domingo, 18 de agosto de 2019

BACH Y EL FARSANTE OFTALMÓLOGO JOHN TAYLOR IMPLICADO EN LA TRÁGICA CEGUERA DEL GRAN COMPOSITOR

Históricamente, se ha considerado que hasta el siglo XIX no comenzó una Medicina verdaderamente científica y que la farmacopea y cirugía disponibles hasta principios del siglo XX, eran más bien escasas y con frecuencia contraproducentes.

Pocas noticias se tienen al respecto, pero Bach parece haber gozado de buena salud y los 20 hijos con sus dos esposas demuestran que estaba fuerte. Nadie puede dudar que Johann Sebastian Bach (1685-1750) encabeza la lista de los mejores músicos de la historia. Su fecunda obra, es estimada como la cumbre de la música barroca; destaca en ella su profundidad intelectual, su perfección técnica y su belleza artística, además de la síntesis de los diversos estilos nacionales de su época y del pasado. Compuso música en tal cantidad y de tal calidad que cuesta creer tanta genialidad junta.
No obstante, Bach tenía una leve miopía. Hacia 1749, su agudeza visual había menguado hasta dificultarle el trabajo; según sus allegados se debía al esfuerzo visual de las horas escribiendo música, incluso de noche con velas. Pero la causa real no se conoce: pudo ser por cataratas, glaucoma crónico; o quizá por retinopatía diabética, en el contexto de un síndrome metabólico. En cualquier caso, al parecer fue una pérdida visual progresiva e indolora; aunque Forkel, uno de sus primeros biógrafos, habla de dolor ocular.

En ese panorama, hubo un galeno del siglo XVIII conocido por mezclar la Medicina seria de su tiempo, con prácticas de charlatán ambulante a gran escala. Un doctor que no curaba, inclusive que causaba daño; y encima que estaba en un pedestal de erudición, sabiduría y suspicacia. Fue el Dr. John Taylor, un oftalmólogo inglés, que es aún más famoso por ser señalado en la consecuente e infortunada ceguera de los dos compositores más grandes del Barroco: J.S. Bach y G.F. Händel.
En marzo de 1750, quiso el destino que arribara a Leipzig el embaucador Dr. Taylor con su parafernalia. Muchos amigos y familiares de Bach, le insistieron que se dejara examinar por esta eminencia inglesa de tanto renombre y el viejo músico accedió de mala gana. El diagnóstico de Taylor fue de cataratas y procedió a realizarle la pertinente cirugía.

LAS OPERACIONES DE CATARATAS A MEDIADOS DEL SIGLO XVIII


Los procedimientos quirúrgicos, no eran muy diferentes de como se hacían en Mesopotamia y Egipto 3000 años antes. El paciente sentado, sujeto por uno o más ayudantes y atontado como mucho mediante opio y algún lingotazo, el cirujano delante manteniendo el ojo abierto con una mano y con la otra maniobrando una lanceta que se introducía por limbo o por pars plana temporal, para luxar el núcleo hacia la cámara vítrea. Con suerte la catarata madura se hundía envuelta en su cápsula y no ocurría mayor daño, pero otras veces, el núcleo del cristalino se sacaba del saco capsular y había probabilidades altísimas de facoanafilaxis, glaucoma secundario o uveítis; amén del riesgo de desgarros de retina, hemorragia intraocular y endoftalmitis. Algo terrible.
         J.S. Bach sufrió la luxación de sus cataratas y vendaje ocular prolongado según el protocolo de Taylor, pero el maestro debió ser intervenido nuevamente al cabo de una semana por las complicaciones del primer procedimiento. No queda claro en qué momento se operó cada ojo ni cuántas veces, pero el resultado de estos dos actos quirúrgicos, fue que Bach quedó más ciego y con una grave y dolorosa inflamación ocular bilateral.

Antes de huir hacia Berlín -siguiente destino del oftalmiatra-, Taylor dejó prescrito un tratamiento a base de sangrías, incisiones oculares de drenaje y vendajes con emplastes varios. Como resultado del ensañamiento terapéutico Bach tuvo que recluirse en su habitación a oscuras, soportando el dolor de un probable glaucoma secundario y su salud fue decayendo hasta quedar postrado y morir apenas pasados tres meses de la intervención, tal vez debido a un ictus. Poco antes de morir, dijo haber recuperado la visión por momentos y ver la cara de su esposa Anna Magdalena. Una alucinación de Charles Bonnet, seguramente.

