martes, 25 de junio de 2019

ABDERRAMÁN III: LOS CATORCE DÍAS CONTADOS DE PURA Y AUTÉNTICA FELICIDAD

Durante gran parte del siglo X d.C., Abderramán III (o Abd-ar-Rahman III) reinó como el más poderoso príncipe de la dinastía Omeya en España. Fue conocido como el Emir de Córdoba desde el 912 hasta el 929, y más tarde como el Califa de Córdoba desde el 929 hasta el 961.
Abderramán III fue un poderoso gobernante que unificó a un pueblo plagado de guerras tribales e influencias extranjeras. Primero, estableció exitosamente un gobierno centralizado en España y construyó un poderoso ejército y marina. Luego, mediante acciones militares, rompió relaciones exitosamente con la aristocracia del mundo árabe, los Fatimíes de Egipto y del Norte de África, y los reyes cristianos de León.

CARACTERÍSTICAS DE ABDERRRAMÁN. ASPECTO Y TEMPERAMENTO


Físicamente se le describió como atractivo, de piel blanca, pelo rubio rojizo y ojos azules oscuros; corpulento y relativamente bajo -tenía las piernas cortas-. Se teñía​ la barba de negro,​ para parecer más árabe.
De carácter cortés, benévolo y generoso,​ inteligente y perspicaz, con intensos escrúpulos morales; se le tachó, asimismo, de inclinado a los placeres -en especial a la bebida- y dispuesto a usar extrema crueldad con sus enemigos. Han subrayado sus virtudes: su sagacidad y diplomacia, su firmeza e intrepidez; su liberalidad y generosidad, sus notabilísimos conocimientos en derecho musulmán y en otras disciplinas.​ Era además un excelente poeta y un orador elocuente.​ Las cronistas relataron minuciosamente sus obras en defensa de la ortodoxia islámica y condena de la herejía, como la persecución de los seguidores de Ibn Masarra y su generosidad con los parientes de un loco que quiso matarlo.

HISTORIA


        (Córdoba-Qurṭuba, 7 de enero de 891​-Medina Azahara, 15 de octubre de 961​), más conocido como Abderramán o Abd al-Rahman III, fue el octavo y último​ emir independiente (912-929) y primer​ califa omeya de Córdoba (929-961); con el sobrenombre de al-Nāṣir li-dīn Allah (الناصر لدين الله), "aquel que hace triunfar la religión de Dios" (de Alá). El califa Abderramán vivió setenta años y reinó cincuenta.​ Fundó la ciudad palatina de Medina Azahara, cuya fastuosidad aún es proverbial, y condujo al emirato cordobés de su nadir al esplendor califal. Dedicó gran parte de su reinado a acabar de someter el territorio del emirato, desgarrado por numerosas rebeliones mediante una mezcla de persuasión, prebendas y fuerza.

El futuro emir Abderramán -en árabe, 'siervo de Dios'-, tercero de su nombre y octavo de la dinastía ibérica, era nieto de Abd Allah;​ séptimo emir independiente de Córdoba,​ descendiente de los omeyas que antaño habían regido el Califato de Damasco (661-750) y cuyo poder se había restablecido en la península ibérica. Era hijo de Muhámmad, primogénito de Abd Allah, y de Muzna​ o Muzayna (que significa lluvia o nube), una concubina cristiana probablemente de origen vascón​ que pasó a ser considerada una umm walad o 'madre de infante' por haber dado a su señor un hijo. Una de sus abuelas, Onneca -compañera de Abd Allah-, era también de origen vascón, pues era hija de un caudillo pamplonés, Fortún Garcés.​ Así, su origen era principalmente hispanovasco y sólo en una cuarta parte árabe.​ Abderramán se convirtió pronto en el nieto favorito de su abuelo el emir.
El nieto del emir cordobés recibió el nombre de Abderramán y la kunya de Abul-Mutarrif, los mismos que tuvieron su tatarabuelo Abderramán II y el fundador del emirato omeya en al-Ándalus, Abderramán I.​ El nombre Abd al-Rahman significa 'el siervo del Dios misericordioso' y, Mutarrif quiere decir -entre otras cosas-, 'el combatiente o héroe que ataca valientemente a los enemigos y los rechaza'; en suma, 'caballero noble', 'distinguido' y 'campeón'.

