Durante
gran parte del siglo X d.C., Abderramán III (o Abd-ar-Rahman III) reinó como el
más poderoso príncipe de la dinastía Omeya en España. Fue conocido como el Emir
de Córdoba desde el 912 hasta el 929, y más tarde como el Califa de Córdoba
desde el 929 hasta el 961.
Abderramán
III fue un poderoso gobernante que unificó a un pueblo plagado de guerras
tribales e influencias extranjeras. Primero, estableció exitosamente un
gobierno centralizado en España y construyó un poderoso ejército y marina.
Luego, mediante acciones militares, rompió relaciones exitosamente con la aristocracia
del mundo árabe, los Fatimíes de Egipto y del Norte de África, y los reyes
cristianos de León.
CARACTERÍSTICAS DE ABDERRRAMÁN. ASPECTO Y TEMPERAMENTO
Físicamente
se le describió como atractivo, de piel blanca, pelo rubio rojizo y ojos azules
oscuros; corpulento y relativamente bajo -tenía las piernas cortas-. Se teñía
la barba de negro, para parecer más árabe.
De
carácter cortés, benévolo y generoso, inteligente y perspicaz, con intensos
escrúpulos morales; se le tachó, asimismo, de inclinado a los placeres -en
especial a la bebida- y dispuesto a usar extrema crueldad con sus enemigos. Han
subrayado sus virtudes: su sagacidad y diplomacia, su firmeza e intrepidez; su
liberalidad y generosidad, sus notabilísimos conocimientos en derecho musulmán
y en otras disciplinas. Era además un excelente poeta y un orador elocuente.
Las cronistas relataron minuciosamente sus obras en defensa de la ortodoxia
islámica y condena de la herejía, como la persecución de los seguidores de Ibn
Masarra y su generosidad con los parientes de un loco que quiso matarlo.
HISTORIA
(Córdoba-Qurṭuba, 7 de enero de 891-Medina Azahara, 15 de octubre de 961), más
conocido como Abderramán o Abd al-Rahman III, fue el octavo y último emir independiente
(912-929) y primer califa omeya de Córdoba (929-961); con el sobrenombre de
al-Nāṣir li-dīn Allah (الناصر لدين الله), "aquel que hace triunfar la religión
de Dios" (de Alá). El califa Abderramán vivió setenta años y reinó cincuenta.
Fundó la ciudad palatina de Medina Azahara, cuya fastuosidad aún es proverbial,
y condujo al emirato cordobés de su nadir al esplendor califal. Dedicó gran
parte de su reinado a acabar de someter el territorio del emirato, desgarrado
por numerosas rebeliones mediante una mezcla de persuasión, prebendas y fuerza.
El
futuro emir Abderramán -en árabe, 'siervo de Dios'-, tercero de su nombre y octavo
de la dinastía ibérica, era nieto de Abd Allah; séptimo emir independiente de
Córdoba, descendiente de los omeyas que antaño habían regido el Califato de
Damasco (661-750) y cuyo poder se había restablecido en la península ibérica. Era hijo de Muhámmad, primogénito de Abd Allah, y
de Muzna o Muzayna (que significa lluvia o nube), una concubina cristiana
probablemente de origen vascón que pasó a ser considerada una umm walad o 'madre de infante' por haber dado a su señor un hijo. Una de sus abuelas,
Onneca -compañera de Abd Allah-, era también de origen vascón, pues era hija de
un caudillo pamplonés, Fortún Garcés. Así, su origen era principalmente
hispanovasco y sólo en una cuarta parte árabe. Abderramán se convirtió pronto en el nieto favorito de su abuelo el emir.
El
nieto del emir cordobés recibió el nombre de Abderramán y la kunya de
Abul-Mutarrif, los mismos que tuvieron su tatarabuelo Abderramán II y el
fundador del emirato omeya en al-Ándalus, Abderramán I. El nombre Abd
al-Rahman significa 'el siervo del Dios misericordioso' y, Mutarrif quiere
decir -entre otras cosas-, 'el combatiente o héroe que ataca valientemente a los
enemigos y los rechaza'; en suma, 'caballero noble', 'distinguido' y 'campeón'.
