el 'esposo infernal'-. En 1874 regresó a Londres en compañía del poeta Germain Nouveau y escribió el fin de sus controvertidas 'Iluminaciones', que incluyen los dos primeros poemas en verso libre.

Rimbaud y Verlaine se encontraron por última vez en 1875, en Alemania, después de que éste recuperó la libertad y durante su momentánea conversión al catolicismo. Del encuentro, Rimbaud contó en una carta que conversando por unas cuantas horas «ya habíamos renegado de su Dios» y que Verlaine se quedó dos días y medio antes de regresar a París. Previamente a su marcha, Rimbaud le encargó a Verlaine sus manuscritos de 'Las Iluminaciones', pero para entonces Rimbaud ya había abandonado la escritura.
A partir de 1887, a medida que la fama de Verlaine crece, cae en la más negra de las miserias. Sus producciones literarias de esos años son puramente alimentarias. Entonces pasa el tiempo entre el café y el hospital. En sus últimos años fue elegido «Príncipe de los Poetas» (en 1894) y se le otorga una pensión. Prematuramente envejecido, muere en 1896, a los 51 años. Al día siguiente de su entierro, varios paseantes cuentan un hecho curioso: la estatua de la Poesía, ubicada en la plaza de la Ópera, perdió un brazo que se rompió junto con la lira que sujetaba, cuando su coche fúnebre pasaba por allí.

Indudablemente ese vínculo entre estos relevantes artistas líricos fue una relación turbulenta que les permitía, a partir de la destrucción como coyuntura, construir insuperables poemas. Se admiraban de forma recíproca y eran sus propios motores de creación, donde la locura, los celos y los sentimientos, inundan fehacientemente la obra de cada uno.

lunes, 14 de octubre de 2019

UN PAPEL, UNA PERSONA, UNA PROMESA: "UNA VEZ EN UNA HOJA AMARILLA DE PAPEL CON RAYAS VERDES…" / STEPHEN CHBOSKY

       "Las Ventajas de ser invisible" en Hispanoamérica ("The perks of being a wallflower") es un hermoso y reflexivo libro escrito por el estadounidense Stephen Chbosky, publicado en 1999. Constituye una novela epistolar que logró cautivar a miles de adolescentes y jóvenes en el mundo entero. Charlie, el protagonista, le escribe cartas a su amigo anónimo: el lector.
Siempre es ideal y bueno analizar las cosas profundamente: "Aunque no tengamos el poder de elegir de dónde venimos, todavía podemos elegir a dónde vamos desde ahí" hacia caminos nuevos e inesperados.
         El siguiente poema extraído del libro ("A paper, a person, a promise") es la muestra genuina y ensordecedora de que las cosas trascienden y cambian. Y los amigos y las personas se van. Y la vida no se detiene por nadie.

* ** UN PAPEL, UNA PERSONA, UNA PROMESA ** *

Una vez en una hoja amarilla de papel con rayas verdes

escribió un poema
y lo llamó "Chops"
porque así se llamaba su perro

Y de eso trataba todo.
Y su profesor le dio un sobresaliente
Y una estrella dorada

Y su madre lo colgó en la puerta de la cocina
y se lo leyó a sus tías.

Ese fue el año en que el padre Tracy

llevó a todos los niños al zoo

Y les dejó cantar en el autobús

Y su hermana pequeña nació
con las uñas de los pies diminutas y sin pelo.

Y su padre y su madre se besaban mucho

Y la niña de la vuelta le envió una
tarjeta de San Valentín firmada con una fila de X
y él tuvo que preguntarle a su padre qué significaban las X

Y su padre siempre lo arropaba en la cama por la noche
Y siempre estaba ahí para hacerlo.

Una vez en una hoja blanca de papel con rayas azules
escribió un poema

Y lo llamó "Otoño"
porque así se llamaba la estación

Y de eso trataba todo.

Y su profesor le dio un sobresaliente
y le pidió que escribiera con más claridad
y su madre nunca lo colgó en la puerta de la cocina
porque estaba recién pintada.

Y los niños le dijeron
que el padre Tracy fumaba puros

Y dejaba colillas en los bancos de la iglesia

Y a veces las quemaduras hacían agujeros.

Ese fue el año en que a su hermana le pusieron gafas
con cristales gruesos y montura negra

Y la niña de la vuelta de la esquina se rió
cuando él le pidió que fuera a ver a Papá Noel

Y los niños le dijeron por qué
su madre y su padre se besaban mucho

Y su padre nunca le arropaba en la cama por la noche

Y su padre se enfadó
cuando se lo pidió llorando.
Una vez en un papel arrancado de su cuaderno
escribió un poema

Y lo llamó

"Inocencia:

Una duda"
porque esa duda tenía sobre su chica

Y de eso trataba todo.

Y su profesor le dio un sobresaliente
y lo miró fijamente de forma extraña

Y su madre nunca lo colgó en la puerta de la cocina
porque él nunca se lo enseñó.

Ese fue le año en el que murió el padre Tracy

Y olvidó cómo
era el final del credo

Y sorprendió a su hermana
fajando con uno en el porche trasero

Y su madre y su padre nunca se besaban
ni siquiera se hablaban

Y la chica de la vuelta de la esquina
llevaba demasiado maquillaje

Que le hacía toser cuando la besaba
pero la besaba de todas formas
porque tenía que hacerlo

Y a las tres de la madrugada

se metió él mismo en la cama
mientras su padre roncaba profundamente.

Por eso en el dorso de una bolsa de papel marrón
intentó escribir otro poema

Y lo llamó

"Absolutamente nada"

Porque de eso trataba todo en realidad.
Y se dio a sí mismo un sobresaliente
y un corte en cada una de sus malditas muñecas
Y lo colgó en la puerta del baño
porque esta vez no creyó
que pudiera llegar a la cocina.