sábado, 28 de septiembre de 2019

LA EROTECA: "UN ENFADO, NUESTRA DULCE RECONCILIACIÓN… HAZME EL AMOR, OTRA VEZ, DESPACIO Y FURIOSAMENTE"

Todas las parejas discuten, todas las parejas tienen problemas; ninguna relación está exenta de malos momentos, de malos entendidos. Tampoco la nuestra. Sin embargo, los años juntos te anclan a una persona; pero lo más importante es saber que esas nimiedades, que esos pequeños errores que todos cometemos no son motivo para tirar por la borda lo que se ha construido. Bien dicen que errar es de humanos y rectificar es de sabios. Así que no hay que darle mayor relevancia a tonterías que, aunque claro, pueden causar pesar y en algunos casos algo de dolor, no son un verdadero motivo para fracturar algo hermoso, como lo es nuestro amor. Es por ello que vale la pena dedicar un tiempo a solucionar disidencias y antagonismos, y seguir adelante caminando unidos. Son nociones que reflexiono mientras estoy recostada en el sofá.
Creo que aquél fue un día extenso para los dos, al menos una tarde larga y exhaustiva emocionalmente. Nunca me ha sido fácil enfrentar las situaciones emocionales, pero decidí no dejar que mis taras mentales me consumieran. No vale la pena. Me veo en el espejo y tengo el rostro enrojecido, no puedo soltar un par de lágrimas sin que mi cara se convierta en un poema. Ambos hemos levantado la bandera de la paz, hemos hablado y dado por zanjado el tema, pero la tensión aún es palpable. Después de un rato dándonos un tiempo fuera, entras a la sala, te sientas junto a mí apoyándonos en el respaldo del sofá y nos miramos sin decirnos nada, sólo una risa tenue que rebaja la presión. Los minutos pasan y seguimos uno al costado del otro. Me vuelves a sonreír y extiendes tu mano colocándola entre la distancia que separa nuestros cuerpos, esperas expectante mi reacción. Te sonrío a medio lado, aproximo mis dedos hasta tu mano y los atrapas con fuerza y determinación. Hay silencio, escucho nuestra respiración, igual podría jurar que puedo sentir el latir de tu corazón.

Supongo que la siguiente acción es la adecuada, la justa y la necesaria para dar por terminado realmente el conflicto. Me siento a horcajadas sobre ti. Me atraes lo más que puedes y me estrechas tanto que me cuesta un poco respirar. Puede que en ocasiones no sé lidiar con las emociones, y menos en mi caso, que soy un completo torbellino de sentimientos. Me sigues arropando con tus brazos, cubriendo mi figura, es como si quisieras fusionarte conmigo. Yo también lo necesito. Cuando por fin luego de un rato me sueltas, aspiro y exhalo. Tu mano recorre mi rostro y secas esa diminuta lágrima traicionera que todavía se escapa: "ya mi amor", susurras con tal afecto que derrites todas mis defensas y me echo a tu pecho, aferrándome fuertemente. Hundo mi cabeza, acariciando tu cuello con mi nariz y dándote un suave beso. Me incorporo y apoyo mis manos en ti: "Sabes, necesitamos algo para dar esto por olvidado, me debes sexo de reconciliación, pero… quiero que me hagas el amor despacio y furiosamente, tonto". Y luego te doy otro beso en los labios. "Sé que un abrazo no es suficiente, ni los besos y caricias subsiguientes. Sé que costará cicatrizar la herida, pero también sé que con eso, se cicatriza antes".
Entonces acaricias mi cara, grabando en tu retina cada gesto, cada poro, cada minúsculo movimiento. Enclavas tus ojos en los míos, refulgentes por las lágrimas derramadas y te sumerges en sus inmensas profundidades. Poco a poco acercas tus labios con un ofrecimiento de reconciliación implícito y me das un beso, apenas un roce. Un beso casi tan tímido como el primero que me diste cuando nos conocimos. Deseas besarme, deseas abrazarme, deseas poder llenarme de felicidad y complacerme por completo y cuando te pido hacer el amor, cuando te digo esas palabras, son tus ojos los que no pueden contener una expresión; y me besas de nuevo, una y otra vez, con besos cada vez más duraderos y vehementes. Estamos hechos un desastre: besos ardientemente prolongados, con un deje de sabor salado. Nos miramos cordialmente, nuestros ojos se encargan de decirlo todo. Ahí van fragmentos de perdón, de amor, de unión infinita. Me abrazas, queremos ser uno, sentirnos. Sanarnos de la mejor manera que sabemos. En tu mirada veo el brillo de la esperanza, en la mía puedes ver el deseo de que todo quede olvidado. Tus acciones son precavidas, sigilosas. La pasión va en aumento, puedes sentir que mis latidos se van acelerando. "Siempre serás mi amor" -me dices-, disipando cualquier duda que se haya generado. Nuestro amor es la comunión perfecta. Y volvemos a fundirnos en besos cada vez más íntimos e intensos.

El amor, la pasión y la creciente excitación se solapan, se unifican con cada beso y con cada caricia. Tus manos asumen gradualmente mayores riesgos desafiando zonas peligrosas, aunque sigues con el temor de ser rechazado a causa de aquella discusión y tener que adicionar en nuestro distanciamiento unas horas más, pero te equivocas. Mi cuerpo se inmuta al toque de tus dedos, mis labios responden con reciprocidad a los tuyos y la temperatura empieza a subir en la sala. Tus caricias bajan por mi espalda hasta mi cintura, estrujándome con firmeza. Tras una sucesión de apasionados besos, te deslizas descendiendo y me aprietas el culo, y abres los ojos para ver cómo reacciono. Te abalanzas a mi cuello sin piedad, acoplando tu boca a mi garganta de la misma forma que los predadores nocturnos lo hacen con sus presas. "Te amo" -articulas-, después pronuncias mi nombre.
Mi respiración agitada, puedes sentirla cómo recorre tu piel. Alboroto tu cabello, juego con él, pues me encanta hacer eso contigo. Tu voz espontánea es como un encendedor en mi corazón y en mi mente. Me alejo un poco de ti, para mirarte fijamente: "Te amo, eres mío y siempre seré tuya, hasta el final de los tiempos y más allá". Vuelves a abalanzarte a mi cuello, ahora con más confianza, con más ímpetu gracias a la seguridad de mis palabras. Las chispas entre nosotros no se hacen esperar. Puedes sentir el vaivén de mis caderas, que me muevo ya con descaro cuando siento crecer algo duro. Muerdo tu cuello muy lentamente y luego el lóbulo de tu oreja, cosas que sé que te trastornan. "Eres mío, soy tuya" -repito dulcemente-.