EL MATASANOS-CHARLATÁN JOHN TAYLOR


John Taylor nació en 1703 en Norwich, en familia de tradición médica, y falleció no se sabe si en Roma, París o Praga; si en 1770 ó 1772. Se formó en Londres y desde el principio se centró en la oftalmología. A partir de 1727, inició una vida nómada que lo llevó por múltiples Universidades (como Leiden, Basilea, Lieja, París o Colonia) y a ejercer su oficio oculístico de manera ambulante por toda Europa; desde Portugal hasta Rusia, incluso en Persia.
Esta movilidad, asociada a su labia, cultura y don de gentes le hizo una persona muy bien relacionada socialmente. Trató con Haller, Boerhaave, Morgagni, Winslow, Munro, J.L. Petit o Hunter; entre otros célebres eponímicos, también con Lineo, Metastasio y con lo mejor de la nobleza y el clero de la época. Llegó a ser nombrado cirujano ocular del rey Jorge II de Inglaterra y se presentaba como "el chevalier Taylor, oftalmiatra, médico real, pontificio e imperial".

Publicó numerosos tratados en múltiples idiomas sobre fisiología ocular, tratamiento de las cataratas y otras enfermedades oftalmológicas. Fue el primero en describir el queratocono (aunque otros le asignan el honor a Benedict Duddell) e introdujo novedades en el tratamiento del estrabismo. Hasta aquí todo parece muy bien, pero…

"Una muestra de lo lejos que la ignorancia es arrastrada por el descaro".

Así definió a John Taylor su contemporáneo Samuel Johnson, famoso literato y crítico. La realidad es que muchos de los eruditos con los que Taylor se jactaba de tener amistad, se tapaban la nariz al opinar sobre este hombre. El título nobiliario de chevalier y todos los honores con que se presentaba, eran auto-atribuidos.

Taylor fue un maestro de la publicidad y el autobombo. Lo que mejor sabía hacer era venderse y promocionar los éxitos milagrosos de sus tratamientos, pero la praxis de su ejercicio médico dejaba mucho que desear. Lamentablemente, durante sus giras europeas iba dejando un reguero de damnificados ciegos a su paso.
Cuando la caravana de Taylor se dirigía a una localidad, sus agentes llegaban con antelación para hacer publicidad y anunciar el advenimiento del sabio. Aparecía Taylor en su pintoresca carroza con su séquito, donde era recibido por las autoridades del lugar y su primer acto era hacer una doctísima conferencia pública demostrando su sapiencia.

Posteriormente, comenzaba a examinar pacientes y a operarlos, practicando las intervenciones él o algún ayudante en sitio público y al aire libre. Sus estipendios no eran nada económicos, el hombre tenía un caché importante. Tras las intervenciones ordenaba mantener un vendaje ocular hasta por una semana. Cuando los pacientes se destapaban y descubrían su mala o nula visión o sobrevenía una complicación, ya el Dr. Taylor había tenido días de margen para correr kilómetros hasta otro pueblo. El chevalier corría más deprisa que su fama.

Sin embargo, no todos tenían mala opinión de Taylor. Muchos clientes le estaban agradecidos y sus buenas relaciones con la jet set y su dominio del marketing, le proporcionaron prestigio y posición. Por otra parte, Taylor fue objeto de caricaturas y sátiras teatrales, incluyendo una ópera inglesa anónima llamada "The Operator".
Entonces, su perfil era de experto sobrevalorado que figura en todas partes, aunque sus capacidades profesionales muchas veces distaron de ello. Afortunadamente, los mecanismos de control hacen poco probable que un 'doctor muerte' como Taylor, campe a sus anchas en la actualidad. Empero, aún muchos personajes médicos en el entorno están más interesados en figurar y estar bien relacionados, más decididos a hacerse bombo a sí mismos y a sus clínicas, más urgidos de publicar lo que sea y donde sea, y más preocupados de estar en el centro que en hacer bien su trabajo asistencial del día a día.

El 28 de julio de 1750, Johann Sebastian Bach falleció a la edad de 65 años. Un periódico de la época informó que «de las infelices consecuencias de su muy poco exitosa operación», fueron la causa de su muerte. Historiadores modernos especulan con que la causa de su muerte fue una apoplejía, complicada por una neumonía.
​ Inicialmente fue enterrado en el viejo cementerio de San Juan en Leipzig. Su tumba estuvo sin identificar durante casi ciento cincuenta años hasta que, en 1894, su ataúd fue encontrado finalmente y trasladado a una cripta en la iglesia de San Juan. Este edificio quedó destruido durante un bombardeo del bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que desde 1950 sus restos reposan en una tumba en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig.