lunes, 1 de julio de 2019

EXPERIMENTO SOCIAL: EL VIOLINISTA NO IDENTIFICADO. ¿PERCIBIMOS LA BELLEZA? ¿NOS DETENEMOS A APRECIARLA?

          Primordialmente, la belleza está vinculada a los sentidos. La belleza es lo que mueve a las personas. Es el motor de la creación y de la expansión del universo. Es la esencia de los procesos naturales y tiene infinitas caras. La belleza ligada a los sentidos está basada en el principio del placer sensorial, en definitiva, de reacciones bioquímicas; de la recepción de ondas electromagnéticas y sonoras, de cambios de temperatura y un sin fin de procesos físicos que se convierten en señales y que se procesan en nuestro cerebro. Es por tanto física. Y el cerebro -que es un órgano hedonista-, esa es su función; analiza todas estas señales y las clasifica como agradables, neutras o desagradables atendiendo a este principio de 'belleza sensorial'.
Pero estamos inmersos en el ruido del bullicio y no somos capaces de reconocer la belleza que aparece ante nuestros sentidos.

De la misma forma, sumergidos en el ruido de este bullicio, somos incapaces de escuchar nuestro interior; escucharnos a nosotros mismos desde lo más profundo, desde donde sale lo más auténtico de nosotros mismos.

Por eso, ¡para y escucha a tu alrededor! Tal vez te convenga y te guste.

LOS EXPERIMENTOS SOCIALES DESPOJADOS DEL RIGOR CIENTÍFICO


         Lo que es un experimento social, psicosocial o psicológico no es lo que se vende en los medios. No es un experimento con una investigación realizada por expertos, ni tampoco con un grupo control; ni un gran trabajo de fondo -tanto teórico como práctico-, en el que se estudian los efectos de una intervención en un entorno controlado. Es más bien, algo no rigurosamente científico ni complejo; como lo ocurrido con un violinista ocultando su identidad para observar conductas y reacciones, por ejemplo.
Son experimentos, con cámaras ocultas más o menos elaboradas. Eso no impide que puedan resultar curiosos e interesantes en relación al comportamiento humano y sobre nosotros mismos cuando sabemos -o no-, si somos observados.

Algunas veces, éstos despiertan cierto recelo en torno a los criterios éticos, en relación al respeto a los implicados; pues en vez de usar probetas y tubos de ensayo, se está investigando con seres humanos como sujetos de los experimentos sociales, que no siempre parecen tratados de un modo correcto y adecuado.

En este sentido, para algún ámbito particular, este tipo de experimentos suelen resultar especialmente reveladores; además de reflexivos y, en la mayoría de las ocasiones, muy sorprendentes.

EL CASO DEL VIOLINISTA JOSHUA BELL


Un hombre se sentó en una estación de metro en Washington DC y comenzó a tocar el violín, era una fría mañana de enero. Interpretó seis piezas de Bach durante unos 45 minutos. Durante ese tiempo -ya que era hora pico-, se calcula que 1.100 personas pasaron por la estación, la mayoría de ellos en su camino al trabajo.
        Sólo tres minutos pasaron, y un hombre de mediana edad se dio cuenta de que había un músico tocando. Disminuyó el paso y se detuvo por unos segundos, y luego se apresuró a cumplir con su horario.

Un minuto más tarde, el violinista recibió su primer dólar de propina: una mujer arrojó el dinero en la caja y sin parar, siguió caminando.

        Unos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escucharlo, pero el hombre miró su reloj y comenzó a caminar de nuevo. Es evidente que se le hizo tarde para el trabajo.
El que puso mayor atención fue un niño de 3 años. Su madre le apresuró, pero el chico se detuvo a mirar al violinista. Por último, la madre le empuja duro, y el niño siguió caminando, volviendo la cabeza todo el tiempo. Esta acción fue repetida por varios otros niños. Todos sus padres, sin excepción, los forzaron a seguir adelante.

En los 45 minutos que el músico tocó, sólo 6 personas se detuvieron y permanecieron por un tiempo. Alrededor del 20 le dieron dinero, pero siguió caminando a su ritmo normal. Se recaudaron 32 dólares. Cuando terminó de tocar y el silencio se hizo cargo, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún reconocimiento.

         Nadie lo sabía, pero el violinista era Joshua Bell, uno de los músicos más talentosos del mundo. Él había interpretado sólo una de las piezas más complejas jamás escritas, en un violín por valor de 3,5 millones de dólares.
Dos días antes de su forma de tocar en el metro, Joshua Bell agotó los boletos en un teatro en Boston, donde los asientos tuvieron un costo promedio de 100 dólares.

Esta es una historia real. Joshua Bell tocando incógnito en la estación de metro como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de la gente.
Las líneas generales, fueron los siguientes: en un entorno común a una hora inapropiada:

¿Somos capaces de percibir la belleza?
¿Nos detenemos a apreciarla?
¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?


Una de las posibles conclusiones de esta experiencia, podría ser:

Si no tenemos un momento para detenernos y escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocando la mejor música jamás escrita, ¿cuántas otras cosas nos estamos perdiendo?