Mis movimientos te producen algo que no puedes reprimir. Me transportas hasta la habitación, dejándome encima de la cama. Tus manos empiezan a desabrochar el cierre de mi falda, mientras tus labios buscan los míos con hambre. Siento la prisa y el deseo en tus dedos, en tus besos. La desabrochas y la sacas al vuelo. Me ruborizo al ver la mirada que me dedicas. Pienso que atacarás como siempre, pero me sorprende la calma con la que palpas mi cuerpo, y cómo tu boca avanza en pausas; subes mi muslo, te atraigo para sentirte más cerca. Puedes percibir mi total entrega, y yo la viveza de tus ojos y una notable erección. Tu boca abandona la mía y se dirige a mi cuello, presionando suavemente con tus labios para provocarme. Te apropias de mi aroma, de la tibieza de mi piel. Acaricias mi abdomen, redondeas mi ombligo y friccionas mi monte de venus aún protegido por mi ropa interior; tu boca sigue recorriendo mi cuello, bajando por mi garganta. Tus manos acarician mis piernas y pasas la punta de tus dedos por todo, erizando mi microscópico bello. Tu lengua rodea mis senos, transitando en espiral, muy lento, muy despacio, esperando una orden mía antes de lanzarte a mis pezones.
Mi cuerpo comienza a estremecerse, el restregar sutil de tus dedos me está enloqueciendo. Ciño un poco tu mano contra mis pezones y los lames con cierta obscenidad y a la vez con ternura y delicadeza. Mis primeros gemidos no se hacen esperar y me dejo llevar, forzando un poco más tu cabeza contra mi pecho. En mi muslo puedo sentir la dureza de tu miembro palpitante, lo cual sólo logra excitarme más. Te miro llena de lujuria y amor máximo, y me deleito contigo. Succionas mis pezones con serenidad y lascivia a partes iguales. Tus manos buscan mi humedad, intentas apartar el elástico para meterte dentro, para tener un acceso. Tocas mi clítoris con la punta de tu dedo y lo oprimes levemente, temeroso de hacerme daño. Tu erección es potentísima, tanto que ya no es posible retenerla dentro de tus pantalones.

Nuestras miradas se encuentran fijas por unos instantes, casi puedo asegurar que tenemos flashbacks de esa primera vez; puedo sentir tus nervios, tu ardor con cada roce. Una mueca de tu rostro hace que desvíe mi atención hacia tu pene aprisionado. Mi mano desciende y con mis dedos desabrocho el botón de tu pantalón, aprieto por encima de la ropa y sueltas un quejido que es extinguido por tus labios. La excitación crece sin parar. Rápidamente, te despojas de tu ropa quedando completamente desnudo y continúas con la mía. Estando ambos desnudos, nos quedamos en un abrazo en el que siento la presión de tu verga en mi cuerpo, y tú la de mis senos en el tuyo. Tus manos acarician todo mi cuerpo, toda mi piel, deleitándose con el suave tacto y sin poder evitarlo, se aferran a mis pechos al tiempo que tu boca se acopla a mis pezones, succionando y jugando con ellos con tu lengua. Tus manos se siguen y alargan el maravilloso viaje hacia las tierras del deseo.
Ahogo un gemido cuando tus dedos se acercan a mi empapada cueva. Separo un poco más mis piernas y siento cómo tu erección se clava más en mi cuerpo, suelto otros pequeños gemidos producto de la excitación alebrestada por tu boca, y luego tus dedos... uno de mis actos favoritos, es sentir tus dedos adentrándose. Bajo mi mano hasta llegar a tu pene súper-duro con ganas de acción y lo acaricio sosegadamente. Mi mano encajada ahí, te arranca un sonoro y delicioso jadeo. Tu boca sigue con su erótico juego y tu largo índice explorándome profundamente. Enseguida tu boca desciende. Tus dedos, ya empapados, se mueven con agilidad dentro de mí. Besas mi monte de venus. Besas mi rajita por encima, sin colarte dentro, sin saborearme, sin invadirme. Buscando mantener esa provocación en mí, coloco mis dedos por tu cabello, atrayéndote. Tus dedos se introducen con avidez hasta lo más hondo. Salen algunos gritos, muevo mis caderas intentando sentir más, cuando tu boca engulle mi clítoris. Mi cara desencajada de goce, mis dedos te obligan a pegarte más a mi intimidad. Admites con gusto la confirmación de mis intenciones y persigues mi disfrute con ahínco. Deseas que me empape, que me excite, que me extasíe. Buscas nuestro placer, nuestra excitación y nuestro perdón. Deseas que explote en un orgasmo tan intenso que me tiemblen las piernas y empape tu cara con mis flujos, por eso te entregas con todos tus sentidos.

