Históricamente, se
ha considerado que hasta el siglo XIX no comenzó una Medicina verdaderamente
científica y que la farmacopea y cirugía disponibles hasta principios del siglo
XX, eran más bien escasas y con frecuencia contraproducentes.
Pocas
noticias se tienen al respecto, pero Bach parece haber gozado de buena salud y
los 20 hijos con sus dos esposas demuestran que estaba fuerte. Nadie puede
dudar que Johann Sebastian Bach (1685-1750) encabeza la lista de los mejores músicos
de la historia. Su fecunda obra, es estimada como la cumbre de la música barroca;
destaca en ella su profundidad intelectual, su perfección técnica y su belleza
artística, además de la síntesis de los diversos estilos nacionales de su época
y del pasado. Compuso música en tal cantidad y de tal calidad que cuesta creer
tanta genialidad junta.
No
obstante, Bach tenía una leve miopía. Hacia 1749, su agudeza visual había
menguado hasta dificultarle el trabajo; según sus allegados se debía al
esfuerzo visual de las horas escribiendo música, incluso de noche con velas.
Pero la causa real no se conoce: pudo ser por cataratas, glaucoma crónico; o
quizá por retinopatía diabética, en el contexto de un síndrome metabólico. En
cualquier caso, al parecer fue una pérdida visual progresiva e indolora; aunque
Forkel, uno de sus primeros biógrafos, habla de dolor ocular.
En
ese panorama, hubo un galeno del siglo XVIII conocido por mezclar la Medicina
seria de su tiempo, con prácticas de charlatán ambulante a gran escala. Un
doctor que no curaba, inclusive que causaba daño; y encima que estaba en un
pedestal de erudición, sabiduría y suspicacia. Fue el Dr. John Taylor, un
oftalmólogo inglés, que es aún más famoso por ser señalado en la consecuente e infortunada ceguera de los dos
compositores más grandes del Barroco: J.S. Bach y G.F. Händel.
En
marzo de 1750, quiso el destino que arribara a Leipzig el embaucador Dr. Taylor
con su parafernalia. Muchos amigos y familiares de Bach, le insistieron que se
dejara examinar por esta eminencia inglesa de tanto renombre y el viejo músico
accedió de mala gana. El diagnóstico de Taylor fue de cataratas y procedió a
realizarle la pertinente cirugía.
LAS OPERACIONES DE CATARATAS A MEDIADOS DEL SIGLO XVIII
Los procedimientos quirúrgicos, no eran muy diferentes de como se hacían en
Mesopotamia y Egipto 3000 años antes. El paciente sentado, sujeto por uno o más
ayudantes y atontado como mucho mediante opio y algún lingotazo, el cirujano
delante manteniendo el ojo abierto con una mano y con la otra maniobrando una
lanceta que se introducía por limbo o por pars plana temporal, para luxar el
núcleo hacia la cámara vítrea. Con suerte la catarata madura se hundía envuelta
en su cápsula y no ocurría mayor daño, pero otras veces, el núcleo del
cristalino se sacaba del saco capsular y había probabilidades altísimas de
facoanafilaxis, glaucoma secundario o uveítis; amén del riesgo de desgarros de
retina, hemorragia intraocular y endoftalmitis. Algo terrible.
J.S. Bach sufrió la luxación de sus cataratas y vendaje ocular prolongado según el protocolo de Taylor, pero el maestro debió ser intervenido nuevamente al cabo de una semana por las complicaciones del primer procedimiento. No queda claro en qué momento se operó cada ojo ni cuántas veces, pero el resultado de estos dos actos quirúrgicos, fue que Bach quedó más ciego y con una grave y dolorosa inflamación ocular bilateral.
J.S. Bach sufrió la luxación de sus cataratas y vendaje ocular prolongado según el protocolo de Taylor, pero el maestro debió ser intervenido nuevamente al cabo de una semana por las complicaciones del primer procedimiento. No queda claro en qué momento se operó cada ojo ni cuántas veces, pero el resultado de estos dos actos quirúrgicos, fue que Bach quedó más ciego y con una grave y dolorosa inflamación ocular bilateral.
Antes
de huir hacia Berlín -siguiente destino del oftalmiatra-, Taylor dejó prescrito
un tratamiento a base de sangrías, incisiones oculares de drenaje y vendajes
con emplastes varios. Como resultado del ensañamiento terapéutico Bach tuvo que
recluirse en su habitación a oscuras, soportando el dolor de un probable
glaucoma secundario y su salud fue decayendo hasta quedar postrado y morir
apenas pasados tres meses de la intervención, tal vez debido a un ictus. Poco
antes de morir, dijo haber recuperado la visión por momentos y ver la cara de
su esposa Anna Magdalena. Una alucinación de Charles Bonnet, seguramente.
