viernes, 16 de agosto de 2019

ANA FRANK Y JUANITA WAGNER: UNA AMISTAD EPISTOLAR FRUSTRADA POR LA ATROCIDAD DE LA PERSECUCIÓN JUDÍA

Ana Frank fue una niña charlatana, ingeniosa e inteligente. Nació el 12 de junio de 1929 y murió a los 15 años en el campo nazi de Bergen-Belsen, en febrero de 1945. Con nostalgia histórica, se evoca una carta olvidada de Ana. La alemana inició una relación amistosa a través del contenido de correspondencia, con una niña de un remoto pueblo de Iowa, pero el nazismo frustró esa amistad de infancia.
Ana Frank escribió un par de diarios como un desdoblamiento epistolar, con una confidente inventada para contarle las incidencias cotidianas de dos años de encierro: sus estados de ánimo, las confusiones de la adolescencia, el descubrimiento del primer amor; ella y su familia atenazados por el miedo y los horrores de la guerra, constituyendo así, la fidedigna memoria del Holocausto.

Cuando su padre regresó de los campos, el único superviviente de la familia, dos personas que les ayudaron a esconderse -Miep Gies y Bep Voskuijl-, le entregaron los papeles que habían escamoteado después de la detención, entre ellos sus dos diarios. Uno fue escrito en forma de cartas para sí misma y otro con la intención de ser, tal vez, publicado alguna día. Sus últimas anotaciones fueron el 1 de agosto, tres días antes de la detención. Y 74 años después de su muerte, se ha convertido en uno de los libros más importantes y leídos del mundo y en un símbolo del terror del nazismo.
El arresto de Ana Frank, es uno de los grandes misterios de la Segunda Guerra Mundial. La niña judía, testigo del Holocausto, fue detenida el 4 de agosto de 1944 junto a las siete personas con las que se escondía en una casa del 263 de la calle Prinsengracht, en Ámsterdam. Aunque las certezas sobre lo que ocurrió esa mañana se acaban prácticamente ahí, las teorías sobre su detención nunca han dejado de publicarse y multiplicarse. Algunas suposiciones señalan que la culpable de su arresto fue una mujer, Ans van Dijk, acusada de delatora y ejecutada por otros casos en 1948. Otras más aducen que no fue una traición, sino la casualidad.

EL INICIO DE UNA AMISTAD ESCRITA


Ana Frank vive y muere todos los días. Basta que alguien la nombre, lea o simplemente se quede mirando su sonrisa adolescente para que la historia se vuelva una puñalada y traiga a la memoria el horror sin fin de Auschwitz y Bergen-Belsen. Mil veces contada, su vida es una fuente inagotable para el recuerdo, pero también para la incertidumbre y la sorpresa. A lo largo de décadas, no han dejado de aparecer cabos poco conocidos de su corta existencia. Uno de los más insospechados se oculta en Danville (Iowa). Allí, la alemana dejó una huella indeleble. Una amistad frustrada en esta localidad de 934 habitantes que no puede dejarse en el olvido. Ésta es su historia.
Finales de 1939, en Danville. La maestra Birdie Mathews ha contactado con la Escuela Montessori de Ámsterdam para iniciar el intercambio de correspondencia entre los escolares. Mujer inquieta y querida en este pueblo agrícola, ofrece a sus alumnos una lista de nombres. Juanita Wagner, de 10 años, escoge a una chica de su edad. Se llama Annelies Marie Frank.

Juanita le escribe una carta sencilla. Cuenta que vive con su madre y su hermana Betty Ann. Son granjeros. El Misisipi queda cerca y su padre ha muerto.
La respuesta, en inglés, tiene 294 palabras y está fechada el 29 de abril de 1940. Un lunes. En ella, Ana Frank ofrece un boceto cándido de su mundo. "Margot y yo somos los únicos niños de la casa. Nuestra abuela vive con nosotros. Mi padre tiene una oficina y mi madre está ocupada en casa". En la misiva le pide a Juanita una foto -"me gustaría saber cómo eres"- y le da la fecha de su cumpleaños: el 12 de junio. Se despide como 'su amiga holandesa' y le adjunta una postal de Ámsterdam. "Tengo 800, las colecciono".

En ningún momento explica que su familia se ha refugiado en Holanda huyendo del nazismo. Tampoco que es judía ni que ha estallado la Segunda Guerra Mundial. Si lo ocultó o simplemente no era importante en su pequeño orbe, nunca se sabrá. Y esa ausencia dota a la epístola de un efecto terrorífico, donde tal vacío vislumbra un porvenir que aún era pleno y que no conocía la barbarie. Es la carta de una niña a otra niña. De dos universos donde el día y la noche estaban hechos para vivir. No para sufrir.
Juanita contestó emocionada, pero nunca recibió respuesta. En las largas noches de Iowa se preguntó más de una vez qué habría ocurrido. Y lo ocurrido, luego lo sabría. Lo que aún estremece al mundo.

Doce días después de enviada la misiva, Hitler invadió Holanda. Los Frank quedaron otra vez a merced del nazismo. Perdieron su empresa y tuvieron que llevar a las niñas a un colegio sólo para judíos. Se les prohibió viajar en tranvía, coche y bicicleta; así como ir al cine, teatros o jardines públicos. No podían hacer deporte y tenían que lucir la estrella de David. No eran arios, no eran humanos y cuando en julio de 1942 los nazis llamaron a la hermana mayor Margot para internarla en un campo de trabajo, el padre decidió ocultar a la familia. Lo que sucedió después, es bien conocido y lo inmortalizó Ana Frank en sus diarios.
El escondite se mantuvo incólume dos años, hasta que el 4 de agosto de 1944, la Gestapo les descubrió. El destino se abismó. Todos, menos el padre, perecieron. Ana Frank pasó por Auschwitz y recaló en Bergen-Belsen. Los últimos que la vieron la recuerdan calva y esquelética, arropada sólo con una manta. En marzo de 1945, con 15 años, murió de tifus. Apenas un mes después, el campo fue liberado por los británicos.

Acabada la guerra, el padre recuperó los diarios y los publicó. La carta, en cambio, se perdió en el olvido. No fue hasta 1956 cuando Juanita y Betty Ann, al escuchar en la radio un programa sobre Ana Frank, cayeron en la cuenta de quién les había escrito. Tras años guardándolas, en 1988 las subastaron. Un comprador anónimo las adquirió por 165.000 dólares y las donó al Centro Simon Wiesenthal de Los Ángeles. Allí siguen.
En la remota Danville, muertas las hermanas Wagner, el recuerdo de la frustrada amistad entre Juanita y Ana es la conexión con la historia universal. Ahí donde se cuenta la correspondencia intercambiada y las vidas de las dos niñas y sus mundos, una representación indubitable y melancólica de los millones de niños que murieron en el Holocausto.