Cierro mis ojos dejándome invadir por las sensaciones, por la forma en la que me devoras. Atraigo tu cabeza más hacia mí, olvidando todo y solamente sintiendo lo que me provocas. Mis gritos de placer no se hacen esperar, mis palabras de aliento pidiendo más y tus hábiles dedos y boca proporcionándome lo que deseo. Cuando sumerges a fondo un par de tus dedos rotándolos en mi interior no puedo resistir más, por la manera en cómo se contrae mi cuerpo sabes bien lo que debes hacer. Tu lengua saborea mi humedad, pruebas mi sabor que te gusta. Es lo que siempre me dices. Vuelvo a acercar tu cabeza contra mi intimidad, muevo mis caderas prácticamente follando tu rostro y cada una de tus lamidas me lleva al orden del éxtasis, cuando un grito más agudo que los demás te indica la proximidad de mi orgasmo y sólo con un par de lamidas más explotan mis jugos en tu boca. Recibes el orgasmo con gran satisfacción, bebiendo y relamiendo mis flujos. Me dejas ese lapso de relax que sigue al clímax, besándome desde abajo, y subiendo muy despacio hasta mi cuello y mis labios. Te colocas sobre mí, dejando caer el peso de tu cuerpo y susurrándome palabras de amor en mis oídos... Amándome, provocándome, arrancándome todo eso que se esconde allí.
Besas mi cuello nuevamente y te acomodas a mi lado, aún con tu verga dura contra mi cuerpo. Tras unos minutos de besos y caricias, tu verga empieza a abrir mi rajita, buscando la entrada, estimulado mi clítoris antes de la invasión. Sofoco un leve grito, cuando siento la cabeza de tu pene rozándome, todavía muy sensible por el reciente orgasmo. Me regalas una sonrisa y una mirada por la gratificación de saber que soy únicamente tuya. No puedo evitar ocultar mi rostro en tu cuello, tu respiración y todo aquéllo que me dices, sólo logran erizarme. Tu pene se pasea por todo lo largo de mi abertura, lo que sabes, me desespera. Diriges tu pene duro como una piedra, y te adentras en mi interior. Es una penetración sumamente lenta, que nos perturba. Sigo recordando el disfrute que siempre ha implicado nuestra historia, mientras sujeto tu rostro con mis manos y te acerco a mis labios. Cuando entras por completo, un gemido es acallado por tu lengua que avasalla sin prisas, pero con mucha fogosidad mi boca. Inicias un movimiento lento y abismal que despierta todo.

Estamos compenetrados, unidos como uno solo. El ritmo profundo y delirante, nos permite disfrutar de besos y caricias que dejaríamos de lado entregados a la lujuria y al desenfreno. Tus manos acarician mi cara, en tanto que nuestras acompasadas respiraciones delatan lo que sentimos mutuamente. Queremos captar cada momento, grabar en nuestra memoria cada placentera sensación multiplicada por el amor que profesamos el uno por el otro. Cada estocada es insondable, es un ritmo arrebatador para ambos. Las caricias tiernas se hacen presentes más visibles que en otras ocasiones. En nuestras bocas hay deseo y necesidad. Tantas expresiones que no pueden ser descritas, sino sentirse y entenderse. Recibo tus besos mordiendo tu labio. Cuando te clavas por completo en mí, consigues sacarme un gemido que rompe la armonía creada por el sonido de nuestros cuerpos.
La penetración está acompañada y cargada de sentimientos: amor, pasión y lujuria en equivalencia. Tus manos se cuelan detrás de mí, acariciando mi espalda y me abrazan enérgicamente, pegándome a ti. Miras mi cara con los ojos cerrados y los labios apretados y no puedes evitar enternecerte, y algo muy tuyo me revela el amor que sientes por mí. Seguimos unidos, moviéndonos al compás, atesorando cada sensación y aproximándonos a un orgasmo cada vez más cercano. Tus brazos rodean mi espalda, cubierta toda por tu fuerte dimensión. Cambias la inclinación haciendo más al fondo el coito, con mis gemidos cada vez más estruendosos me muevo abrumada por cómo me posees. Cuando nuestras miradas vuelven a cruzarse y observas el primer plano de mi rostro desencajado por el placer, mis mejillas se sonrojan más aún; lo que sé, te encanta.

La sensación no puede ser mejor: un éxtasis combinado con amor y ternura, en una mezcla perfecta. Aumentas ligeramente el ritmo de la penetración, así como más dureza en la embestida, arrancándonos sonidos de excitación plena. Tu boca busca la mía. Tus manos buscan mi piel. Cuando nuestras lenguas se rodean la una a la otra, presionas mis caderas y el orgasmo es cada vez más inminente. "Mi amor... estoy... a punto...". Puedes leer todas las emociones en mi rostro, cuando logras decir ese enunciado entrecortado; apenas puedo contestar algo, notas esa expresión característica de mí cuando estoy llegando a la cúspide: "... y yo..." -digo eso en una casi imperceptible frase-. Mis gemidos se intensifican gracias a tus arremetidas, puedo sentir cómo tu pene entra hasta lo más recóndito de mí. Elevo más mis caderas y nos besamos exasperadamente, y poco es lo que puedo resistir, tus potentes embestidas me agitan y me llevan a un intenso orgasmo explosivo.
Cuando sientes que mis contracciones y mis flujos bañan tu verga, intentas aguantar más, pero te resulta imposible. Tus dedos se entierran a mi piel al tiempo que un poderoso orgasmo sacude tu cuerpo inundando mi útero. Con cada chorro, dejas escapar un jadeo y cada vibración te une más a mí. Tras unos segundos de tan oscilante placer, te dejas caer sobre mí, quedando perfectamente acoplados y en un contacto total. Nuestros labios se unen y me remuevo un poco la cantidad de leche que has descargado en mí, es muy considerable, hacía tiempo que no me llenabas así y es una de las mejores sensaciones. Tu pene termina con unos cuantos latigazos más, está encajado todavía adentro. Las caricias íntimas no se hacen esperar, la unión de nuestros cuerpos es extrema: "me encanta cuando te corres en mí, me hace sentir tan tuya" -admito con timidez-.

Al final del intensísimo orgasmo, siguen las caricias y los arrumacos. Tus párpados pesan cada vez más, tu cabeza reposa sobre mi cuerpo y te acomodas en mí, hipnotizado por los latidos de mi corazón. Mientras me das un tironcito de cabello y seguimos con las demostraciones de amor, el sueño empieza a alcanzarnos, luego de un día tan cargado de emociones. Me sonrojo inevitablemente al sentir como se escapan los hilillos de leche desde mi interior, "creo que necesito limpiarme...".


