ella puede gritar como una puta
ninfómana y no sabrías si finge
o no.
Fíjate en sus gestos naturales,
en sus pies que pone de puntillas
como bailarina, en la rigidez de
detrás de sus rodillas, en sus axilas
sudorosas y su respiración; siente su
carne al abrirse y lo caliente que
es por dentro; su humedad, sí,
tócala si así lo deseas, pues si
está en ese éxtasis no le importará.
Haz que se pruebe ella misma y que
se haga adicta a su sabor, a su olor.
Dile suciedades al oído, si te pide que
le sigas hablando así, y que le chupes
la oreja, cabrón, es porque lo estás
haciendo bien; dile más y haz que
ella misma se las diga. Siente su
saliva, lámele los labios, también
su boca. Siente cómo se va muriendo,
cómo se desmorona, cómo le brincan
algunos músculos naturalmente,
cómo se desespera y se aferra a ti.
Observa cómo se tuerce,
cómo estruja las sábanas,
cómo sucumbe lentamente,
cómo te dice cosas que nunca había dicho,
cómo se pone como nunca se había puesto,
cómo se excita,
cómo se muere,
sí, cómo se muere.
Mira cómo le tiemblan las piernas
y explota frente a ti,
y quiere ser salvada,
para no morir de placer.
Observa bien esa metamorfosis
de diosa a humana pecadora,
carnal, necesitada de ti,
de un simple cabrón como tú.
Cuando haya pasado todo esto,
entonces sí, fue tu puta, y ella lo
sabe, y ella te lo dijo, y quiso que se
lo dijeras y que la trataras como tal,
no porque quisiste sino porque ella
deseó ser y decirlo, y sentirse así;
se sintió tan libre y plena al ser tu puta;
promiscua, llena, puta; sí, eso fue,
eso quiso, quiso ser tu puta, cabrón.