jueves, 20 de junio de 2019

WATERLOO. LA DRAMÁTICA BATALLA QUE DERROTÓ INESPERADAMENTE A NAPOLEÓN BONAPARTE

Lo importante, es que Waterloo, marcó un antes y un después en los acontecimientos de Europa. Puede que sea ésta una de las batallas más épicas y con más trascendencia de toda la historia. Y para un hombre acostumbrado a ganar como Napoleón Bonaparte, debió haber sido muy dura la derrota. La mayoría de observadores de la época sabían que, a largo plazo, Napoleón no podía vencer a los aliados. Su fracaso era cuestión de tiempo. Waterloo fue, sin embargo, una derrota muy dramática, pues en varias ocasiones los franceses estuvieron a punto de llevarse la victoria. El terreno elegido por Wellesley, el clima y la imposibilidad de destruir al ejército de von Blücher, fueron los ejes primordiales y sólo este último punto estaba en manos de Napoleón. El resto fue el destino.

ANTECEDENTES Y CLAVES HISTÓRICAS


El 18 de junio, se conmemoran los eventos que marcaron la historia europea durante el mismo período, La Batalla de Waterloo. Napoleón Bonaparte, reinstituido como emperador tres meses antes de su breve exilio en Santa Elba, se enfrentaba nuevamente a sus enemigos: Inglaterra, los Países Bajos, Prusia, Rusia y Austria; que buscaban retirarlo de la política para siempre. La idea era formar una coalición de tropas para luchar juntos, y a mediados de mayo, los tres primeros ya habían situado sus ejércitos en Flandes, con la intención de invadir Francia y restituir al Rey Luis XVIII cuando se unieran los tres países restantes. Napoleón decidió atacar antes de que esto sucediera, y para ello reclutó un nuevo ejército de casi 300.000 hombres con el que pronto avanzaría sobre la actual Bélgica. Como es sabido, Napoleón perdió la batalla final y al poco tiempo fue detenido y enviado a su último exilio, en el que moriría seis años después. Napoleón resultó derrotado, aún y cuando contaba con superioridad numérica y con un ejército más experimentado y mejor armado.

VICTORIA ESTRATÉGICA, DERROTA TÁCTICA


El 16 de junio de 1815, Napoleón dividió sus fuerzas para atacar por separado a los holandeses y prusianos en las batallas de Quatre Bras y de Ligny, en las que consiguió sendas aparentes victorias; pero dichas batallas no consiguieron el objetivo de destruir los ejércitos enemigos, que tan sólo se retiraron y que resultarían clave en el enfrentamiento final dos días después. El Mariscal Ney, al mando de 100.000 hombres, había logrado conquistar el cruce de caminos de Quatre Bras; pero los aliados holandeses, liderados por el Príncipe de Orange y más tarde por el Comandante en Jefe de la coalición, Arthur Wellesley -futuro Duque de Wellington- lograron detener a los franceses, quienes a pesar de haber sufrido un menor número de bajas, al final de la batalla tuvieron que ceder el territorio conquistado.
El mismo día, pocos kilómetros hacia el este, en Ligny, el mismo Napoleón dirigió a sus hombres contra las fuerzas prusianas del Mariscal de Campo Gebhard von Blücher, a quien obligó a retirarse tras una encarnizada lucha. Bonaparte envió al General Grouchy con 30.000 hombres para perseguir a von Blücher creyendo que este se retiraría hacia Prusia, al este. Sin embargo, von Blücher llevó a sus tropas hacia el norte, para no perder el contacto con Wellesley y, como Napoleón pudo comprobar dos días después, Grouchy fue incapaz de evitar que llegaran a Waterloo en el momento decisivo.