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martes, 24 de septiembre de 2019

QUOTE AMORIS POEM IN LATIN (CITA DE UN POEMA DE AMOR EN LATÍN) — "VIVAMUS MEA LESBIA". CAYO VALERIO CATULO/S. I d.C.

      Cayo Valerio Catulo se enamoró de una dama muy bella y licenciosa, Clodia, casada con Quinto Cecilio Metelo Céler -gobernador de la Galia Cisalpina- y hermana del tribuno de la plebe, Publio Clodio Pulcro -enemigo de Cicerón-. Clodia, sin embargo, que aparece en sus versos con un nombre de valor métrico equivalente: Lesbia, declara la común afición de los amantes a la poetisa griega Safo de Lesbos.
La siguiente selección es un poema de amor en latín, un clásico de la poesía lírica de la antigüedad: "Vivamus, mea Lesbia" (Vivamos, Lesbia mía). Se trata del fragmento inicial de la quinta parte del "Carmina" del poeta latino Cayo Valerio Catulo. Su primera línea -Vivamus, mea Lesbia- suele utilizarse como título del poema. Fue compuesto en el siglo I d.C. y sus personajes son el poeta y Lesbia, quien era su musa. El contenido es una exhortación al placer, una hermosa exaltación de las delicias de la vida, aspiraciones catulianas contrastadas con el aura tenebrosa de la noche eterna.

Algunos sostienen que la intención de Catulo era instruir a los poetas jóvenes y excesivamente dedicados al estudio, sobre la importancia de la vida activa como combustible del arte. En este sentido, estudiar y formarse en los senderos de la poesía es extraordinario, pero más importante es vivir intensamente. Aunque otros, tal vez menos proclives a elaborar razonamientos, especulan que Catulo simplemente nos invita a disfrutar de los placeres de la vida sin darle demasiada importancia a las opiniones de los demás.

En esta versión de "Vivamos, Lesbia mía" están insertados algunos oportunos fragmentos del poema "Carmina" para entender los tormentosos sentimientos del poeta por la violenta pasión que ella despertó en él, y que éste tardó en recuperarse porque la agonía se prolongó -una vez y otra- merced a los arrepentimientos con su amada, mera excusa para nuevas y fallidas reconciliaciones. Lo que fue una inspiración excepcional para uno de los corpora de lírica amorosa más intensos de todos los tiempos.
Dentro de los cenáculos literarios en los que se introdujo, la originalidad de Catulo -que murió a los 30 años de edad según algunos estudiosos, según otros a los 33- consiste en haber sido el primero en haber iniciado la elegía romana con sus rasgos específicos de subjetividad, autobiografismo e intimidad, menos presentes en sus correlatos griegos. El corpus poético de Cayo Valerio Catulo debe bastante a la innovadora poesía del Período Helenístico, especialmente por Calímaco y la Escuela de Alejandría, la cual propagó un nuevo estilo que difería totalmente de la poesía épica de tradición homérica: el de los poetas neotéricos (o poetae novi).

° ° ° VIVAMUS, MEA LESBIA ° ° °

(poema en latín y español)

Vivamos, Lesbia mía, y amemos,
Si los sabios reprueban nuestros actos
Con excesivo escrúpulo, olvidémoslos.
Los astros se sumergen en el oeste
Para luego retornar:
Pero nosotros, cuando se extinga
La tenue luz de nuestras vidas,
Dormiremos una noche eterna.
Dadme mil besos, y después cien,
Mil besos más, y luego otros cien,
Comienza de nuevo y completa mil con cien más,
Cuando hayamos acumulado muchos miles,
Revolvamos todo y perdamos la cuenta,
Para que el malvado no pueda encantarnos,
Cuando sepa de los besos que compartimos.

Vivamus, mea Lesbia, atque amemus,
Rumoresque senum seueriorum
Omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt:
Nobis, cum semel occidit breuis lux,
Nox est perpetua una dormienda.
Da mi basia mille, deinde centum,
Dein mille altera, dein secunda centum,
Deinde usque altera mille, deinde centum.
Dein, cum milia multa fecerimus,
Conturbabimus illa, ne sciamus,
Aut nequis malus inuidere possit,
Cum tantum sciat esse basiorum.

Preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia,
Me satisfacen y superan.
Cuan grande es el número de arena libia,
Rica en laserpicio*, que se extiende por Cirene,
Entre el oráculo del tempestuoso Júpiter
Y el sagrado sepulcro del viejo Bato**;
O cuantas estrellas observan, cuando la noche calla,
Los furtivos amores de los hombres;
Tantos besos le satisfacen y le sobran
Al loco de Catulo, que los curiosos
Jamás podrán contarlos
Ni mancillarlos con sus malas lenguas.

Quaeris, quot mihi basiationes
tuae, Lesbia, sint satis superque.
quam magnus numerus Libyssae harenae
lasarpiciferis iacet Cyrenis,
oraclum Iouis inter aestuosi
et Batti ueteris sacrum sepulcrum;
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos hominum uident amores;
tam te basia multa basiare
uesano satis et super Catullo est,
quae nec pernumerare curiosi
possint nec mala fascinare lingua.

A tal estado ha llegado mi alma por tu culpa, Lesbia mía,
Y de tal forma ella se ha perdido por su fidelidad,
Que ya no es capaz de amarte con bondad,
Aunque te conviertas en la mejor,
Ni dejar de desearte, hagas lo que hagas.

Huc est mens deducta tua, mea Lesbia, culpa,
atque ita se officio perdidit ipsa suo,
ut iam nec bene uelle queat tibi, si optima fias,
nec desistere amare, omnia si facias.

Odio y amo: ¿Porqué lo hago, acaso preguntas?
No lo sé, pero siento que sucede y me atormenta.

