Lo
importante, es que Waterloo, marcó un antes y un después en los acontecimientos
de Europa. Puede que sea ésta una de las batallas más épicas y con más
trascendencia de toda la historia. Y para un hombre acostumbrado a ganar como Napoleón
Bonaparte, debió haber sido muy dura la derrota. La mayoría de observadores de
la época sabían que, a largo plazo, Napoleón no podía vencer a los aliados. Su
fracaso era cuestión de tiempo. Waterloo fue, sin embargo, una derrota muy
dramática, pues en varias ocasiones los franceses estuvieron a punto de
llevarse la victoria. El terreno elegido por Wellesley, el clima y la
imposibilidad de destruir al ejército de von Blücher, fueron los ejes primordiales
y sólo este último punto estaba en manos de Napoleón. El resto fue el destino.
ANTECEDENTES Y CLAVES HISTÓRICAS
El
18 de junio, se conmemoran los eventos que marcaron la historia
europea durante el mismo período, La Batalla de Waterloo. Napoleón Bonaparte,
reinstituido como emperador tres meses antes de su breve exilio en Santa Elba,
se enfrentaba nuevamente a sus enemigos: Inglaterra, los Países Bajos, Prusia,
Rusia y Austria; que buscaban retirarlo de la política para siempre. La idea
era formar una coalición de tropas para luchar juntos, y a mediados de mayo,
los tres primeros ya habían situado sus ejércitos en Flandes, con la intención
de invadir Francia y restituir al Rey Luis XVIII cuando se unieran los tres
países restantes. Napoleón decidió atacar antes de que esto sucediera, y para
ello reclutó un nuevo ejército de casi 300.000 hombres con el que pronto
avanzaría sobre la actual Bélgica. Como es sabido, Napoleón perdió la batalla
final y al poco tiempo fue detenido y enviado a su último exilio, en el que moriría
seis años después. Napoleón resultó derrotado, aún y cuando contaba con
superioridad numérica y con un ejército más experimentado y mejor armado.
VICTORIA ESTRATÉGICA, DERROTA TÁCTICA
El
16 de junio de 1815, Napoleón dividió sus fuerzas para atacar por separado a
los holandeses y prusianos en las batallas de Quatre Bras y de Ligny, en las
que consiguió sendas aparentes victorias; pero dichas batallas no consiguieron
el objetivo de destruir los ejércitos enemigos, que tan sólo se retiraron y que
resultarían clave en el enfrentamiento final dos días después. El Mariscal Ney,
al mando de 100.000 hombres, había logrado conquistar el cruce de caminos de
Quatre Bras; pero los aliados holandeses, liderados por el Príncipe de Orange y
más tarde por el Comandante en Jefe de la coalición, Arthur Wellesley -futuro
Duque de Wellington- lograron detener a los franceses, quienes a pesar de haber
sufrido un menor número de bajas, al final de la batalla tuvieron que ceder el
territorio conquistado.
El
mismo día, pocos kilómetros hacia el este, en Ligny, el mismo Napoleón dirigió
a sus hombres contra las fuerzas prusianas del Mariscal de Campo Gebhard von
Blücher, a quien obligó a retirarse tras una encarnizada lucha. Bonaparte envió
al General Grouchy con 30.000 hombres para perseguir a von Blücher creyendo que
este se retiraría hacia Prusia, al este. Sin embargo, von Blücher llevó a sus
tropas hacia el norte, para no perder el contacto con Wellesley y, como
Napoleón pudo comprobar dos días después, Grouchy fue incapaz de evitar que
llegaran a Waterloo en el momento decisivo.
Según
el mismo Wellesley, en una misión de reconocimiento el año anterior, había
encontrado un lugar ideal para presentar batalla en caso necesario. La posición
era adecuada para una acción defensiva. Apenas dos kilómetros al sur del pueblo
de Waterloo, el terreno presentaba una cresta de este a oeste perpendicular a
la carretera de Bruselas. Tras ella, Wellesley podría esconder la mayor parte
de su ejército, por razones tácticas y para protegerlos.