Según el mismo Wellesley, en una misión de reconocimiento el año anterior, había encontrado un lugar ideal para presentar batalla en caso necesario. La posición era adecuada para una acción defensiva. Apenas dos kilómetros al sur del pueblo de Waterloo, el terreno presentaba una cresta de este a oeste perpendicular a la carretera de Bruselas. Tras ella, Wellesley podría esconder la mayor parte de su ejército, por razones tácticas y para protegerlos.
Tanto los informes franceses como aliados registraron lluvias los días y la noche anterior de la batalla, incluso hasta el amanecer del día 18. Con la climatología, Napoleón se llevó la peor parte. Primero, porque al ser el atacante, sus tropas deberían moverse por el terreno cubierto de fango, ralentizando su avance y presentando un mejor blanco a los defensores; segundo, porque la artillería francesa -probablemente la mejor del mundo en esos días-, estaba compuesta en su mayoría por cañones pesados arrastrados por los mismos artilleros y en algunos casos por caballos. Además, el mismo terreno enfangado frenaría las balas de cañón, impidiendo que rebotasen en el suelo para causar un mayor daño al enemigo. Napoleón tuvo que decidir entre esperar a que el terreno se secara, dando oportunidad a que los refuerzos aliados llegaran, o atacar a primera hora de la mañana en esas condiciones.

        Estos factores que obligaron a Napoleón a esperar varias horas, fueron las claves determinantes de Waterloo. La lucha sería cruenta y en varias ocasiones la Grande Armée estuvo a punto de conseguir la victoria.

EL INICIO DE LA BATALLA


        Bonaparte decidió esperar a que el terreno se secara, siendo en definitiva crucial en el resultado final. Aparentemente, las hostilidades comenzaron poco antes del mediodía, cuando Napoleón ordenó a su Grande Batterie abrir fuego sobre las líneas defensivas de Wellesley. Era la estrategia que tan bien le había servido en algunas de las batallas y que le habían convertido en amo y señor de Europa, principalmente en Austerlitz y Borodino. Ochenta cañones escupieron hierro al unísono apuntando al centro aliado, con la intención de abrir una brecha en las filas enemigas, pero sin conseguir el objetivo a pesar de causar muchas bajas.
Poco antes del inicio de la andanada, una brigada francesa había intentado conquistar el complejo de Hougoumnot, con cierto éxito inicial cuando un capitán francés logró derribar la puerta con un hacha, pero los británicos contraatacaron y lograron volver a cerrar la puerta, atrapando y matando a los que habían entrado. Durante el resto del día, Hougoumont sería el objeto de constantes ataques de la infantería apoyados por los cañones, pero la guarnición resistió y fue clave en mantener ocupada a la artillería y un buen número de soldados franceses.
Alrededor de las 13:00, Napoleón observó a lo lejos las primeras tropas prusianas. Aún confiado en que Grouchy podría mantenerlas ocupadas, sabía que debía acelerar el ritmo para vencer al enemigo antes de que este recibiera refuerzos. Inmediatamente ordenó a uno de sus generales más veteranos avanzar con la infantería. D’Erlon, que ya se había enfrentado a Wellesley en España, decidió primero intentar tomar la granja de la Haye Sainte, en el centro del campo de batalla. Varios regimientos la rodearon y, a pesar del reducido número de defensores, 400, éstos lograron mantener la posición. Mientras los ataques continuaban, D’Erlon movió tres divisiones más en un frente de un kilómetro, directamente sobre las líneas enemigas. Casi 15.000 hombres llegaron a la cresta y la escalaron manteniendo la formación. Detrás les esperaban casi el mismo número de británicos y alemanes (Hanover), quienes se levantaron y comenzaron a disparar. No obstante, la veteranía de los franceses consiguió empujar al enemigo, y por unos minutos pareció que Napoleón podría llevarse la victoria en Waterloo.