Odi et amo: quare id faciam, fortasse requiris.
nescio, sed fieri sentio et excrucior.

-Gaius Valerius Catullus-

Notas:
*Laserpicio: se trata de una planta medicinal muy utilizada en la época de Catulo.
**Bato: uno de los descendientes de los argonautas y fundador mítico de la ciudad de Cirene.

lunes, 23 de septiembre de 2019

"POR DIOS QUE ASÍ FUE": EL ATERRADOR CASO DE LAS POQUIANCHIS, LAS ASESINAS SERIALES MÁS DESPIADADAS DE MÉXICO

         "Las Poquianchis", son reminiscencias del pasado y partes vislumbrantes de nuestro tiempo. Constituyen un suceso extremo y revelador que confronta las contradicciones y las resonancias significativas de una realidad verídica y una leyenda oscura, criminológicamente sobresaliente para la sociedad de cualquier época. Ellas son las asesinas seriales más prolíficas registradas en la historia de México, es el sobrenombre y nombre mediático con el que se conoció a una asociación de mujeres mexicanas activas entre 1945 y 1964,​ principalmente en la ciudad de San Francisco del Rincón-Guanajuato.
El grupo estaba integrado por las cuatro hermanas de la familia González Valenzuela: Delfina era la líder. Las otras tres mujeres que formaban el clan criminal, eran: María de Jesús González Valenzuela, María del Carmen González Valenzuela, María Luisa 'Eva' González Valenzuela.

Las hermanas González nacieron bajo el apellido de Torres Valenzuela, fueron hijas del matrimonio conformado por Isidro Torres y Bernardina Valenzuela, oriundos de El Salto-Jalisco. La familia González era una familia disfuncional, su padre -que trabajaba como policía para el gobierno porfirista-, tenía el cargo de alguacil y se mantuvo en el puesto aún después de la Revolución Mexicana. Era un hombre violento, prepotente y autoritario que con frecuencia golpeaba a su esposa e hijas y​ se dice que desde pequeñas obligaba a sus hijas a ver las ejecuciones de los presos. Por su parte, su madre era una fanática religiosa.
Después cuando ocurre que Isidro Torres se convierte en prófugo de la justicia al asesinar a un presunto delincuente, llamado Félix Ornelas, la familia Torres Valenzuela se vio forzada a cambiar su apellido por el de González para evitar posibles represalias y poder huir del pueblo. Para 1935, la familia vivía en un estado de pobreza lamentable; las hermanas habían conseguido empleo en una fábrica textil, pero los miserables salarios que se pagaban apenas les servían para subsistir.

EL COMIENZO DEL HISTORIAL DE LAS ARPÍAS TORTURADORAS


Cuando los padres murieron, les dejaron una modesta herencia; con este capital, Delfina González abrió su primer burdel ubicado en El Salto-Jalisco. Ahí la prostitución era ilegal, pero la vigilancia para combatir esa práctica era precaria. El prostíbulo estuvo activo por mucho tiempo, hasta que una riña suscitada en el lugar llamó la atención de las autoridades, que cerraron el establecimiento.
Corría el año de 1948, cuando Delfina abrió las puertas del burdel 'Guadalajara de Noche'; entre sus clientes figuraban políticos, militares, campesinos y todo aquél que deseaba una noche de placer. Nadie se imaginaba lo que ocurría detrás de esa organización regenteada por esta mujer, que más tarde incorporaría al negocio a las otras hermanas. Años después, serían conocidas como Las Poquianchis.

       La cruel y escalofriante historia inició en San Juan de los Lagos-Jalisco, lugar donde mudaron el anterior burdel. 'El Guadalajara de Noche' empleaba entre sus filas a niñas de incluso 12 a 15 años de edad que eran engañadas, haciéndoles creer a sus padres que trabajarían como empleadas domésticas. Delfina tenía hombres reclutando jovencitas en pueblos y rancherías cercanas, así como recorriendo el territorio de la República; las engañaban cruelmente, las extorsionaban o simplemente se las robaban. Una vez entregadas a Delfina, comenzaba el infierno en el cautiverio; les quitaban la ropa para examinarlas y eran probadas por los ayudantes que se encargaban de abusar de ellas, uno tras otro. Luego las Poquianchis las bañaban con cubetadas de agua helada, les daban vestidos y las sacaban por la noche para que atendieran a la clientela del bar, bajo amenazas de muerte.
       Las mujeres también eran compradas a tratantes. El sistema con el que operaba el prostíbulo, era semejante al peonaje empleado durante el Porfiriato: las cautivas estaban obligadas a comprarle a las madrotas suministros, como ropa y comida a precios arbitrarios, acumulando así inmensas deudas. Entonces eran forzadas a prostituirse para poder pagarles. La Secretaría de Salud emitía tarjetas de control falsas, que las Poquianchis utilizaban para presumir la sanidad de sus empleadas sexuales. Estas tarjetas costaban mucho dinero, pero servían para que los clientes estuvieran tranquilos. Por supuesto, muchas de las prostitutas estaban enfermas.

         Al poco tiempo abrieron las puertas de su segundo burdel -llamado con el mismo nombre 'Guadalajara de Noche'- en San Francisco del Rincón, donde las hermanas de Delfina eran las encargadas de la administración del dinero y del suministro de la comida. Las jóvenes eran alimentadas con cinco tortillas duras y un plato de frijoles al día. Los negocios de prostitución iban viento en popa y enseguida encontraron un local en León-Guanajuato, conocido como 'El Poquianchis', al cual le cambiaron el nombre a 'La barca de oro'; pero la gente continuaba llamándolo 'Poquianchis', mismo sobrenombre por el que serían conocidas las hermanas entre la sociedad. En el año de 1962, los burdeles y cantinas de León fueron prohibidos por el gobierno en Guanajuato, así que las Poquianchis sólo se quedarían con el burdel 'Guadalajara de Noche' ofreciendo a militares servicios gratis a cambio de protección para el prostíbulo.
        La inquietante crónica cuenta que la madre era una católica obsesionada con la religión, misma doctrina que inculcó a sus hijas; pero según la creencia de Delfina la prostitución no era un pecado, siempre y cuando se respetaran ciertas reglas que no podían romper ninguna de sus trabajadoras. En caso contrario, eran salvajemente torturadas; y si alguna protestaba o intentaba escapar o no quería acceder a alguna de las peticiones de sus clientes, eran arrastradas de los cabellos para después ser asesinadas a golpes por los hombres de Delfina. Nunca las asesinaban ellas mismas directamente, pues lo consideraban 'pecado'.