Dotado -cuentan-, de todas
las gracias, pocos hombres han tenido tantos motivos para estar satisfechos de
su propio destino. Fue hermoso e inteligente y tan poderoso, como Napoleón o César.
Reconoció a tres esposas y 18 hijos.
"Cuando
los reyes quieren que se hable en la posteridad de sus altos designios
-escribió- ha de ser con la lengua de las edificaciones. ¿No ves cómo han
permanecido las pirámides y a cuántos reyes los borraron las vicisitudes de los
tiempos?".
Porque, como se dijo, fundó
Medina Azahara; amplió la mezquita, acabó con el desorden y la corrupción,
promovió las artes, la cultura y la medicina. Cuando murió, en el año 961,
Córdoba era la 'perla de Occidente' con tantos habitantes como Constantinopla y
centro de un califato que dominaba casi toda la península ibérica, parte del
Magreb y las islas mediterráneas.
Después
de casi 20 años de éxitos espectaculares, Abderramán III ignoró la tradición de
califato de La Meca y Medina y se proclamó califa en España. Aunque rechazado
por algunos, este título le dio a Abderramán gran poder y prestigio en gran
parte del mundo musulmán. Sus próximos 32 años los pasó como reverenciado
gobernante de una región pacífica y próspera.
Pese
a esto, Abderramán no era del todo feliz. Meses antes de morir sufre una
terrible enfermedad psíquica, hoy llamada melancolía involutiva (ya tenía
setenta y dos años); en la que a la tristeza, la melancolía, la angustia y el supremo
abatimiento que caracteriza a todas las depresiones de origen orgánico, se suma
la incontinencia emotiva. Por lo que todos los cronistas relatan cómo en todos
estos meses, aún no teniendo dolores ni motivos reales de pesadumbre, era
incapaz de hablar sin lágrimas en los ojos a quienes lo atendían.
Se resume
así su reinado:
"Conquistó
España ciudad por ciudad, exterminó a sus defensores y los humilló, destruyó
sus castillos, impuso pesados tributos a los que dejó con vida y los abatió
terriblemente por medio de crueles gobernadores hasta que todas las comarcas
entraron en su obediencia y se le sometieron todos los rebeldes".
EL BALANCE DE VIDA FINAL Y LA FELICIDAD
En el
libro de colección de notas biográficas, consta un hecho que se describió en su día; según el cual Abderramán III redactó una especie de minucioso diario en el que hacía acreditar los días felices y placenteros que disfrutó, marcando el día, mes y
año. Pero
en su larga vida, tan sólo quedaron reflejados en ese diario catorce días felices.
Este
hombre extraordinario, que tuvo el mundo en sus manos, dictó el balance de su
vida con la precisión enequética que le singularizaba, proporcionando uno
de los documentos más interesantes de la relación entre poder absoluto y
felicidad.
"He
reinado más de cincuenta años, en victoria o paz. Amado por mis súbditos,
temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder
y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena
bendición que me haya sido esquiva. En esta situación, he anotado diligentemente
los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: Suman catorce".
La
anécdota también se ha contado en el 'Testamento andaluz', que pone en
boca de Abderramán estas palabras:
"Tengo
70 años, durante 50 he sido el rey de la ciudad más hermosa del mundo. Por si
le faltaba algo, construí Medina Azahara. Amé a la mujer más hermosa del mundo,
Azahara. Fui feliz 14 días, no seguidos".
Abderramán
murió con 73 años, después de haber vivido entre lujo y placeres casi 27.000
días. Lo que plasmó en ese diario en cuestión. En ese documento en el que este hombre debe haber contado qué hizo, con quién yació o conversó; que libó o jugó, en esas jornadas de pura
y auténtica felicidad. Lo que hizo Abderramán esos 14 días.
"Tampoco parece haber faltado
ninguna bendición terrena en mi felicidad. En esta situación, he enumerado
diligentemente los días de felicidad pura y genuina que me han tocado en suerte:
Suman catorce: - ¡Ah, hombre! ¡No pongas tu confianza en este mundo
presente!".
El
poderoso Califa de Córdoba, conquistó todo lo que el mundo tenía que ofrecer. Al
final, igual que muchos, compartió la misma epifanía eterna.