Apenas estaba oscureciendo. Yo
estaba leyendo el periódico cuando la vi entrar con aquel vestido ligero de
verano y venir hacia mi mesa.
— ¿Llevas mucho esperando? –
Preguntó.
— Diez minutos, no te
preocupes. – Respondí.
Ella se sentó a mi lado, en
el extremo de la pequeña mesa, a cuarenta y cinco grados de mi posición. Nos
besamos cordialmente, hacía seis meses que no nos veíamos, y ambos sabíamos que
ese era mucho tiempo. Hicimos un gesto a la camarera para que nos tomara nota.
Pedimos una bebida cada uno y poco después brindamos por el reencuentro. Ella
me puso la mano en la cara interior del muslo derecho.
— ¿Me has echado de menos? –
Preguntó coqueta.
Me encantaba verla así,
receptiva. Le respondí que sí, que la había echado de menos incluso vestida.
Ella rió la ocurrencia, que a su vez yo le había robado a un cantautor.
— ¿Y te has tocado
pensándome? – Quiso saber mientras apretaba mi muslo.
— Mucho. Aún sigues
provocándome esa fuerte debilidad que conoces.
— ¿Seguro? Mira que puedo
ponerte el detector de mentiras.
— Ponlo, sabes que no suelo
mentir.
Alargó un poco la mano por
debajo de la mesa y la puso sobre mi bulto, que, efectivamente, estaba haciendo
ya reacción. Sonrió mirándome y continuó haciendo un leve movimiento con la
mano. Yo no pude evitarlo y deslicé mi mano bajo la mesa y la subí por la cara
interna de su muslo izquierdo, hasta con la punta de los dedos, tocar su más
calurosa y acogedora parte.
El bar estaba bastante
desierto, salvo una mesa con cuatro personas y la camarera. El lugar en el que
me había colocado estratégicamente estaba en la parte más aislada, con lo cual
disponíamos de cierta intimidad. Así que seguí alargando la mano hasta deslizar
mi dedo índice por su hendidura y disfrutar de sus gestos, que era lo que más
me estimulaba, ver el deseo y el placer en su cara. Ella me apretó y después
bajó la cremallera metiendo la mano. Le resultaba difícil en esa postura bajar
el bóxer para llegar hasta ahí. Decidí facilitarle la entrada. Me eché hacia
atrás y me desabroché el botón abriendo el pantalón. Después bajé el bóxer trabándolo
y dejándolo todo a su alcance bajo la mesa. Ella enseguida agarró y comenzó a
masajear suavemente. Seguíamos mirándonos a los ojos, que expresaban un 'sálvese
quien pueda'.
— Tengo que pedirte un favor
- Le dije.
— ¿Cuál?
— Quítate las bragas y
guárdalas en el bolso, me molestan.
Ella miró hacia el bar
asegurándose de que no iba a ser excesivamente descarada. Después coló sus manos
bajo la falda y levantándose un poco de la silla, sacó las bragas de su
prisión. Luego las guardó en el bolso no sin habérmelas puesto en la nariz un
par de segundos. Ahora tenía acceso libre a su centro vital. Volví a meter la
mano y comprobé que su humedad iba en aumento, tanto es así que lo hice sin
esfuerzo alguno. De nuevo su cara expresó el placer y su garganta emitió un gemido
que no alcanzó a los oídos de los demás. Seguí suavemente con un dedo, mientras
con otro le acariciaba. Me encantaba masturbarla.
Ella había friccionado bien y
subía y bajaba la mano con densidad. Después retiró la mano y se la llevó a la
boca, la empapó con saliva y volvió, deslizándose hacia abajo y lubricando. Era
delicioso sentir su mano así. Era un juego que siempre habíamos tenido, nos
gustaba la masturbación recíproca.
Yo seguía haciéndolo justo como
a ella le gustaba y agitando en círculos su hermoso paraíso. En su cara se
podía ver todo lo que un hombre desea para sí. Era hermosa, pero sintiendo
placer era mucho más, era completamente arrebatadora.
— Si sigues así me voy a
correr, y para eso la quiero dentro, hasta el fondo – Me dijo.
Yo miré el bar, la mesa
ocupada seguía a lo suyo; supongo que se habían dado cuenta, pero disimulaban
muy bien. La camarera secaba los vasos del lavavajillas como dejando pasar el
tiempo.
Eché un poco hacia atrás la
silla y le dije que subiera encima. No lo pensó, lo hizo. Yo sentado y ella
sentada sobre mí dándome la espalda y haciendo movimientos circulares, sentía
como me estaba empapando. Se echó hacia atrás y le mordí una oreja.
— No te corras dentro – Me
dijo.
— Córrete tú primero, quiero
verlo.
Seguí masajeando cuando
sentí que se perdía. Le tapé la boca, la conocía bien. Su cuerpo se estremeció
sobre mí y empezó a correrse. Sus gemidos eran enmudecidos por mi mano, pero no
pude evitar que se le escapara un grito que hizo que la camarera más cercana, mirara hacia nosotros e hiciera un gesto de asombro. Disimuló
apartando la mirada, pero sé que no podía evitar echarnos una ojeada
sorprendida.
Ella se quitó de encima y volvió
a su silla. Me miró.
— Voy a correrte – Me dijo.
Se puso saliva en la mano y
comenzó a hacerlo rápidamente. Agregó la otra mano, sabía que me gustaba así.
La camarera no dejaba de echarnos miradas esporádicas pero frecuentes, y yo
estaba a punto de correrme, al parecer eso no se lo quiso perder. Cuando ella
vio que mis facciones se contraían, agachó la cabeza y se perdió ahí; siempre
le había gustado mi esencia, la trataba como un manjar exquisito. Empecé a
eyacular agarrándome a la silla mientras ella tragaba. Me convulsioné. Ella
aguantó estoicamente y después me lamió bien los restos. Cuando se incorporó,
se lamió un par de dedos apurando el semen.
Ambos quedamos relajados,
mirándonos con cara de quien desea que se repitan situaciones así.
Al rato bajamos a la barra y
pedí la cuenta a la camarera.
— Enseguida – Me dijo.
Le entregué un billete y fue hasta la caja registradora. Volvió y me entregó el cambio.
— ¿Les ha gustado el
servicio? – Preguntó.
Sonreímos los tres. Miré el dinero y se lo entregué a la camarera.
— Por el trato recibido – Le
dejé caer. Ella sonrió.
— Vuelvan cuando quieran, yo
estoy siempre en este horario.