        Delfina y sus hermanas estimaban que al cumplir los 25 años las mujeres ya eran viejas y no les funcionaban, por lo que las entregaban a Salvador Estrada Bocanegra 'El Verdugo' -quien era uno de sus hombres subordinados-, para que las encerrara en los cuartos del rancho. Se quedaban sin comer, las pateaban y golpeaban con una tabla de madera en cuyo extremo había un clavo afilado. Ya que quedaban inconscientes e indefensas, 'El Verdugo' las sacaba del cuarto y tras cavar una zanja profunda, las enterraba aún con vida en una zona del mismo rancho.  A otras les aplicaban planchas calientes sobre la piel, las arrojaban desde la azotea para que murieran con la caída o les destrozaban la cabeza a golpes.
         Las mujeres relataron a las autoridades que nunca las dejaban salir de las casas de cita. Si alguna padecía anemia y estaba demasiado débil para atender a sus clientes, o si se atrevía a no sonreírle a los parroquianos, era asesinada. También si se embarazaba, las obligaban a abortar; se dice que los fetos eran metidos en botellas, para después desaparecerlos. Sus víctimas fueron en su mayoría aquéllas privadas de su libertad para ejercer como prostitutas a su servicio, aunque también asesinaron a clientes y bebés de las esclavizadas.​ Los bebés que llegaron a nacer fueron muertos y enterrados, con excepción de un niño, al que guardaron para vendérselo a un cliente que quería experimentar con él; mientras tanto, se dedicaron a maltratarlo. El número confirmado de víctimas son 91, pero se cree que pudieron matar a más de 150 personas.

        María Auxiliadora Gómez, Lucila Martínez del Campo, Guadalupe Moreno Quiroz, Ramona Gutiérrez Torres, Adela Mancilla Alcalá y Esther Muñoz 'La Pico Chulo' eran prostitutas que se convirtieron en celadoras y castigadoras a cambio de que las Poquianchis respetaran su vida. Cuando alguna de las niñas no quería ceder ante el capricho de algún cliente, se encargaban de arrastrarla de los cabellos por todo el burdel, llevarla a un cuarto y darle de palazos hasta dejarla inconsciente. 'La Pico Chulo' también gustaba de matar a palazos a las muchachas, destrozándoles la cara y el cráneo con una tranca de madera.
         Entre los muchos mitos creados en torno a este caso, la prensa amarillista creó el de la realización de ritos satánicos. Se afirmó que hacia 1963, las Poquianchis incursionaron en el satanismo. Creían que si ofrecían sacrificios al diablo, ganarían más dinero y tendrían protección. Desde ese momento, cada vez que llegaban nuevas niñas reclutadas, eran iniciadas en un extraño ritual.

        Primero las hermanas Valenzuela encendían velas y veladoras, formando una estrella de cinco puntas. Después llevaban un gallo, el cual era sacrificado. Entonces Delfina y sus hermanas se desnudaban para untarse la sangre del animal. Desnudaban además a las niñas, quienes eran violadas y sodomizadas por los cuidadores, mientras las Poquianchis contemplaban la escena y se reían. Posteriormente, sus ayudantes llevaban a la habitación a algún animal y las obligaban a realizar un acto zoofílico para alegría y gratificación de quienes contemplaban la escena. A continuación, los hombres llamaban a las demás para hacer una orgía, en la cual las Poquianchis también participaban. Semanas después, empezarían otro negocio: le quitaban la carne a los cadáveres de las prostitutas que iban asesinando, para venderla a tres pesos por kilo en el mercado.
      El 12 de enero de 1964, el infierno del cautiverio fue denunciado a las autoridades por Catalina Ortega, una joven que logró escapar. El rumor se corrió de forma inmediata y aunque las hermanas negaron los cargos, los agentes judiciales encontraron cuerpos de mujeres enterrados, fetos en descomposición y huesos por todo el rancho. Ahí detuvieron a Delfina y a María de Jesús, María Luisa logró escapar. Los acontecimientos fueron difundidos por la revista Alarma!. Muchas de las mujeres fueron rescatadas y narraron los horrores que vivían en ese lugar. En esta ocasión, no hubo nada que pudiera ayudar a las Poquianchis.

      Luego de varios meses que duró el proceso que consistió en careos e interrogatorios, Delfina, María de Jesús y María Luisa González Valenzuela fueron acusadas de homicidio calificado, lenocinio, tráfico de personas, crimen organizado, inhumación ilegal de restos humanos, aborto, corrupción de menores, privación ilegal de la libertad y soborno. Fueron sentenciadas a la pena de 40 años de prisión (pena máxima en el estado de Guanajuato en esa época); no obstante, dos de ellas murieron tras las rejas antes de poder obtener su libertad.
    "Yo María de Jesús o Manuela González Valenzuela, tengo bien presente el día que perdí mi libertad. Los pájaros me anunciaron los primeros amaneceres tras las rejas, pero ellos en vuelo y yo tras la jaula […]. 

Yo, La Poquianchis: Por Dios que así fue".

