Eran las cuatro de la tarde
en punto y tal como siempre el aeropuerto de la Ciudad de México se encontraba
abarrotado. Ella lo esperaba ansiosamente. Él bajó del avión y se dirigió a
recolectar su equipaje. Era la primera vez que se iban a encontrar en persona y
a pesar de una larga relación previa, de cientos de fotos y citas por
videocámara, estaba bastante nervioso. Finalmente llegó el momento. Él salió
por la puerta de llegadas nacionales y la encontró justo de frente. Se quedaron
congelados unos segundos hasta que al mismo tiempo pronunciaron la misma frase: "Hola, amor". Entonces se fundieron en un abrazo tierno, cariñoso, seguido de un
largo y ardiente beso.
— ¿Y ahora qué hacemos?
Tengo la tarde libre, mi reunión es hasta mañana a las 11 de la mañana.
— Vamos a comer, ¿qué te
parece?
— Muy bien, ¿sabes de algún
buen lugar cerca del City Express de Reforma? Ahí es donde me voy a quedar.
— Por ese rumbo hay buenos
lugares. Ahorita googleamos algo.
La pareja abordó un Uber y
después de un viaje de más de 40 minutos con un ambiente un tanto difícil, ya
que se sentían incómodos por él conductor, se encontraban en un bonito
restaurante de la Zona Rosa: La Nueva Cuba. La plática fluyó mucho mejor después
de comer. Varias cervezas Tecate para él, tres mojitos para ella; finalmente
habían alcanzado la misma confianza que se tenían a través de medios
electrónicos. Estaban contentos de estar juntos, se besaban con frecuencia,
reían, bromeaban, conversaban de cualquier tema con la fluidez de siempre. El
nerviosismo y la sensación extraña de encontrarse físicamente había quedado
atrás. Platicaban sobre libros, historia, filosofía, arte, poesía… Y ya más
relajadamente sobre otras personas, algunos amigos -y otros no tanto- participantes del mismo sitio web donde se conocieron.
El resto de la tarde y
parte de la noche se les fue rapidísimo. Alrededor de las diez de la noche
pidieron la cuenta. Ella insistió en contribuir con la mitad, pero él no lo
permitió.
— ¿Quieres quedarte y pasar
la noche conmigo en el hotel?
— ¡Vaya! ¡Hasta que por fin!
Pensé que no lo ibas a preguntar. Sí quiero.
Caminaron tomados de la mano
por Reforma. Entraron al Modelorama que se encuentra justo enseguida del City Express y compraron agua, botanas, un doce de Michelob ultra y por supuesto;
condones. Ya en el elevador se besaron
todo el recorrido hasta llegar al piso 14, habitación 1409.
Apenas habían
cerrado la puerta y comenzaron a besarse apasionadamente, con unas ganas
increíbles de tenerse uno al otro. Se arrancaron la ropa mutuamente y
continuaron besándose, y ella rompió en una carcajada cuando él no podía
quitarle el bra.
— Jajajajajajaa. Se
desabrocha por enfrente, amor!
— Jajajaaja, qué pena.
— No sientas pena, no pasa
nada.
Finalmente él logró su
objetivo y encontró frente a sí dos hermosos senos redondos, con areolas
medianas y pezones pequeños. Los acarició suavemente con sus manos mientras la
veía a los ojos. Después se aproximó y con su boca succionó uno de ellos mientras
escuchaba el primer gemido de ella, quien llevó su mano a la entrepierna de él,
y sin vacilar alguno apretó su pene por encima del pantalón. Entonces fue él
quien gimió, intentando reprimirse.
— Crees que no me di cuenta
que lo tienes duro desde que entramos al hotel?
— Cuando te abracé en el
aeropuerto también, y me esforzaba para que no lo sintieras.
— Pues sí lo sentí, y me
gustó.
Continuaron besándose y
finalmente él la cargó sujetándola por el trasero y la llevó a la cama. La
recostó boca arriba y se acercó a su oído.
— Quiero probarte.
— Hazlo, mi amor.
Entonces con ambas manos
retiró lentamente los pantis de ella, que abrió las piernas y expuso su sexo
ante él, ya sin ninguna pena. Él comenzó a besar sus muslos por la parte
interna, recorriéndolos con su lengua, acercándose rápidamente y en cuanto llegó
se sumergió de golpe en el sabor de ella. Escuchó un grito que escapaba
mientras sentía los estremecimientos de las piernas de su amada y sus manos
revolviendo su cabello.
— Vas a hacer que me venga!
— Vente cuando gustes.
— No, así no, quiero
sentirte dentro de mí. Ponte un condón.
Él tomó la caja de los
preservativos mientras ella se volteaba, levantaba su trasero y ponía su pecho
a ras de la cama. Él se aproximó, la sujetó de la cadera y comenzó a
penetrarla. Primero lentamente, después aumentando la velocidad. Ambos gemían
tratando de contener sus gritos, hasta que al mismo tiempo explotaron en un
delicioso orgasmo, se dejaron caer sobre la cama y se abrazaron y se dieron un
largo beso.
Era la primera cópula de lo que terminó siendo una larga noche. Después él se levantó se aproximó al buró y
tomó una cerveza.
— ¿Bebé, quieres una
Michelob?
— Sí quiero, tráeme una...
— Hazlo, mi amor.