viernes, 5 de julio de 2019

LA EROTECA: AMARRADA A LA CAMA, MIENTRAS EL SILENCIO DE TUS LABIOS APENAS VA ENCENDIENDO TODO

Ya perdí la memoria y no sé decir desde cuando me gusta todo lo que hace. Ya no sé cual fue la primera vez que toqué su cuerpo ni la vez que también toqué el mío a través de mis deseos hacia él, cuando no estuvo cerca. Tampoco puedo evocar tan fácilmente el instante justo en que visualicé todo lo que ahora somos.
Pero estoy recordando aquel episodio donde inesperadamente fui amarrada por él. Cerraré mis ojos un momento, no me interrumpas…

Había pasado una semana desde la última ocasión que habíamos estado íntimamente juntos. No me había llamado, ni enviado ningún mensaje. Esa noche ni siquiera me lo esperaba. Estaba en el sofá en bragas y camiseta cenando unos cereales, cuando llamó a la puerta. No me dio tiempo ni de ver quien era. Entró rápidamente sin que me diera tiempo a reaccionar.

— Desnúdate y siéntate en la cama.

Todavía alucinando, me dirigí al cuarto sin decir nada. Él me siguió detrás. Me desnudé y me senté en la parte baja de la cama. En silencio lo observaba. Se puso a mi lado y abrió la mochila. Empezó a sacar cintas de tela. Sacó tres y las dejó sobre la cama.

— Túmbate, bocarriba.

Obedecí.

Me coloqué en mitad de la cama. Miré al techo, estaba nerviosa y excitada. Él cogió mi muñeca y se metió mis dedos en su boca. Empezó a besarla y lamerla con su lengua. Dedo a dedo pasaba la lengua y daba ligeros mordiscos que me hacían temblar. Yo respiraba muy fuerte, estaba excitándome aún más. Con la cinta ató mi muñeca y me obligó a estirar el brazo, tirando de ahí hacia la izquierda. Mi brazo izquierdo quedaba totalmente inmóvil. Pasó la cinta por el somier, y la ató a ese lado de la cama.
Nunca me habían atado, era la primera vez. Mis sentidos estaban realmente alebrestados. Él estaba muy serio, tanto que resultaba sexy; estaba concentrado. Pasó el largo de la cinta y ató mi otra muñeca.

— Intenta encoger o mover los brazos.

No podía. Lo intenté con fuerza, pero lo único que conseguía era que los nudos de las cintas se apretaran más. Se quitó los zapatos y se subió encima de la cama. Colocándose delante de mí, intentó separarme las piernas.

— Si no te portas bien, me iré y no habrá más placer.

Yo no quería eso, lentamente separé las piernas dejando todo mi coño abierto.

— Se ve que estás caliente, eres una princesa muy guarra.

Estaba muy avergonzada, tanto que ni siquiera me atrevía a mirarlo. Cogió mi pierna izquierda y la dobló. Con la cinta empezó a inmovilizarla de forma que no pudiera estirar la pierna. Llenó mi pierna de esta cinta desde la rodilla hasta el tobillo. Tenía la pierna como dormida, la sentía pero no podía estirarla. Del tobillo la llevó al extremo de la cama y lo ató. Cogió mi otra pierna e hizo lo mismo. Cuando terminó, estaba completamente inmóvil. Mis piernas estaban colocadas de forma que sería muy fácil follarme.

Él se levantó y colocándose a los pies de la cama, contempló su obra. Yo no quería mirarlo, pero notaba como mi coño estaba lleno de mi jugo y cómo empapaba todo. Estaba demasiado excitada. Quería comenzar a follar y lo quería ahora. Él se desnudó completo y volvió a subirse en la cama. Con su pene erecto colocó sus rodillas a ambos lados de mi cabeza. Lo metió en mi boca, y sujetándome la cabeza, empezó a follarme por ahí. Primero lo introducía con suavidad hasta la mitad. Yo miraba hacia arriba y veía como él estaba disfrutando. Cada vez se iba excitando más y lo metía más adentro. Apenas podía respirar. Como si fuera una muñeca, comenzó a empujar de mi cabeza hacía él. Su pene me llegaba hasta el final de mi garganta y daba fuerte y seguido. Consiguió un ritmo y seguía metiéndomelo más, más y más. Lo sacó de repente de mi boca y empezó a darme golpecitos en la cara. Me lo restregaba por las mejillas, la nariz y por los labios.

Volvió a meterlo dentro de mi boca y comenzó a moverse rápido otra vez. Cuando iba a correrse, lo sacó y se corrió encima de mis senos. Salpicó por todas partes llenando mis tetas, mi cuello y hasta mi boca. Con la lengua me relamí los labios. Me encantaba como sabía su semen.

— Lo has hecho muy bien. Ahora vamos a seguir jugando.

Se levantó de la cama y abrió la mochila. Metió la mano y sacó una mordaza de bola. Me la colocó riéndose. Ya sí que estaba a su merced. Ya ni siquiera podía gritar. También sacó de su mochila un consolador y un pequeño vibrador del tamaño de una pila.
— Veo que no hace falta lubricante, así que lo meteré sin más.

Tomó el consolador y me lo metió en el coño. Estaba tan excitada que entró sin ningún problema.

— Eres una princesa enviciada. Estás tan mojada que se me resbala el consolador. Incluso has llenado la cama. Vamos a divertirnos un poco más.

Noté como él movía algo del consolador y éste empezó a vibrar con fuerza.

— Dios, me encanta. Da tanto placer. Me vuelve loca. No puedo parar de jadear.

Riéndose, agarró después el vibrador pequeño y poniéndolo en marcha lo puso sobre mi clítoris. No podía parar de temblar, estaba acalorada, mojada, excitada y encima no podía moverme. Él me controlaba por completo, decidía el ritmo y de vez en cuando paraba. Técnicamente seguía a su merced. Él decidía si yo podía disfrutar o no.

Dirigió su cara hacia abajo y sin parar de utilizar el vibrador, comenzó a morderme los pezones. Los lamía y chupaba como si quisiera arrancármelos. Se juntó todo, el consolador, el vibrador pequeño y su boca. Me iba a correr. No podía parar de disfrutar y de temblar. Me corría, me iba... ahhh...

El orgasmo fue tan fuerte. Que toda mi espalda tembló y el placer inundó mi cuerpo desde mi cabeza hasta los dedos de mis pies. Parecía que estaba flotando en el cielo.

Él me dejó unos minutos para disfrutar de mi orgasmo, cuando decidió follarme otra vez. Con todo el coño sensible metió su pene y me folló como nunca. Me daba todo lo fuerte que él quería. Sentía que iba a romperme en dos. Yo mordía la mordaza con fuerza y sentía como  mi saliva salía por los lados llenándome y dejándome pringosa. Entre el sudor, su semen, mis jugos y mi saliva parecía una auténtica pervertida.

Me daba tan fuerte que botábamos en la cama con cada embestida. Cuando iba a correrse, sacó su pene de mí y se corrió sobre la entrada de mi coño. Se corrió sobre mi vello púbico, mi clítoris y mi entrada. Estaba muerta, me había dejado fuera de combate. Me desató, las cintas dejaron algunas marcas en mis brazos y piernas. Me quedé allí tirada sobre la cama y sin querer me quedé dormida con él a mi lado.

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