         El 17 de octubre de 1978, Delfina -conocida como La Poquianchis Mayor-, murió de 56 años en la cárcel de Irapuato a causa de un recipiente de cemento que cayó en su cabeza, mientras unos albañiles hacían arreglos en una de las celdas. María Luisa -apodada 'Eva La Piernuda'-, perdió la vida en su celda de la cárcel municipal, en noviembre de 1984 a causa de un cáncer hepático. María de Jesús salió de la cárcel y nunca se volvió a saber de ella, fue la única que falleció en libertad. María del Carmen, quien había dejado el negocio de sus hermanas, fue arrestada en Matamoros y terminó sus días en un manicomio.
A partir de estos hechos sin precedentes, surge una historia abrumadora. Los testimonios siguientes sobrepasaron lo humano, aunado a las invenciones que aderezaron cada episodio, alimentando el morbo. Las Poquianchis vivieron, actuaron, aceptaron un orden y se movieron dentro de él. Las ambigüedades no son sólo suyas. La impactante noticia de inmediato se prendió como pólvora, avivando la opinión y el escarnio público, hasta alcanzar magnitudes nacionales e internacionales inimaginablemente sorprendentes.

sábado, 21 de septiembre de 2019

OSCURIDAD Y SOMBRAS EN LA REPUTACIÓN DE MAHATMA GANDHI, EL HOMBRE QUE LOGRÓ LA LIBERTAD Y PAZ SIN ARMAS NI SANGRE

       Mahatma Gandhi, el líder y dirigente más destacado del Movimiento de independencia indio, ha sido históricamente conocido y reconocido como quien sobrepasó su propia penumbra. Gandhi respondía a la injusticia con el perdón; a la violencia, con la piedad y al odio, con el amor. Fue un ser singular. Era abogado de pocas y medidas palabras. Fue también, quizá, un profeta moderno y un pacifista. Aunque, fue tal vez el más grande genio militar de la historia, porque creó las armas todopoderosas de la no-violencia. Mohandas Karamchand Gandhi (1869-1948), recibió el nombre honorífico de Mahatma (composición en sánscrito e hindi de mahā: 'grande' y ātmā: 'alma').
Gandhi fue un revolucionario. Su lucha no violenta anti-colonial, es un interesante e inspirador ejemplo de movimiento de resistencia contra los imperios. Su doctrina ético-política (cuyos conceptos básicos son ahimsa, satya, satyagraha y sarvodaya) contiene un mensaje todavía muy relevante para los movimientos sociales y los grupos de resistencia civil empeñados en su oposición contra la globalización de la violencia y los procesos violentos de globalización.

     Era un apasionado, indomable y valiente contestatario dotado de una profunda fe en sí mismo y en la misión de liberar -de modo no violento- a la India del yugo del poderío británico, y difundir la no violencia en la sociedad india y en el mundo. Logró transmitir al pueblo indio, especialmente a las numerosas masas campesinas, un nuevo sentido de la propia identidad y dignidad a un nivel de conciencia política nunca alcanzado antes.
         Tal como llegó a decir su discípulo Nehru, a pesar de sus severas críticas a la no-violencia gandhiana y como describió lo que significó la aparición de Gandhi, a su regreso de Sudáfrica, en el escenario político indio en un momento en que parecía que ninguna fuerza era capaz de sacudir a las masas indias de su resignado entumecimiento político:

"Fue entonces que apareció Gandhi. Fue como si nos hubiera embestido una potente corriente de aire fresco, obligándonos a desperezarnos y respirar profundamente, como un rayo de luz que desgarró las tinieblas y quitó el polvo que cegaba nuestros ojos, como un tornado que trastornó muchas cosas, pero sobretodo la manera de pensar de la gente. Él no descendió desde arriba; más bien pareció emerger de las masas de la India, hablando su mismo idioma y dirigiendo continuamente su atención hacia ellas y a su terrible condición. Quitaos de las espaldas de estos campesinos y trabajadores, nos dijo, vosotros que vivís de su explotación; liberaos de un sistema que produce esta pobreza y esta miseria" (Nehru, 1994: 358).
        Gandhi enseñó al mundo la manera de ganar batallas sin derramamiento de sangre, decía: "Creo que la no-violencia es infinitamente superior a la violencia, y el perdón es más eficaz que el castigo". Después de haber estudiado leyes en Londres, ya abogado, se dirigió a su patria asiática -la India- para hacer su práctica profesional. En ese momento, lo llamaron de Sudáfrica para defender un asunto jurídico importante. Tenía solamente 24 años. Se quedó 21 años y allí, encontró a ciento cuarenta mil compatriotas indios viviendo en la opresión, en el desprecio, como una raza de esclavos.

La acción poderosa del gran líder logró unirlos y luego los condujo a una magnífica victoria, sin armas mortíferas y sin sangre. Fue la primera victoria de esta clase que registra la historia. Gandhi y su ejército de inactivos terminaron hundiendo a su enemigo en la derrota. Los indios de Sudáfrica habían logrado su libertad. Porque las leyes justas siempre nacen de las injusticias.
En 1919, regresó a la India. Tenía ya 50 años y emprendió ahí la misma tarea que le había dado un resultado tan positivo en Sudáfrica. Esta vez, organizó una nación entera de trescientos millones de almas, para la lucha de no-violencia. La India había contribuido con novecientos mil hombres para el ejército inglés durante la primera Guerra Mundial. El gobierno británico en agradecimiento, prometió dar a la India su autonomía, su independencia. Pero tan pronto como terminó la guerra, la promesa fue olvidada.

Una formidable rebelión pacífica se anunció por todos los rincones del país. Gandhi se puso a la cabeza. Lo primero que hizo fue decretar el paro general en toda la India. Las detenciones se hacían por millares. Pero los veinte mil rebeldes encerrados en las prisiones no hacían más que cantar alegremente. Gandhi fue finalmente arrestado. El juez que lo condenó, expresó:

"Sería imposible negar el hecho de que ante los ojos de millones de sus compatriotas, aparece usted como un gran patriota y un gran líder. Hasta las mismas personas que difieren de sus apreciaciones políticas, Sr. Gandhi, no pueden dejar de reconocer en usted a un hombre de altos ideales y de vida noble y hasta santa. Sin embargo, tengo que sentenciarlo a 6 años de prisión", pena que cumplió.
Ya en libertad -tenía 60 años-, encabezó otra rebelión contra Inglaterra. Y nuevamente fue arrestado junto a sesenta mil adeptos. Pero trescientos millones de indios estaban con él. Fue liberado dos años después, por la presión de su pueblo. Inglaterra, espiritualmente vencida, ofreció la autonomía a la India. Gandhi sólo quería la total independencia. Finalmente, en 1947 culminó su lucha con el triunfo absoluto de sus ideales, es decir, con la independencia de la India.