EL MATASANOS-CHARLATÁN JOHN TAYLOR
John
Taylor nació en 1703 en Norwich, en familia de tradición médica, y falleció no
se sabe si en Roma, París o Praga; si en 1770 ó 1772. Se formó en Londres y
desde el principio se centró en la oftalmología. A partir de 1727, inició una
vida nómada que lo llevó por múltiples Universidades (como Leiden, Basilea,
Lieja, París o Colonia) y a ejercer su oficio oculístico de manera ambulante
por toda Europa; desde Portugal hasta Rusia, incluso en Persia.
Esta
movilidad, asociada a su labia, cultura y don de gentes le hizo una persona muy
bien relacionada socialmente. Trató con Haller, Boerhaave, Morgagni, Winslow,
Munro, J.L. Petit o Hunter; entre otros célebres eponímicos, también con Lineo,
Metastasio y con lo mejor de la nobleza y el clero de la época. Llegó a ser
nombrado cirujano ocular del rey Jorge II de Inglaterra y se presentaba como "el chevalier Taylor, oftalmiatra, médico real, pontificio e imperial".
Publicó
numerosos tratados en múltiples idiomas sobre fisiología ocular, tratamiento de
las cataratas y otras enfermedades oftalmológicas. Fue el primero en describir
el queratocono (aunque otros le asignan el honor a Benedict Duddell) e
introdujo novedades en el tratamiento del estrabismo. Hasta aquí todo parece
muy bien, pero…
"Una
muestra de lo lejos que la ignorancia es arrastrada por el descaro".
Así
definió a John Taylor su contemporáneo Samuel Johnson, famoso literato y
crítico. La realidad es que muchos de los eruditos con los que Taylor se jactaba
de tener amistad, se tapaban la nariz al opinar sobre este hombre. El título
nobiliario de chevalier y todos los honores con que se presentaba, eran auto-atribuidos.
Taylor
fue un maestro de la publicidad y el autobombo. Lo que mejor sabía hacer era
venderse y promocionar los éxitos milagrosos de sus tratamientos, pero la praxis de su ejercicio médico dejaba mucho que desear. Lamentablemente, durante sus giras
europeas iba dejando un reguero de damnificados ciegos a su paso.
Cuando
la caravana de Taylor se dirigía a una localidad, sus agentes llegaban con
antelación para hacer publicidad y anunciar el advenimiento del sabio. Aparecía
Taylor en su pintoresca carroza con su séquito, donde era recibido por las
autoridades del lugar y su primer acto era hacer una doctísima conferencia
pública demostrando su sapiencia.
Posteriormente, comenzaba a examinar pacientes y a operarlos, practicando las intervenciones él
o algún ayudante en sitio público y al aire libre. Sus estipendios no eran nada
económicos, el hombre tenía un caché importante. Tras las intervenciones
ordenaba mantener un vendaje ocular hasta por una semana. Cuando los pacientes
se destapaban y descubrían su mala o nula visión o sobrevenía una complicación,
ya el Dr. Taylor había tenido días de margen para correr kilómetros hasta otro
pueblo. El chevalier corría más deprisa que su fama.
Sin
embargo, no todos tenían mala opinión de Taylor. Muchos clientes le estaban
agradecidos y sus buenas relaciones con la jet set y su dominio del marketing,
le proporcionaron prestigio y posición. Por otra parte, Taylor fue objeto de
caricaturas y sátiras teatrales, incluyendo una ópera inglesa anónima llamada "The Operator".
Entonces, su perfil era de experto sobrevalorado que figura en todas partes, aunque sus
capacidades profesionales muchas veces distaron de ello. Afortunadamente, los
mecanismos de control hacen poco probable que un 'doctor muerte' como Taylor, campe a sus anchas en la actualidad. Empero, aún muchos personajes médicos en el
entorno están más interesados en figurar y estar bien relacionados, más
decididos a hacerse bombo a sí mismos y a sus clínicas, más urgidos de publicar
lo que sea y donde sea, y más preocupados de estar en el centro que en hacer
bien su trabajo asistencial del día a día.
El
28 de julio de 1750, Johann Sebastian Bach falleció a la edad de 65 años. Un periódico
de la época informó que «de las infelices consecuencias de su muy poco exitosa
operación», fueron la causa de su muerte. Historiadores modernos especulan con
que la causa de su muerte fue una apoplejía, complicada por una neumonía.
Inicialmente fue enterrado en el viejo cementerio de San Juan en Leipzig. Su
tumba estuvo sin identificar durante casi ciento cincuenta años hasta que, en
1894, su ataúd fue encontrado finalmente y trasladado a una cripta en la
iglesia de San Juan. Este edificio quedó destruido durante un bombardeo del
bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que desde 1950 sus restos
reposan en una tumba en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig.