Primordialmente, la belleza
está vinculada a los sentidos. La belleza es lo que mueve a las personas. Es el
motor de la creación y de la expansión del universo. Es la esencia de los
procesos naturales y tiene infinitas caras. La belleza ligada a los sentidos
está basada en el principio del placer sensorial, en definitiva, de reacciones
bioquímicas; de la recepción de ondas electromagnéticas y sonoras, de cambios
de temperatura y un sin fin de procesos físicos que se convierten en señales y
que se procesan en nuestro cerebro. Es por tanto física. Y el cerebro -que es
un órgano hedonista-, esa es su función; analiza todas estas señales y las
clasifica como agradables, neutras o desagradables atendiendo a este principio
de 'belleza sensorial'.
Pero
estamos inmersos en el ruido del bullicio y no somos capaces de reconocer la
belleza que aparece ante nuestros sentidos.
De
la misma forma, sumergidos en el ruido de este bullicio, somos incapaces de
escuchar nuestro interior; escucharnos a nosotros mismos desde lo más profundo,
desde donde sale lo más auténtico de nosotros mismos.
Por
eso, ¡para y escucha a tu alrededor! Tal vez te convenga y te guste.
LOS EXPERIMENTOS SOCIALES
DESPOJADOS DEL RIGOR CIENTÍFICO
Lo que es un experimento social, psicosocial o
psicológico no es lo que se vende en los medios. No es un experimento con una
investigación realizada por expertos, ni tampoco con un grupo control; ni un
gran trabajo de fondo -tanto teórico como práctico-, en el que se estudian los
efectos de una intervención en un entorno controlado. Es más bien, algo no rigurosamente científico ni complejo; como lo ocurrido con un violinista ocultando su identidad para observar conductas y reacciones, por ejemplo.
Son
experimentos, con cámaras ocultas más o menos elaboradas. Eso no impide que
puedan resultar curiosos e interesantes en relación al comportamiento humano y sobre nosotros mismos cuando sabemos -o no-, si somos observados.
Algunas
veces, éstos despiertan cierto recelo en torno a los criterios éticos, en relación
al respeto a los implicados; pues en vez de usar probetas y tubos de ensayo, se
está investigando con seres humanos como sujetos de los experimentos sociales,
que no siempre parecen tratados de un modo correcto y adecuado.
En
este sentido, para algún ámbito particular, este tipo de experimentos suelen resultar especialmente
reveladores; además de reflexivos y, en la mayoría de las ocasiones, muy
sorprendentes.
EL CASO DEL VIOLINISTA JOSHUA
BELL
Un
hombre se sentó en una estación de metro en Washington DC y comenzó a tocar el
violín, era una fría mañana de enero. Interpretó seis piezas de Bach durante
unos 45 minutos. Durante ese tiempo -ya que era hora pico-, se calcula que
1.100 personas pasaron por la estación, la mayoría de ellos en su camino al
trabajo.
Sólo tres minutos pasaron, y un hombre de mediana edad se dio
cuenta de que había un músico tocando. Disminuyó el paso y se detuvo por unos
segundos, y luego se apresuró a cumplir con su horario.
Un
minuto más tarde, el violinista recibió su primer dólar de propina: una mujer
arrojó el dinero en la caja y sin parar, siguió caminando.
Unos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared
a escucharlo, pero el hombre miró su reloj y comenzó a caminar de nuevo. Es
evidente que se le hizo tarde para el trabajo.
El
que puso mayor atención fue un niño de 3 años. Su madre le apresuró, pero el
chico se detuvo a mirar al violinista. Por último, la madre le empuja duro, y
el niño siguió caminando, volviendo la cabeza todo el tiempo. Esta acción fue
repetida por varios otros niños. Todos sus padres, sin excepción, los forzaron
a seguir adelante.
En
los 45 minutos que el músico tocó, sólo 6 personas se detuvieron y
permanecieron por un tiempo. Alrededor del 20 le dieron dinero, pero siguió
caminando a su ritmo normal. Se recaudaron 32 dólares. Cuando terminó de tocar y el silencio
se hizo cargo, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún
reconocimiento.
Nadie lo sabía, pero el violinista era Joshua Bell, uno
de los músicos más talentosos del mundo. Él había interpretado sólo una de las
piezas más complejas jamás escritas, en un violín por valor de 3,5 millones de
dólares.
Dos
días antes de su forma de tocar en el metro, Joshua Bell agotó los boletos en
un teatro en Boston, donde los asientos tuvieron un costo promedio de 100
dólares.
Esta
es una historia real. Joshua Bell tocando incógnito en la estación de metro como parte de un experimento
social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de la gente.
Las
líneas generales, fueron los siguientes: en un entorno común a una hora
inapropiada:
¿Somos capaces de percibir
la belleza?
¿Nos detenemos a apreciarla?
¿Reconocemos el talento en
un contexto inesperado?
Una
de las posibles conclusiones de esta experiencia, podría ser:
Si
no tenemos un momento para detenernos y escuchar a uno de los mejores músicos
del mundo tocando la mejor música jamás escrita, ¿cuántas otras cosas nos
estamos perdiendo?
