Fui yo quien se lo pidió a
él. Un día de la nada, le dije que hiciéramos una locura en el metro de mi
ciudad y él sólo accedió con una sonrisa de asombro.
En fin, le dije para
comenzar el contexto: "mira, sabes que siempre quise ser acosada por un hombre
en un autobús, o que me manoseara un hombre en el metro; pero nunca pasó,
muchas veces salí sin ropa interior y hasta llegué a mostrar algo, pero sólo
había puritanos". Y ambos reímos tanto por mi ocurrencia.
En siguientes y sucesivos
días, seguí insinuándole mi deseo y continuamos con nuestras charlas, hasta que
en un momento entrando en nuestro íntimo terreno picante, él me confesó que también
quería esa fantasía erótica. Entonces yo para seguirle el hilo, le dije que quería
que me follara un desconocido sin que se lo consintiera; con un poco de forcejeo
de su lado, con un poco de miedo de mi parte. Y sin dejar de mirarlo tan
amorosa y tiernamente, no tuve qué decirle con palabras que deseaba con todo mi
coño, que ese desconocido fuera él.
Inesperadamente, en una de
sus llegadas a la ciudad, me marca y sin preámbulo me dice:
— Te propongo ir en el metro, a ver qué pasa. ¿Qué dices?
— ¿No es muy temprano?
— No, es justo el momento,
salgo ya. Nos vemos en la boca del metro, pero no te conozco ni me conoces,
imagina que soy un hombre de los que ves todos los días, pero hoy estás salida.
Jajaja.
— Ciao.
Llegué al metro a la parada,
me sentía fatal, jajaja; pero, decidí relajarme y dejarme llevar. Ser práctica.
Entré, pagué el ticket;
pensé en llegar lo más lejos de ese trayecto, ya saben cómo es de cabrona la
mente en estos casos.
Nos encontramos con la
mirada. Él me siguió, aún no sentía nada –aunque era mi pareja y me pone hot hasta
el full desde siempre-; pero había sí, ansiedad y nervios. Subimos al metro, él
entró por la otra puerta, aún no había demasiada gente. Él se sentó de frente a
mí, al lado mío había una señora entrada en años y un hombre joven que al
parecer era un estudiante. Yo empecé a mostrarle discretamente un poco mi
pierna y el hombre del lado me miró de reojo, cosa que a mi novio le gustó.
Pensar en ello o imaginarlo, sí que me puso cachonda.
Yo muy puta, con los
movimientos del metro movía mis piernas abriéndolas por instantes para que mi
novio viera que no tenía bragas y el de al lado observando. Mi novio mirando…
eso lo estaba matando. Le pude ver lo empalmado que estaba y yo comenzaba a
excitarme más. El hombre volteaba después con descaro, a lo que yo respondí con
una sonrisa, pues lo miré a la cara y él también. En eso el hombre, dice:
— Uff, que calor.
— Sí, la verdad sí.
— A dónde vas? Me preguntó
el hombre, no sabía que responder.
— Nada, sin rumbo, mi novio
y yo hemos peleado y estoy buscando no estar sola.
— ¿Sola, una mujer tan guapa
como tú?
— Sí, es que no es fácil.
— Sí, te entiendo, soy
soltero y eso a veces es malo, pero cuando tienes suerte, las cosas van mejor
que estar mal acompañado.
En ese instante, entró tanta
gente al metro que no pude verlo más. Entonces vi que él ya se había
levantado, por lo que olvidé la plática con aquel desconocido y también me levanté y comencé a buscarlo.
Había mucha gente y estábamos
muy apretados todos. Por fin lo encontré, pero no nos dijimos nada. Me moví,
hasta quedar de espaldas a él y aprisionada entre las demás personas. Acomodé mis
nalgas a su entrepierna, empezando a notar como una erección que empezaba a
hinchar su miembro quería salir de su escondite. Era para volverse locos.
Luego comenzó a
sobajearme con uno de sus dedos, aunque noté que comenzaba a sudar y en su
pantalón aún se podía ver algún bulto que comenzaba a tomar volumen.
Quizá muchas personas nos
miraban, incluyendo aquel hombre de instantes antes, pero cada quien estaba a lo suyo.
— Bajémonos aquí. Te espero
en el último vagón.
Salimos de ese vagón
intermedio, mi novio me siguió, no me perdía de vista.
Él estaba muy nervioso,
bueno, ambos. No había casi gente ya a esa hora, y en cada estación iban bajando. Enseguida
que entramos, me empujó contra la puerta contraria a la que se abre, y lo besé
deliciosamente. Me repasó la lengua varias veces, me acerqué a su oído y le
pregunté:
— ¿Eres un pervertido?
— No, no lo soy tanto.
Comencé a subir mi minifalda.
— Tócame.
Cuando dije esto, él ya
tenía sus dedos sobre mí, y no paraba de frotarme; después metió uno de sus dedos
en mi vagina y me besaba. En menos de un minuto, tres de sus dedos ya estaban ahí y los subía muy suavemente.
Era el momento, de nuestro lado ya no había nadie que pudiera mirarnos directamente. Entonces tomé la iniciativa,
comencé a desabrocharle el pantalón y saqué su polla, me baje la falda y me
puse casi de rodillas. Estaba ya que me corría, pero quería darle tiempo para
ver hasta donde me dejaría llegar.
Hice unos movimientos para
acelerar su eyaculación, le pedí que me tapara la boca para no gritar. Lo hizo.
En menos de un minuto
comencé a sentir calambres por mi cuerpo, estaba a punto de correrme, de no ser
él quien se derramó antes sin decirme nada.
Así continuamos la faena, me corrí dos o tres veces, pues me la desencajaba del culo para metérmela
en el chocho. Él no se vino ya después, pues su manera tan exquisitamente
intensa en que lo hacía siempre, iba a delatarnos.
Y fuimos a casa, donde me
dediqué a darle el culo y el chocho para que me lanzara su semen por todos
lados, quede prácticamente bañada. Estábamos insaciables.