PRIMER CONTRAATAQUE


Bajo presión, y a falta de instrucciones de Wellesley, alguien tenía que tomar la iniciativa. El mérito correspondió al Mariscal Uxbridge -segundo en el mando aliado-, quien ordenó y él mismo lideró a sus dos brigadas de caballería pesada, en número de 2.000, cargar contra las líneas francesas. Durante varios minutos fue difícil decir quien prevalecía en la confusa cacofonía de acero y sangre. Tropas de uno y otro bando disparaban en ocasiones hacia sectores donde los uniformes se entremezclaban sin orden. A pesar de la poca experiencia de algunas unidades, la caballería aliada consiguió en un primer momento romper el ala izquierda francesa, pero pronto se vieron rodeados y diezmados. Uxbridge no había organizado una reserva para el refuerzo, un error que posteriormente confesó, y los jinetes cayeron por centenas. Aún así, los franceses no aprovecharon su momentánea superioridad al haber perdido el orden de las filas en un espacio reducido y al haberse desperdigado algunas unidades. Poco a poco los hombres de D’Erlon retrocedieron ante el ataque de la caballería. Una hora después, las tropas habían vuelto a su punto inicial, pero con 3.000 bajas, 2.000 de ellos hechos prisioneros. Todo volvía a quedar en tablas.
Para entonces, sin embargo, ocurrió un hecho inesperado. Napoleón abandonó el campo de batalla y se retiró a uno de sus cuarteles dos kilómetros detrás de las líneas. En las dos horas que estaría ausente, tuvo lugar una de las etapas cruciales de la batalla.

Alrededor de las 16:00 horas, Ney observó movimientos del enemigo hacia la retaguardia y creyó que se trataba de una retirada. Pero su juicio le jugó una mala pasada, pues no se trataba de eso, sino que los ingleses sólo estaban llevando sus heridos a la retaguardia. Ney, actuando bajo su propia autoridad ante la ausencia del emperador, ordenó una carga de caballería para barrer al enemigo; 4.800 caballeros, pero sin apoyo de la infantería, como debía haber hecho, pues lo que quedaba de las formaciones originales estaba ocupada ya fuese en Hougoumont o reorganizándose aún después del primer ataque. Wellesly respondió con la célebre formación de cuadros.
Los cuadros consistían en formar a las tropas en dicha figura geométrica con cuatro líneas de infantería, dejando un amplio espacio interior donde podían situarse los artilleros durante el ataque. Cada cuadro contenía aproximadamente 500 hombres apuntando en las cuatro direcciones, protegiendo sus flancos. La ventaja de este concepto frente a la caballería, es que los caballos no embisten líneas de bayonetas, sino que rodean los cuadrados, mientras que las tropas que los forman disparan a los jinetes. Ney repitió los ataques una y otra vez hasta doce veces, según algunos testigos, e incluso añadió 4.000 jinetes más en sus fútiles ataques, cada uno con menor fuerza debido a la pérdida de unidades en cada intento. Cuando Napoleón volvió, se dio cuenta del desastre y fustigó a Ney, diciéndole que había destruido su caballería por enviarla una hora antes del momento adecuado. Aún así, Ney volvió a atacar con la infantería, aunque con severas bajas para los jinetes ingleses.
Aproximadamente al tiempo que Napoleón volvía al frente, los franceses lograron tomar la granja de Haye Sainte, un punto estratégico en el centro del campo de batalla. Era el milagro que estaba necesitando. Wellesley ordenó recuperarla a cualquier precio, pero los franceses rápidamente habían ocupado todos los edificios y situado francotiradores en las azoteas, además de un par de cañones que pronto causarían enormes bajas en los cuadros aliados. Wellesley perdió a varios de sus generales en la empresa y quedó pronto sin reservas. Encerrado él mismo dentro de un cuadro de infantería, se dio cuenta de que también necesitaba un milagro para salvarse. Y el milagro llegó.