EL LADO OSCURO DE MAHATMA GANDHI: RACISMO, MISOGINIA, NIÑAS


Se dice que Mahatma Gandhi fue racista y clasista en su juventud. Y de anciano fue acusado de dormir con jovencitas desnudas. Es fácil olvidar que basaba su retórica en el desprecio hacia los negros, en la alergia a la sexualidad femenina y en la falta de voluntad general para ayudar a liberar a los parias o 'intocables'. Son las sombras del hombre que logró derrotar sin violencia a todo un imperio.
Gandhi vivió en Sudáfrica durante más de dos décadas. De 1893 a 1914, trabajó como abogado y luchó por los derechos de los indios, pero sólo por los del pueblo hindú. Para él, como expresó con toda claridad, los sudafricanos negros apenas eran humanos. Se refirió a ellos usando el insulto despectivo sudafricano kaffir, y lamentó que los indios se consideraran "poco mejores que los salvajes o los nativos de África". En 1903, declaró que "la raza blanca en Sudáfrica debía ser la raza predominante" y después de que lo enviaran a la cárcel en 1908, se mofaba de que a los indios se les enviara con los presos negros y no con los blancos.

Por esas mismas fechas, Gandhi empezó a cultivar la misoginia, que lo acompañaría durante el resto de su vida. Durante sus años en Sudáfrica, respondió una vez al acoso sexual por parte de un joven hacia dos de sus seguidoras, cortando a la fuerza el cabello de las mujeres para asegurarse de que no provocaran ningún deseo sexual. Gandhi creía que las mujeres perdían su humanidad en el momento en que los hombres las violaban. Se guiaba bajo el supuesto de que los hombres no podían controlar sus impulsos depredadores básicos y, al mismo tiempo, afirmaba que las mujeres eran responsables de esos impulsos. Sus opiniones sobre la sexualidad femenina eran igualmente deplorables: Gandhi veía la menstruación como la "manifestación de la distorsión del alma de una mujer por su sexualidad", y también creía que el uso de anticonceptivos era signo de tendencia a la fornicación.
Se enfrentó a esta incapacidad para controlar su libido masculina, cuando juró celibato (sin comentarlo con su esposa) en la India y empleó a mujeres; incluyendo a niñas menores de edad -como su sobrina y su nieta-, para poner a prueba su paciencia sexual. Dormía desnudo junto a ellas en la cama sin tocarlas, asegurándose de no excitarse. Los rasgos infames que Gandhi mostró, persisten en la sociedad india: desprecio virulento hacia los negros, una indiferencia displicente hacia los cuerpos de las mujeres, una miopía prudente en torno al pésimo trato hacia los parias. Y no es casual que estas partes de su retórica hayan sido erradicadas de su legado.

Asimismo, Gandhi se ha convertido en un barómetro para la grandeza de la India y para la grandeza en general. Se conoce como un anciano frágil, noblemente desnutrido, con un alma piadosa y moral. Es él quien marcó el comienzo de una nueva resistencia pasiva en la India, un país al que ayudó a escapar de las garras del dominio británico. Lideró diversas huelgas de hambre hasta que el disparo de un nacionalista hindú lo mató y, a todos los efectos, lo convirtió en un mártir.
Respecto a su muerte, es de situarse en Delhi, el 30 de enero de 1948. Son apenas pasadas la 17:00, hora local. Un hombre delgado y menudo, de unos 45 kilos de peso, 79 años de edad, cubierto con pocas prendas hechas a mano, los pies cubiertos con un par de sandalias -también éstas hechas a mano-, ha subido a una pequeña plataforma para su habitual oración pública seguida por un breve discurso. Hablará seguramente sobre reconciliación. El hombre que ha subido a la plataforma está muy débil. Es sostenido por dos jóvenes mujeres.

Entre la multitud que se había reunido, se abre camino un hombre. Estaba armado con una pistola, una Beretta. Éste se acerca a Gandhi y lo saluda: "¡Namaste!" (¡hola!). Con la mano izquierda retira a una de las jóvenes que lo sostienen y, con la derecha, le descarga a quemarropa tres tiros. El gigante espiritual, murió al instante.
"La luz ha abandonando nuestras vidas, hay tinieblas por doquier y no sé qué deciros y cómo decirlo. Nuestro amado líder, Bāpu, como solíamos llamarlo, el padre de nuestra nación ya no está con nosotros...". Los conspiradores fueron todos capturados y condenados a durísimas penas, fueron ahorcados, una forma diferente a la filosofía de Gandhi. Se acercaron al patíbulo, gritando: "Larga vida a la India indivisible". Paradójicamente, era por una India unida que Gandhi había luchado durante toda su vida. Es de recordar a este hombre frágil, pequeño, encorvado, con un dedicado aforismo:

                     "Hubo brisas que conmovieron al mundo".
En las décadas transcurridas desde su asesinato en 1948, la imagen de Gandhi se ha construido con tanto cuidado, limpiando todos sus sucios detalles. Esto ha dado la libertad de restarle importancia a sus prejuicios y considerarlos como meras imperfecciones, pequeñas marcas en unas manos limpias. Los defensores más acérrimos insisten en que Mahatma Gandhi era humano y por eso tenía defectos. Crear a un ídolo falso implica ejercitar el olvido en grandes dosis. Es sencillo admirar a un hombre que en realidad no existe. La historia ha sido increíblemente condescendiente con Gandhi.