Primordialmente, la belleza
está vinculada a los sentidos. La belleza es lo que mueve a las personas. Es el
motor de la creación y de la expansión del universo. Es la esencia de los
procesos naturales y tiene infinitas caras. La belleza ligada a los sentidos
está basada en el principio del placer sensorial, en definitiva, de reacciones
bioquímicas; de la recepción de ondas electromagnéticas y sonoras, de cambios
de temperatura y un sin fin de procesos físicos que se convierten en señales y
que se procesan en nuestro cerebro. Es por tanto física. Y el cerebro -que es
un órgano hedonista-, esa es su función; analiza todas estas señales y las
clasifica como agradables, neutras o desagradables atendiendo a este principio
de 'belleza sensorial'.
Pero
estamos inmersos en el ruido del bullicio y no somos capaces de reconocer la
belleza que aparece ante nuestros sentidos.
De
la misma forma, sumergidos en el ruido de este bullicio, somos incapaces de
escuchar nuestro interior; escucharnos a nosotros mismos desde lo más profundo,
desde donde sale lo más auténtico de nosotros mismos.
Por
eso, ¡para y escucha a tu alrededor! Tal vez te convenga y te guste.
LOS EXPERIMENTOS SOCIALES DESPOJADOS DEL RIGOR CIENTÍFICO
Lo que es un experimento social, psicosocial o
psicológico no es lo que se vende en los medios. No es un experimento con una
investigación realizada por expertos, ni tampoco con un grupo control; ni un
gran trabajo de fondo -tanto teórico como práctico-, en el que se estudian los
efectos de una intervención en un entorno controlado. Es más bien, algo no rigurosamente científico ni complejo; como lo ocurrido con un violinista ocultando su identidad para observar conductas y reacciones, por ejemplo.
Son
experimentos, con cámaras ocultas más o menos elaboradas. Eso no impide que
puedan resultar curiosos e interesantes en relación al comportamiento humano y sobre nosotros mismos cuando sabemos -o no-, si somos observados.
Algunas
veces, éstos despiertan cierto recelo en torno a los criterios éticos, en relación
al respeto a los implicados; pues en vez de usar probetas y tubos de ensayo, se
está investigando con seres humanos como sujetos de los experimentos sociales,
que no siempre parecen tratados de un modo correcto y adecuado.
En
este sentido, para algún ámbito particular, este tipo de experimentos suelen resultar especialmente
reveladores; además de reflexivos y, en la mayoría de las ocasiones, muy
sorprendentes.
EL CASO DEL VIOLINISTA JOSHUA BELL
Un
hombre se sentó en una estación de metro en Washington DC y comenzó a tocar el
violín, era una fría mañana de enero. Interpretó seis piezas de Bach durante
unos 45 minutos. Durante ese tiempo -ya que era hora pico-, se calcula que
1.100 personas pasaron por la estación, la mayoría de ellos en su camino al
trabajo.
Sólo tres minutos pasaron, y un hombre de mediana edad se dio
cuenta de que había un músico tocando. Disminuyó el paso y se detuvo por unos
segundos, y luego se apresuró a cumplir con su horario.
Un
minuto más tarde, el violinista recibió su primer dólar de propina: una mujer
arrojó el dinero en la caja y sin parar, siguió caminando.
Unos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared
a escucharlo, pero el hombre miró su reloj y comenzó a caminar de nuevo. Es
evidente que se le hizo tarde para el trabajo.
El
que puso mayor atención fue un niño de 3 años. Su madre le apresuró, pero el
chico se detuvo a mirar al violinista. Por último, la madre le empuja duro, y
el niño siguió caminando, volviendo la cabeza todo el tiempo. Esta acción fue
repetida por varios otros niños. Todos sus padres, sin excepción, los forzaron
a seguir adelante.
En
los 45 minutos que el músico tocó, sólo 6 personas se detuvieron y
permanecieron por un tiempo. Alrededor del 20 le dieron dinero, pero siguió
caminando a su ritmo normal. Se recaudaron 32 dólares. Cuando terminó de tocar y el silencio
se hizo cargo, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún
reconocimiento.
Nadie lo sabía, pero el violinista era Joshua Bell, uno
de los músicos más talentosos del mundo. Él había interpretado sólo una de las
piezas más complejas jamás escritas, en un violín por valor de 3,5 millones de
dólares.
Dos
días antes de su forma de tocar en el metro, Joshua Bell agotó los boletos en
un teatro en Boston, donde los asientos tuvieron un costo promedio de 100
dólares.
Esta
es una historia real. Joshua Bell tocando incógnito en la estación de metro como parte de un experimento
social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de la gente.
Las
líneas generales, fueron los siguientes: en un entorno común a una hora
inapropiada:
¿Somos capaces de percibir
la belleza?
¿Nos detenemos a apreciarla?
¿Reconocemos el talento en
un contexto inesperado?
Una
de las posibles conclusiones de esta experiencia, podría ser:
Si
no tenemos un momento para detenernos y escuchar a uno de los mejores músicos
del mundo tocando la mejor música jamás escrita, ¿cuántas otras cosas nos
estamos perdiendo?