Virginia era una princesa a la que se le había educado sin un
ápice de amor. Sus padres, los reyes, nunca la abrazaban ni besaban; todos los
días se dedicaban a infundirle los valores del reino y a enseñarle a
gobernar y tomar decisiones con cordura, sabiduría y mente fría. Cuando sus
padres murieron, Virginia tomó el control del reino y lo gobernó justamente
como sus padres le indicaron, pero había un problema: Virginia no conocía del
amor.
Cierto día,
salió a cabalgar fuera de su reino, una fuerza positiva la animaba a ir más y
más lejos hasta que el caballo se detuvo en un prado lleno de piedras blancas.
Virginia se sentó en una de ellas y comenzó a reflexionar sobre varios aspectos
de su reino. Cuando posó sus manos sobre la piedra sintió unas pequeñas
bifurcaciones en ella, se levantó rápidamente y leyó la inscripción de la
piedra: **Laura Beleazar: 4 años, 7 días y 16 horas**. No era una piedra, ¡Era
una lápida! Virginia se fijó en las que tenía cerca de ella.
**Miguel Sobriéz: 6 años 9 días y 4 horas**, **Estefanía Nerón:
8 años, 30 días y 3 horas**.
Virginia quedó empapada de un sobrecogimiento profundo al darse
cuenta que estaba rodeada de tumbas de niños y se soltó a llorar, no podía
creer que ese reino tuviera tal cantidad de niños muertos. El vigilante del
prado pasó por ahí y al verla le preguntó sobre el motivo de su llanto tan
amargo. No pudo reprimir una sonrisa y le dijo:
– Mi querida dama, no llore usted por estas almas, en
realidad no son niños -al ver la cara de confusión de Virginia continuó-.
Cuando alguien cumple los 18 años, nuestro rey nos da una libreta en la
escribimos todos los momentos en el que sentimos amor verdadero, como un primer
beso o el nacimiento de un hijo y al lado derecho apuntamos el tiempo que
duró esa sensación. Cuando la persona muere, sumamos el tiempo reportado en su
libreta y lo ponemos en su lápida. Es por eso que las lápidas tienen esos
números, porque en nuestro reino se cree que los momentos de amor son en los
que el alma vive de verdad.
Virginia
salió del prado con una sonrisa triste. Sabía que en ese reino su alma
todavía no había nacido...
FUENTE: Cuentos breves