Dotado -cuentan-, de todas las gracias, pocos hombres han tenido tantos motivos para estar satisfechos de su propio destino. Fue hermoso e inteligente y tan poderoso, como Napoleón o César. Reconoció a tres esposas y 18 hijos.

"Cuando los reyes quieren que se hable en la posteridad de sus altos designios -escribió- ha de ser con la lengua de las edificaciones. ¿No ves cómo han permanecido las pirámides y a cuántos reyes los borraron las vicisitudes de los tiempos?".

Porque, como se dijo, fundó Medina Azahara; amplió la mezquita, acabó con el desorden y la corrupción, promovió las artes, la cultura y la medicina. Cuando murió, en el año 961, Córdoba era la 'perla de Occidente' con tantos habitantes como Constantinopla y centro de un califato que dominaba casi toda la península ibérica, parte del Magreb y las islas mediterráneas.
Después de casi 20 años de éxitos espectaculares, Abderramán III ignoró la tradición de califato de La Meca y Medina y se proclamó califa en España. Aunque rechazado por algunos, este título le dio a Abderramán gran poder y prestigio en gran parte del mundo musulmán. Sus próximos 32 años los pasó como reverenciado gobernante de una región pacífica y próspera.

Pese a esto, Abderramán no era del todo feliz. Meses antes de morir sufre una terrible enfermedad psíquica, hoy llamada melancolía involutiva (ya tenía setenta y dos años); en la que a la tristeza, la melancolía, la angustia y el supremo abatimiento que caracteriza a todas las depresiones de origen orgánico, se suma la incontinencia emotiva. Por lo que todos los cronistas relatan cómo en todos estos meses, aún no teniendo dolores ni motivos reales de pesadumbre, era incapaz de hablar sin lágrimas en los ojos a quienes lo atendían.

Se resume así su reinado:

"Conquistó España ciudad por ciudad, exterminó a sus defensores y los humilló, destruyó sus castillos, impuso pesados tributos a los que dejó con vida y los abatió terriblemente por medio de crueles gobernadores hasta que todas las comarcas entraron en su obediencia y se le sometieron todos los rebeldes".

EL BALANCE DE VIDA FINAL Y LA FELICIDAD


En el libro de colección de notas biográficas, consta un hecho que se describió en su día; según el cual Abderramán III redactó una especie de minucioso diario en el que hacía acreditar los días felices y placenteros que disfrutó, marcando el día, mes y año. Pero en su larga vida, tan sólo quedaron reflejados en ese diario catorce días felices.
Este hombre extraordinario, que tuvo el mundo en sus manos, dictó el balance de su vida con la precisión enequética que le singularizaba, proporcionando uno de los documentos más interesantes de la relación entre poder absoluto y felicidad.

"He reinado más de cincuenta años, en victoria o paz. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación, he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: Suman catorce".

La anécdota también se ha contado en el 'Testamento andaluz', que pone en boca de Abderramán estas palabras:

"Tengo 70 años, durante 50 he sido el rey de la ciudad más hermosa del mundo. Por si le faltaba algo, construí Medina Azahara. Amé a la mujer más hermosa del mundo, Azahara. Fui feliz 14 días, no seguidos".

Abderramán murió con 73 años, después de haber vivido entre lujo y placeres casi 27.000 días. Lo que plasmó en ese diario en cuestión. En ese documento en el que este hombre debe haber contado qué hizo, con quién yació o conversó; que libó o jugó, en esas jornadas de pura y auténtica felicidad. Lo que hizo Abderramán esos 14 días.

"Tampoco parece haber faltado ninguna bendición terrena en mi felicidad. En esta situación, he enumerado diligentemente los días de felicidad pura y genuina que me han tocado en suerte: Suman catorce: - ¡Ah, hombre! ¡No pongas tu confianza en este mundo presente!".

El poderoso Califa de Córdoba, conquistó todo lo que el mundo tenía que ofrecer. Al final, igual que muchos, compartió la misma epifanía eterna.