Tanto
los informes franceses como aliados registraron lluvias los días y la noche
anterior de la batalla, incluso hasta el amanecer del día 18. Con la climatología,
Napoleón se llevó la peor parte. Primero, porque al ser el
atacante, sus tropas deberían moverse por el terreno cubierto de fango,
ralentizando su avance y presentando un mejor blanco a los defensores; segundo,
porque la artillería francesa -probablemente la mejor del mundo en esos días-,
estaba compuesta en su mayoría por cañones pesados arrastrados por los mismos artilleros y en algunos casos por caballos. Además, el mismo
terreno enfangado frenaría las balas de cañón, impidiendo que rebotasen en el
suelo para causar un mayor daño al enemigo. Napoleón tuvo que decidir entre
esperar a que el terreno se secara, dando oportunidad a que los refuerzos
aliados llegaran, o atacar a primera hora de la mañana en esas condiciones.
Estos factores que obligaron a Napoleón a esperar varias horas, fueron las claves determinantes de Waterloo. La lucha sería cruenta y en varias ocasiones la Grande Armée estuvo a punto de conseguir la victoria.
EL INICIO DE LA BATALLA
Bonaparte decidió esperar a que el terreno se secara,
siendo en definitiva crucial en el resultado final. Aparentemente, las hostilidades comenzaron poco
antes del mediodía, cuando Napoleón ordenó a su Grande Batterie abrir fuego
sobre las líneas defensivas de Wellesley. Era la estrategia que tan bien le
había servido en algunas de las batallas y que le habían convertido en amo y
señor de Europa, principalmente en Austerlitz y Borodino. Ochenta cañones
escupieron hierro al unísono apuntando al centro aliado, con la intención de
abrir una brecha en las filas enemigas, pero sin conseguir el objetivo a pesar
de causar muchas bajas.
Poco
antes del inicio de la andanada, una brigada francesa había intentado
conquistar el complejo de Hougoumnot, con cierto éxito inicial cuando un
capitán francés logró derribar la puerta con un hacha, pero los británicos
contraatacaron y lograron volver a cerrar la puerta, atrapando y matando a los
que habían entrado. Durante el resto del día, Hougoumont sería el objeto de
constantes ataques de la infantería apoyados por los cañones, pero la
guarnición resistió y fue clave en mantener ocupada a la artillería y un buen
número de soldados franceses.
Alrededor
de las 13:00, Napoleón observó a lo lejos las primeras tropas prusianas. Aún
confiado en que Grouchy podría mantenerlas ocupadas, sabía que debía acelerar
el ritmo para vencer al enemigo antes de que este recibiera refuerzos.
Inmediatamente ordenó a uno de sus generales más veteranos avanzar con la
infantería. D’Erlon, que ya se había enfrentado a Wellesley en España, decidió
primero intentar tomar la granja de la Haye Sainte, en el centro del campo de
batalla. Varios regimientos la rodearon y, a pesar del reducido número de
defensores, 400, éstos lograron mantener la posición. Mientras los ataques
continuaban, D’Erlon movió tres divisiones más en un frente de un kilómetro,
directamente sobre las líneas enemigas. Casi 15.000 hombres llegaron a la
cresta y la escalaron manteniendo la formación. Detrás les esperaban casi el
mismo número de británicos y alemanes (Hanover), quienes se levantaron y
comenzaron a disparar. No obstante, la veteranía de los franceses consiguió
empujar al enemigo, y por unos minutos pareció que Napoleón podría llevarse la
victoria en Waterloo.