Dos días antes, en Ligny, Napoleón no había podido destruir el ejército prusiano de von Blücher. Este se había retirado perdiendo contacto con su perseguidor, el General Grouchy; y se había dirigido hacia el norte, hacia Prusia, donde los franceses pensaron que huiría. Von Blücher no sólo se mantuvo cercano a las tropas de Wellesley, sino que estuvo en contacto con su aliado todo el día, mientras en Waterloo se desarrollaban los acontecimientos. Napoleón sabía que los prusianos podían volver, pero confiaba en que Grouchy los entretendría lo suficiente para darle tiempo de vencer a Wellesley.
Las primeras unidades prusianas, se acercaron alrededor de las 15:30. Wellesley le había dado instrucciones de atacar en caso de ver presionado el centro aliado, lo cual sucedía justo en esos momentos. Bülow entró en la pequeña población de Plancenoit, pero Napoleón observó el movimiento y envió dos cuerpos a rechazar el ataque. No lo lograron hasta que Bonaparte añadió ocho batallones como refuerzo, que tomaron Plancenoit a un gran coste. Wellesley aprovechó la distracción para activar sus reservas en el ala oeste, alrededor de Hougoumont, y obligó a los franceses a retroceder. Hacia las 19:00 horas, las líneas francesas habían dejado de presentar una frontal recta, sólo adelantadas en el centro pero presionadas en los flancos, dejando ver una forma de herradura. Al mismo tiempo, continuaban llegando por el este los refuerzos prusianos. A Napoleón se le reducían las opciones.

En un último y desesperado intento, el general que había asolado Europa durante diez años, activó a su propia Guardia Imperial invicta durante años; 'la creme de la creme' del ejército francés. Como siempre, Napoleón atacó por el centro, intentando dividir al enemigo. Al frente la Guardia Media y la Guardia Vieja como reserva, con artillería de apoyo protegida por cuadros al mando de Ney. Veterana y segura de sí misma, la Guardia avanzó impasible ante el fuego: laceros, granaderos, carabineros, cercano a los 8.000 hombres. Los aliados contraatacaron pero no pudieron parar la embestida, y en media hora las primeras tropas de la Guardia habían llegado a la cresta; donde Wellesley había formado sus líneas originales, encontrándola cubierta de cadáveres y aparentemente abandonada. En ese momento, 1.500 Guardias de a Pie británicos que se habían tirado al suelo para protegerse de los cañones, se levantaron y dispararon una andanada que causó grandes bajas a la Guardia. No sólo eso, sino que la sorpresa fue tal que se desató el pánico en los franceses. La Guardia podía ser muy veterana y valiente, pero no dejaba de ser humana.
        Había que mantener la disciplina en las filas. La moral de las tropas lo es todo -decía Napoleón-, y nunca mejor dicho que cuando sus hombres dieron la lucha por perdida y retrocedieron. Quizá cansados, o después de tantos años sin entrar en combate, hubiesen perdido su instinto vencedor; pero es posible también que al comprender la situación, ya en inferioridad numérica, y prefiriesen salvar la vida que sacrificarla por una causa perdida, y la del emperador, lo era. Wellesley agitó su sombrero montado sobre su caballo, para ordenar la ofensiva final.

Napoleón Bonaparte perdió La Batalla de Waterloo, pero aún si hubiese prevalecido en los campos de Flandes aquel día, era cuestión de tiempo que su frágil imperio se desmoronara ante la coalición. Bonaparte, tarde o temprano acabaría derrotado. Como fue. Pocos días después de aquel 18 de junio, Napoleón abdicaba y se entregaba a los ingleses, que lo enviaron a las Isla de Santa Helena en el Atlántico, para no volver más.
Waterloo, el pequeño pueblo belga donde la suerte de Napoleón quedó sellada para siempre. Waterloo terminó con las Guerras Napoleónicas e inició con una nueva etapa, con el surgimiento de nuevos países y el renacimiento de nuevos imperios. Durante un siglo la paz reinaría en tierras europeas, hasta que con la Primera Guerra Mundial la sangre volvería a regar los fértiles campos del viejo continente; algunos dicen, para arreglar los desaguisados geográficos y nacionales, impuestos por los aliados después de Waterloo.