PRIMER CONTRAATAQUE
Bajo
presión, y a falta de instrucciones de Wellesley, alguien tenía que tomar la
iniciativa. El mérito correspondió al Mariscal Uxbridge -segundo en el mando
aliado-, quien ordenó y él mismo lideró a sus dos brigadas de caballería
pesada, en número de 2.000, cargar contra las líneas francesas. Durante varios
minutos fue difícil decir quien prevalecía en la confusa cacofonía de acero y
sangre. Tropas de uno y otro bando disparaban en ocasiones hacia sectores donde
los uniformes se entremezclaban sin orden. A pesar de la poca experiencia de
algunas unidades, la caballería aliada consiguió en un primer momento romper el
ala izquierda francesa, pero pronto se vieron rodeados y diezmados. Uxbridge no
había organizado una reserva para el refuerzo, un error que posteriormente confesó,
y los jinetes cayeron por centenas. Aún así, los franceses no aprovecharon su
momentánea superioridad al haber perdido el orden de las filas en un espacio
reducido y al haberse desperdigado algunas unidades. Poco a poco los hombres de
D’Erlon retrocedieron ante el ataque de la caballería. Una hora después, las
tropas habían vuelto a su punto inicial, pero con 3.000 bajas, 2.000 de ellos
hechos prisioneros. Todo volvía a quedar en tablas.
Para
entonces, sin embargo, ocurrió un hecho inesperado. Napoleón abandonó el campo
de batalla y se retiró a uno de sus cuarteles dos kilómetros detrás de las
líneas. En las dos horas que estaría ausente, tuvo lugar una de las etapas
cruciales de la batalla.
Alrededor
de las 16:00 horas, Ney observó movimientos del enemigo hacia la retaguardia y
creyó que se trataba de una retirada. Pero su juicio le jugó una mala pasada,
pues no se trataba de eso, sino que los ingleses sólo estaban llevando sus
heridos a la retaguardia. Ney, actuando bajo su propia autoridad ante la
ausencia del emperador, ordenó una carga de caballería para barrer al enemigo; 4.800 caballeros, pero sin apoyo de la infantería, como debía haber hecho, pues
lo que quedaba de las formaciones originales estaba ocupada ya fuese en
Hougoumont o reorganizándose aún después del primer ataque. Wellesly respondió
con la célebre formación de cuadros.
Los
cuadros consistían en formar a las tropas en dicha figura geométrica con cuatro
líneas de infantería, dejando un amplio espacio interior donde podían situarse
los artilleros durante el ataque. Cada cuadro contenía aproximadamente 500
hombres apuntando en las cuatro direcciones, protegiendo sus flancos. La
ventaja de este concepto frente a la caballería, es que los caballos no
embisten líneas de bayonetas, sino que rodean los cuadrados, mientras que las
tropas que los forman disparan a los jinetes. Ney repitió los ataques una y
otra vez hasta doce veces, según algunos testigos, e incluso añadió 4.000
jinetes más en sus fútiles ataques, cada uno con menor fuerza debido a la
pérdida de unidades en cada intento. Cuando Napoleón volvió, se dio cuenta del
desastre y fustigó a Ney, diciéndole que había destruido su caballería por
enviarla una hora antes del momento adecuado. Aún así, Ney volvió a atacar con
la infantería, aunque con severas bajas para los jinetes ingleses.
Aproximadamente
al tiempo que Napoleón volvía al frente, los franceses lograron tomar la granja
de Haye Sainte, un punto estratégico en el centro del campo de batalla. Era el
milagro que estaba necesitando. Wellesley ordenó recuperarla a cualquier
precio, pero los franceses rápidamente habían ocupado todos los edificios y
situado francotiradores en las azoteas, además de un par de cañones que pronto
causarían enormes bajas en los cuadros aliados. Wellesley perdió a varios de
sus generales en la empresa y quedó pronto sin reservas. Encerrado él mismo
dentro de un cuadro de infantería, se dio cuenta de que también necesitaba un
milagro para salvarse. Y el milagro llegó.
Dos
días antes, en Ligny, Napoleón no había podido destruir el ejército prusiano de
von Blücher. Este se había retirado perdiendo contacto con su perseguidor, el
General Grouchy; y se había dirigido hacia el norte, hacia Prusia, donde los
franceses pensaron que huiría. Von Blücher no sólo se mantuvo cercano a las
tropas de Wellesley, sino que estuvo en contacto con su aliado todo el día,
mientras en Waterloo se desarrollaban los acontecimientos. Napoleón sabía que
los prusianos podían volver, pero confiaba en que Grouchy los entretendría lo
suficiente para darle tiempo de vencer a Wellesley.
Las
primeras unidades prusianas, se acercaron alrededor de las 15:30. Wellesley le
había dado instrucciones de atacar en caso de ver presionado el centro aliado,
lo cual sucedía justo en esos momentos. Bülow entró en la pequeña población de
Plancenoit, pero Napoleón observó el movimiento y envió dos cuerpos a rechazar
el ataque. No lo lograron hasta que Bonaparte añadió ocho batallones como
refuerzo, que tomaron Plancenoit a un gran coste. Wellesley aprovechó la
distracción para activar sus reservas en el ala oeste, alrededor de Hougoumont,
y obligó a los franceses a retroceder. Hacia las 19:00 horas, las líneas
francesas habían dejado de presentar una frontal recta, sólo adelantadas en el
centro pero presionadas en los flancos, dejando ver una forma de herradura. Al
mismo tiempo, continuaban llegando por el este los refuerzos prusianos. A
Napoleón se le reducían las opciones.
En
un último y desesperado intento, el general que había asolado Europa durante
diez años, activó a su propia Guardia Imperial invicta durante años; 'la creme
de la creme' del ejército francés. Como siempre, Napoleón atacó por el centro,
intentando dividir al enemigo. Al frente la Guardia Media y la Guardia Vieja
como reserva, con artillería de apoyo protegida por cuadros al mando de Ney.
Veterana y segura de sí misma, la Guardia avanzó impasible ante el fuego: laceros, granaderos, carabineros, cercano a los 8.000 hombres. Los aliados
contraatacaron pero no pudieron parar la embestida, y en media hora las
primeras tropas de la Guardia habían llegado a la cresta; donde Wellesley había
formado sus líneas originales, encontrándola cubierta de cadáveres y aparentemente
abandonada. En ese momento, 1.500 Guardias de a Pie británicos que se habían
tirado al suelo para protegerse de los cañones, se levantaron y dispararon una
andanada que causó grandes bajas a la Guardia. No sólo eso, sino que la
sorpresa fue tal que se desató el pánico en los franceses. La Guardia podía ser
muy veterana y valiente, pero no dejaba de ser humana.
Había que mantener la disciplina en las filas. La moral
de las tropas lo es todo -decía Napoleón-, y nunca mejor dicho que cuando sus
hombres dieron la lucha por perdida y retrocedieron. Quizá cansados, o después
de tantos años sin entrar en combate, hubiesen perdido su instinto vencedor;
pero es posible también que al comprender la situación, ya en inferioridad
numérica, y prefiriesen salvar la vida que sacrificarla por una causa perdida,
y la del emperador, lo era. Wellesley agitó su sombrero montado sobre su
caballo, para ordenar la ofensiva final.
Napoleón
Bonaparte perdió La Batalla de Waterloo, pero aún si hubiese prevalecido en los
campos de Flandes aquel día, era cuestión de tiempo que su frágil imperio se
desmoronara ante la coalición. Bonaparte, tarde o temprano acabaría derrotado.
Como fue. Pocos días después de aquel 18 de junio, Napoleón abdicaba y se
entregaba a los ingleses, que lo enviaron a las Isla de Santa Helena en el
Atlántico, para no volver más.
Waterloo,
el pequeño pueblo belga donde la suerte de Napoleón quedó sellada para siempre.
Waterloo terminó con las Guerras Napoleónicas e inició con una nueva etapa, con
el surgimiento de nuevos países y el renacimiento de nuevos imperios. Durante
un siglo la paz reinaría en tierras europeas, hasta que con la Primera Guerra
Mundial la sangre volvería a regar los fértiles campos del viejo continente;
algunos dicen, para arreglar los desaguisados geográficos y nacionales,
impuestos por los aliados después de Waterloo.